Haber tenido diecinueve años en 1991 y una noche caer en Cemento porque uno de los estudiantes de periodismo que éramos tenía un amigo que tenía un amigo que estaba haciendo una pasantía en el Sí! de Clarín y había conseguido entradas. Y escuchar de golpe una banda que tenía un disco y nadie conocía a la banda y nadie le había escuchado al disco. Haber tenido diecinueve años en 1991 y al rato estar todos cantando de rabia:
¡Hijos de puta, hijos de puta! Como nada puedo hacer, puteo: ¡Hijos de puta, hijos de puta! Como nada puedo hacer…
La asquerosa alegría de unos feos en pijamas con un guitarrista que te despeinaba y te invitaban a carajear fuerte a cualquiera que tuvieras ganas de carajear fuerte: podía ser Menem o tu papá; Tinelli o la soreta de la nueva esposa de tu papá que los fines de semana primereaba el estéreo del 505 que nos llevaba a todos a GEBA para poner Isabel Pantoja.
Era lo de menos a quién: o no, no era lo de menos, era lo de más, pero vos elegías a quién.
Porque puteabas para afuera, pero puteabas para adentro, pensando secretamente en los nudos de tu circunstancia. En quién lo pudiera merecer. Y esos tipos de ahí arriba te ayudaban a hacerlo. Gracias tipos de ahí arriba porque tengo diecinueve años, es 1991, estoy en Cemento y puedo gritarle a los que yo quiera:
¡Hijos de puta, hijos de puta!
Haber tenido 19 años, pestañear, y tener ahora más de cincuenta, estar en la puerta de Vorterix en este viernes de septiembre del año 2022 de Nuestro Señor y, tres décadas después, haber venido a ver el show de Gustavo Cordera con una pregunta tirando de la noche: ¿qué pasó?
Un disparo en la frente
La curva que va de Cemento al programa de Viviana Canosa es una señora curva, no debe ser tan fácil ni de completar ni de comprender. Pero si quisiéramos trazarla en velocidad y anotarle las paradas importantes, habría que decir: que después de aquella noche de Cemento, la banda que conocimos como Bersuit Vergarabat hizo un par de discos desencontrados que nos entibiaron la tirria y ya no volvimos a putear a nadie. Después apareció Santaolalla y los produjo. Supieron, los gustavos, hacernos volver a la efervescencia de la poética antisistema profetizando la venida del estallido. Cuando el estallido finalmente vino, en el 2001 aquel, todos miramos a la Bersuit como se mira al jugador que cantó el número justo antes que el crupier.
Se hicieron grandes, los Bersuit, regionales, perforaron todos sus techos y se empezaron a perforar entre ellos también. En 2004 fue convocado un nuevo oleaje de seguidores. Haber tenido 35 años e ir por las redacciones titulando “La argentinidad al palo” a cualquier nota que hablara de Maradona.
En abril de 2007 me pasé dos días en Cabo Polonio con Cordera para una tapa de Rolling Stone. En Buenos Aires, entrevisté al resto de la banda. Ya se despreciaban lo suficiente como para no poder hacer la nota juntos. La primera línea de aquella nota es un textual de Cordera diciendo: “Yo le dije a Santaolalla, a Julieta Venegas le estaba faltando pija”. Cómo pudo decirme eso, cómo pude escribirlo yo, cómo pudo mi editor dejar que eso quedara y cómo pudo la editorial permitir que eso saliera publicado son todas preguntas que son la misma pregunta: año 2007, ¿diosmío, en qué estábamos pensando?
Después vino una separación de esas donde todos se tiran con el destilado de sus miserias, y con reclamos de guita. Después Cordera arrancó su carrera solista. Hizo algunos discos más, las radios pasaron algunas de sus nuevas canciones y un día de 2016 fue a TEA para ser entrevistado por estudiantes de periodismo. Entonces, socialmente, se suicidó. Dijo un poco las mismas brutas cosas que había dicho siempre solo que las dijo en un mundo nuevo. Nadie le avisó que había un mundo nuevo. Se enteró cuando sintió el disparo de la cultura de la cancelación en la frente. Reconvertido en un cadáver público, pidió perdón, hizo un video suplicante donde rogó que basta, que no daba más, que por favor basta. En 2018, cinco años antes que Dillom, hizo un disco post mortem. Abrió Entre las cuerdas con la canción Un abuso y el track cuatro se llamó Ya no quiero castigo. Después vino la pandemia.
En el tracto diario de los canales de noticias, en el tejido arterial de la comunicación informativa, el de Canosa ha quedado instalado como un contraperiodismo del goce súbito, el goce que produce la ira habilitada. Un enunciado rabiante que fuerza las cosas hasta que adoptan la apariencia de lo real sin que necesariamente tengan que serlo. Pura fuerza del encastre, pura fuerza de forzar, de hacer entrar los cubos en los círculos: Viviana es de las que te venden talento, pero abrís el paquete y era voluntad. Ahora ha salido del aire, pero hasta hace poco era verla y saber que se sentía su propia barbie girl en su propio barbie world, su propia Juana Viale, cada vez que se miraba ella misma a cámara, es decir, cuando se miraba encima. Yo supongo que después la cámara se apagaba y alguien, algún productor, el mismo Andrés Bombillar, piadosamente se le acercaba y, como despertándola, le decía: “Pst, ey, Vivi, que Juana Viale se nace”.
