“Todos somos nuestro propio libro explicativo de por qué salieron mal las cosas”, escribió Carlos Busqued en Twitter hace unos días nomás, el 22 de marzo. Y ahora agarramos sus libros de los estantes y revisamos el archivo de su cuenta en un scroll enfermo para entender lo repentino. Las cosas salieron mal, o simplemente salieron así y punto. Sin demasiadas vueltas. Una muerte directa e inesperada, como sus dos novelas, que generaron desconcierto y entusiasmo en dosis similares. El consuelo de que “nos queda su obra” es un poco flojo porque tenía solo 50 años y era de los mejores entre los suyos, pero válido ante la sorpresa. Porque es difícil que se repita un fenómeno así. Una literatura descarnada y espectral, en la que él estaba y no estaba. Una obra breve, además, de solo dos libros muy distintos pero igualmente impactantes.
Busqued estaba en otra sintonía. En su propia frecuencia. Solitaria, un poco triste y bastante sacada. Por eso nos sorprendió tanto con Bajo este sol tremendo. Incluso al propio Jorge Herralde: después de leerla lo llamó por teléfono desde sus cuarteles de Anagrama, le dejó un mensaje en el contestador y lo sumó a su catálogo sin dudarlo. La recepción elogiosa de una novela brutal lo mareó. “No estoy acostumbrado a nada bueno, ni a que me feliciten por lo que hago. En general soy más de la gente a la que cagan a pedos”, dijo sobre ese momento en el que conoció cierto éxito y reconocimiento.
Es odioso cuando ante la muerte y la despedida todos se arrogan sus anécdotas iluminadas. En mi caso no son iluminadas, sino bastante brumosas, trasnochadas. Lo conocí en persona disertando sobre El Eternauta en la Feria del Libro de Guadalajara en la que Argentina era el país invitado. Y vaya si sabía de lo que hablaba. Me convidó whisky en el pasillo, más tarde asistimos a una fiesta con mezcal libre con toda la delegación. Él permanecía a un costado, participando y rechazando la algarabía de la música y la joda.
En 2015 lo invité a leer a un ciclo rarísimo y bastante íntimo que se llamó Psíquico Rumiante. Aceptó enseguida, vino gratis. Leyó los papeles preliminares de Magnetizado y así nos dejó, en un estado de estupefacción total. Cuarenta personas escuchando en silencio sus diálogos con un asesino de taxistas con trastornos de la personalidad. Contó de manera informal cómo habían sido sus visitas a la cárcel y el hospital psiquiátrico para conversar con Ricardo Melogno. Pero no terminamos de entender cuán involucrado estaba en esa historia hasta que el libro se publicó en 2018. Ahí le escribí de nuevo, esta vez para entrevistarlo.
Había tardado nueve años en volver a publicar y me intrigaba mucho qué había pasado en el medio. Pero no se trataba de ningún misterio: él no vivía de la literatura, sino de dar clases de análisis matemático en la UTN. Le costó volver a escribir después de Bajo este sol tremendo porque estaba “contento”. No tenía mucho para decir. Hasta que bajó la expectativa y se encontró un poco de casualidad con la historia de Ricardo. Tenía 500 páginas de transcripciones que tardó muchísimo en transformar en texto porque en algún punto lo que más le interesaba era respetar lo que había hablado con él. Aunque estuviera privado de su libertad, medicado, encerrado y encasillado de por vida, ese asesino tenía derecho a ser narrado sin juicios ni prejuicios. Busqued me pidió algo que pocas veces me solicitaron: revisar la entrevista editada antes de su publicación en Los Inrockuptibles. No era un gesto vanidoso: “No te voy a romper los quinotos con nada, solo quería revisar de lo que dije si hay algo que joda a la gente del hospital de Ezeiza, te lo leo al toque, enseguida, no me demoro nada”. Se la mandé por mail, casi no la tocó. Pero este gesto me pareció sumamente cuidadoso y responsable.
También estaba el Busqued de Twitter. Un espacio que habitó con caracteres exactos y sus propios códigos los últimos once años: un mundo de dolor y honestidad brutal. ¿Qué pasa con los tuits cuando alguien se muere? ¿Podemos compilarlos? La pérdida de actualidad, de voz en la conversación colectiva de esta red social no es algo que sepamos procesar todavía. Busqued y Twitter se llevaban tan bien. Era una especie de estrado desde el que nos hablaba de las miserias y nos sacudía opinando de lo inopinable. Lo más anticareta que había. Masticaba odio y lo escupía, pero también había lugar para la fascinación ante los medios, las noticias. “Twitter es la interacción social que puedo sostener: la corto cuando quiero y me voy a dormir”, me dijo aquella vez.
“Aguante fingir la propia muerte”, tuiteó el 16 de enero comentando algún hecho de la actualidad. Leído fuera de contexto es un cross a la mandíbula. Aguante pensar que todo esto es un mal flash y que estás metido en tu trinchera, Carlos. Atento y desconcentrado a la vez. Aguante saber que seguís, como hoy, como todos ahí, escribiendo y padeciendo.