La presencia de Lionel Scaloni como entrenador de Argentina se parece en algún punto a un sueño. No se trata en este caso de explicar que él imaginó toda su vida estar en ese lugar. No. Más bien la relación viene en este caso a cuento de que, como ocurre muchas veces en los viajes oníricos, por momentos no se sabe de qué manera llegó en el ya lejano 2018, luego de la decepcionante actuación de los dirigidos por Jorge Sampaoli en el Mundial de Rusia, hasta el lugar en el que se encuentra ahora.
Entre los despidos de algunos, las renuncias de otros y las negativas de los que no quisieron agarrar el hierro caliente que suele ser la Albiceleste, Scaloni se instaló con la audacia de los aventureros, superó las primeras tormentas como un castillo de arena endeble al que el viento no terminaba de derribar, y el paso del tiempo lo ubicó cada vez más firme en ese puesto para el que, al menos como director técnico, no arribó con los pergaminos esperables. Lo concreto es que más allá de formas y de merecimientos, y después de haber recibido muchas críticas -algunas más merecidas que otras-, el hombre de Pujato ya mostró bastantes más méritos que algunos predecesores que contaban con un currículum con más prestigio. Ahora lo coronó con un título que se le negaba a Argentina en mayores desde hacía 28 años.
Claro que su vínculo con la Celeste y Blanca había nacido hace mucho, desde bien temprano en su vida como jugador. Fue con un éxito histórico en el Mundial Sub-20 de Malasia en 1997, en el que tuvo como compañeros entre otros a Juan Román Riquelme y Esteban Cambiasso, además de Walter Samuel y de Pablo Aimar, hoy también integrantes del cuerpo técnico de la Selección. Scaloni, a quien el público futbolero empezó a conocer ahí, fue protagonista por diversos motivos. El que más se recuerda es dentro del campo de juego, por el derroche de energía que mostraba como volante de ida y vuelta por la derecha y por uno de los goles fundamentales de ese equipo: el primero para el 2-0 en cuartos de final contra un Brasil que era el gran candidato y venía de meterle 10 a Bélgica (https://www.youtube.com/watch?v=VmMmUPva9dc&ab_channel=Futbolpasionmundial3). Pero también se lo conoció por las notas de los enviados especiales: como la familia Scaloni viajó al Sudeste asiático a acompañar al pichón, fueron muchas las entrevistas a sus padres y sobre todo a su hermana Corina, que tenía apenas dos años y daba la nota de ternura cuando trataba de decir en TV los apellidos de los jugadores del equipo -y a veces se le filtraba algún nombre de los compañeros de Lionel en Estudiantes de La Plata, como cuando habló de “Cartochi” en un intento de nombrar al áspero defensor Pablo Quatrocchi-.
También de decepciones se construyó la historia de Scaloni en la Selección. El entrenador José Pekerman lo eligió nada menos que como capitán del equipo del Preolímpico de 2000 en Brasil, en un plantel de menores de 23 años con nombres rutilantes como Riquelme, Cambiasso, Aimar y Javier Saviola. Scaloni, que ya jugaba en España en Deportivo La Coruña (donde sería campeón de la Liga y la Supercopa unos meses más tarde), aportó un golazo en el 3-0 contra Uruguay en la ronda final, pero el equipo se tuvo que resignar al tercer puesto por su caída 1-0 ante Chile en el último encuentro y se quedó sin poder ir a los Juegos Olímpicos de Sydney.
Ya en mayores, sin tanto lugar en las preferencias de Marcelo Bielsa, sí apareció en la era de Pekerman como uno de los convocados al Mundial 2006. Y le toco ocupar el lateral derecho de la defensa nada más (y nada menos) que en el recordado partido de octavos de final contra México, cuando un zapatazo al ángulo de Maxi Rodríguez selló la clasificación argentina. Pero ese día de festejo glorioso fue la última página que le tocó escribir como jugador en la Albiceleste.
A diferencia de otros jugadores argentinos, Scaloni no volvió a terminar su carrera en el país (muy pocos recuerdan que se retiró en 2015 con un poco trascendente paso por el Atalanta de Italia) y eligió vivir en el exterior: sigue junto a su familia en la tranquila Mallorca, en España, lejos del ruido de Buenos Aires. Desde ese impensado lugar arrancó su camino para llegar a ser técnico de la Selección, en una escalada que más de uno vincularía a una especie de Frank Underwood futbolero.
Jorge Sampaoli lo sumó a su equipo de ayudantes cuando era entrenador de Sevilla, y luego siguió junto a él cuando lo llamaron en 2017 para apagar el posible incendio de que Argentina se quedara fuera del Mundial de Rusia. Y aunque la Selección finalmente logró clasificarse a la Copa del Mundo, la salida del DT fue inevitable por la pobre actuación en ese certamen.
Mientras Sampaoli empezaba a hacer las valijas, Scaloni conseguía a pocos días de la caída ante Francia en Rusia un éxito modesto: al frente de un equipo juvenil de Argentina, se llevaba el torneo de L’Alcudia luego de vencer en la final a Rusia. Mientras se buscaba reemplazante para el puesto de entrenador, desde la AFA decidieron que Scaloni quedara momentáneamente al mando para dos amistosos a realizarse en Centroamérica. El equipo dio la talla, el DT interino se quedó un día, y otro, y otro… Y aquí estamos.
Ese comienzo de ciclo llamativo le costó a Scaloni que al menos de entrada se lo mirara de reojo. No faltaron los que le cuestionaron lo que entendían como una deslealtad. Muchos más todavía se preguntaron cómo un entrenador sin experiencia en dirigir equipos de mayores podía hacerse cargo de una de las selecciones más poderosas del mundo.
Al cabo del tiempo, la inmensa mayoría empezó a notar que, más allá de lo improvisado del comienzo, Argentina armó después una estructura que iba más allá del DT y que tenía como nombres sobresalientes en el cuerpo técnico a exmundialistas como Roberto Ayala, Samuel y Aimar. Que el equipo encontró un funcionamiento a veces cuestionado pero que indudablemente mejoró a medida que transcurrió la historia. Y que logró un nivel de compromiso de todos los jugadores, y sobre todo de un Lionel Messi entregado totalmente a la causa, como no se veía hace tiempo.
Por lo pronto, ese modelo alcanzó para quebrar una racha molesta de 28 años sin títulos en torneos de mayores para Argentina, y en casa de Brasil. El peor error posible para Scaloni y los suyos sería creer que vivirán demasiado de esta renta. Las eliminatorias siguen y sus detractores esperan cualquier caída a la vuelta de la esquina. Pero hoy el festejo es del hombre que llegó a la Selección como en el medio de un sueño. O, más bien, a la salida de una pesadilla.
FK/MGF