Bien, en el programa de Viviana Canosa apareció un día, con su guitarra, Gustavo Cordera. Para los que, a los 19 años una noche en Cemento cantábamos fuera de acá, los represores, los indultados, la yuta en la calle, fuera de acá, y le compramos a la Bersuit el stock indócil de la insurrección temprana, verlo ahí agradeciéndole a Vivi el coraje de haberlo invitado fue como poner la última pieza en un largo puzzle de desencanto. Así son los rompecabezas: hasta que no ponés la última pieza no los ves del todo.
Haber tenido 19, tener hoy 51. Y estar ahora acá.
El awante
Libertarios, antivacunas, chiques militantes de la Julio Argentino, no tenía idea con qué me iba a encontrar en la puerta de Vorterix. Javier Milei usa “Se viene el estallido” para los unipersonales de su show politk, así que por qué no.
A Martín Souto, me encontré. Fue un hallazgo a contrapierna. No asocio a Souto con ninguna, pero con absolutamente ninguna de las criaturas que preconcebí. Me explica que hizo a la Bersuit en una nota para El Aguante antes de que estallaran como banda de estadios y, desde entonces, sigue a Cordera. En las malas, también. Estamos conversando frente a la boletería, esperando nuestras acreditaciones, cuando alguien se abre paso y le dice a la chica de la ventanilla: “Va a venir Burlando… Burlando, el abogado, viene con veinte más, que pasen todos”.
¿Quién viene a ver a Cordera, hoy?
Una vez adentro, me encuentro con la respuesta de la que Souto fue un anticipo: principalmente, gente en sus cincuentas que no le soltó la mano a su artista. Tipos a los que se la han muerto los padres, o los tienen ya muy grandes, haciendo diálisis tres veces por semana, en plan de irse, porque así es la vida. Mujeres que han parido varias veces, y conocieron el reviente, algún reviente, y lo sobrevivieron. Gente que va por su segundo divorcio, atletas del homebanking con hijos que estudian, yo mismo estaría por ahí siendo uno de ellos, si no fuera que estoy en la barra, con un gintonic en la mano, mirándolos a ver qué ficha les saco.
Acá estamos, treinta años después, con los puntos que sacamos y las cagadas que hemos hecho, nosotros y el tipo que está arriba del escenario, y que ahora canta: Soy mi dolor, soy mi condena, soy el veneno de mis venas.
El show arranca con Cordera sentadito: banqueta y micrófono, parece un standup. Más quieto, como aplacado. Hay o parece haber algo de sujeto que se ha calmado en esa puesta inicial. La voz, intacta. No se la puso o no se la puso muy seguido porque si no, así, no llegás. Y lo que antes era bramido de joven progre con ganas de romper algo, ahora es family cancionismo con shock de memorabilia nostálgica. Cordera canta con su mujer y, para La soledad, hace subir al escenario a su hija. ¿Qué tan otro, es este Cordera? ¿Qué tan otros somos los que estamos ahora acá?
Hay una segunda capa de público, un recorte, son lo que llegaron en sus veintis cuando La Argentinidad al palo llevó a la Bersuit a tocar el cielo de su primer River. Hoy están en sus 35, arañan los 40, y son los que, hacia la segunda mitad del show, piden pogo. Okay, entremos al pogo, entremos a la fiesta del reencuentro de los egresados de la pubertad política, busquémonos entre esta gente que capaz somos uno de los que está por ahí.
“Hay unos cuántos nostálgicos, acá, parece”, dice Cordera desde el escenario, blanqueando.
Y entonces acá estamos otra vez: gente celebrando canciones que habían quedado ahí, bajo los escombros de los años, y que si le das mecha todavía funcionan: tomo para no enamorarme, me enamoro para no tomar.
¿Cuántas veces se murió este tipo? ¿Cuántas veces va a volver de haberse muerto? El show termina y Martín Paladino, prensa de Cordera, me dice que banque, que tal vez podamos pasar al camarín. Vorterix se desagota velozmente porque después hay una fiesta de esas que tiene nombre de golosina: había una que se llamaba La plop, la de esta noche no sé cómo se llama.
Noelia Guevara guarda la cámara y espera conmigo: ya nos dijeron que fotos, en el camarín, no. Tiene 36, Noelia. Escuchó a la Bersuit a sus veinte como la escuché yo a los míos. Pero se atragantó con las declaraciones de Cordera cuando Cordera las hizo y ahora está delante de la piba que fue, y le dieron ganas de cantar las canciones del final, y de la mujer feminista que es, y no le dieron ganas de cantar nada más. Tal vez hayamos venido a eso, a encontrarnos con la larga sucesión de sujetos que fuimos frente a un artista, su obra y su discurso público. Y en eso estamos, siendo cada uno una multitud.
Abajo el pasillo es largo y angosto. El Zorrito Von Quintiero viene saliendo. Souto también. Hay gente saludando y todo se embuda. Esperamos. Unos minutos después, nos abrimos paso. Cordera está con equipo de gimnasia negro, sonriente, con una especie de felicidad del agotamiento encima.
-Hola Gustavo. Cabo Polonio, año 2007, no sé si te acordás de mí.
Cordera se espabila. Abre los ojos todo lo que le da el cansancio del show. Me mira. Fuerte, me mira. Algo nos saca de acá y, entiendo, por un instante, nos lleva a los dos hasta aquellos tipos que fuimos. Yo escribí las cosas que él dijo aquella vez. Volvemos rápido del match con el tiempo y nos saludos bien, ahora y acá, porque, me parece, ninguno de los dos sigue siendo el que fue.
AS