Crónica

Fútbol y magia en la espera final

17 de diciembre de 2022 22:07 h

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“Es imposible explicar la sensación que uno tiene antes de una final de un Mundial, cuando todo lo que alguna vez soñaste se te pasa por delante de tus ojos”.

Ángel Di María

 

A veces no sé cómo hacen para escribir sobre algo tan pasional como el fútbol. Previo a la semifinal de Argentina - Croacia hasta tuve pesadillas con el partido y anduve más dispersa que nunca. El fútbol ocupa un espacio físico adentro de mi cabeza y expulsa, durante los días en que juega Argentina el Mundial de Qatar, a todo el resto de las actividades.

Supuestamente existen dos momentos de la experiencia, la vida vívida: el fútbol; y la vida contemplativa: la escritura. Esos dos extremos que en teoría no se chocan, siento que me tironean cuerpo, cabeza y alma. Mientras se desarrollan algunos partidos me siento a teclear en la computadora porque escribo o me da un paro cardíaco.

Si hay algo en lo que se parecen fútbol y escritura es que no alcanza con la práctica. Conversar tanto de buenos partidos como de libros es una necesidad pulsional. Si no, no alcanza. Algo de esas praxis queda trunco. Es un rasgo identitario; los argentinos nos juntamos para todo y hablamos sobre lo que nos apasiona, nos transformamos en supuestos expertos, desarrollamos teorías conspirativas, recomendamos o denostamos a muerte.

También a los jugadores de fútbol, como a nuestros futbolistas preferidos, nos gusta quererlos, sentirlos cercanos, aunque Messi como Cortazar o Saer hayan vivido más en Europa que en nuestras tierras. Esa pertenencia no se negocia.

Cábalas, mufas, rituales y encuentros con la magia

  

“Lo único que tenía que hacer era correr al vacío. Empezaba a correr, y la pelota me llegaba al pie. Como si fuera magia”.

Ángel Di María

 

El ritual empieza en la previa.

Pocas cosas me resultan más divertidas que las cábalas: usar la misma remera que en el partido que se ganó, verlo con las mismas personas, hacer la misma rutina, sentarse en los mismos lugares. La cábala en el fútbol es mimética, pura copia de lo ya hecho. La repetición llevada hasta el límite de los detalles por uno de los fanatismos más severos: el del fobal. Me invitan algunas amigas a ver Argentina - Croacia en la terraza de sus casas pero no puedo: mis hijos no me dejan salir porque los partidos que vimos juntos, ganamos. Las cábalas son absolutamente ridículas y caprichosas pero no dejan de ser una verdad fundamental para sus creyentes, si en una cierta combinación se produjo la magia, se debe repetir siempre.

Todo este universo cabalístico tiene una contraposición de peso pesado: la figura del mufa. Ese sujeto depositario de una maldición universal llamada yeta. A dónde el mufa va, lo persigue su mala suerte y lo peor es que se contagia. Nadie quiere al mufa sentado en la propia tribuna.

El del fútbol es también un espacio y un tiempo que busca instaurar un universo sagrado. Messi es la encarnación de nuestras epifanías, un Mesías de la voluntad divina que logra pensar con los pies a un nivel de rapidez que no deja de sorprendernos. Se desmarca de jugadores que parecen asfixiarlo para encontrar el camino hacia la magia. 

Si existe algún Dios argentino, es él quien nos concede las gracias de este deporte y hay que saber estar en gracia con él. “Aunque no sepan cómo, recen”, sentenció mi hija mayor a sus hermanos antes de los penales con Países Bajos y cada uno se tuvo que encargar en lo más íntimo de improvisar esa lengua dulce para invocar al Dios del Fútbol.

Fútbol en los barrios

El único smart tv que tuve en mi vida murió de un pelotazo. Yo trabajaba de maestra en dos escuelas, y al pasar volando a mediodía por casa, ni bien abrí la puerta, Benjamín salió corriendo llorando a más no poder y ahí lo vi, mi hermoso y nuevo televisor con una herida mortal en el centro de la pantalla del tamaño de una pelota número 5. Benjamin pateaba, Ezequiel atajaba y un pelotazo que fue gol terminó con su corta vida.

El fútbol, como el phármakon griego, puede ser la poción que cura o envenena, así como la que produce un encantamiento mágico.

Desde que empezó a correr a los dos años, Benja es hiperactivo y absolutamente incansable, así que a los tres años lo empezamos a mandar a un club de barrio para que juegue al fútbol. Al poco tiempo empezó a atajar y ahora entrena todos los días. Pero no alcanza, nunca alcanza. Si tiene un cumpleaños, se va con botines porque sabe que va a convencer a un grupo de pibes de la fiesta para jugar. Si lo llevo a la plaza, él solo se ocupa de ir encarando hasta que lo dejan jugar. Salvo algún buen cuento de terror o un libro que le vuele la cabeza, el resto de su vida es fútbol.

Yo nunca quise que jugara federado en AFA a los 9 años, me parecía que era demasiado para un pibito de su edad, quería que siguiera jugando al fútbol como lo que es, un niño que juega. Pero una mañana mientras esperábamos en la parada del colectivo para ir a su escuela me dijo:

-Vos me pedís siempre que piense en mi futuro y yo ya pensé: Quiero ser arquero.

Y así me resigné a que entrara al fanatismo más compartido por toda mi familia: El fútbol. Ahora es arquero de dos clubes, Juventud Unida y Estudiantes de Caseros, entrena seis veces por semana y juega sábados en cancha de papi fútbol y domingos en la de once. Pero sobre todo, es feliz con eso.

Cuando mis hermanos y yo éramos chicos no había esas canchitas de fútbol que ahora alquilan por todos lados. Había campitos, potreros, jugar en la calle y punto, pero a mí no me tocaba jugar porque era mujer, también eso cambió en Argentina. En las escuela públicas del conurbano, lxs pibis juegan todos juntos al fútbol con una libertad nueva y en la mayoría de los clubes pasa lo mismo. Es maravilloso ver la habilidad de las pibas, te hipnotizan jugando. Cuando va a entrenar a Estudiantes, Benja se queda horas mirando la práctica del equipo femenino de fútbol que juega en primera.

Una vez después de entrenar con Estudiantes se le clavó una basurita en el ojo. No hubo forma de sacársela y lo llevamos a la salita del barrio, tampoco ahí se la pudieron sacar y después de un breve paso por una guardia, terminamos en el Hospital Santa Lucía. Como resultado tuvo que faltar a los entrenamientos por un par de días y se la pasó corriendo atrás de la pelota por el jardín, haciendo jueguitos en el living y pidiéndole a los novios de las hermanas que le patearan la pelota para atajar con una mano mientras que con la otra se cubría el ojo mocho.

No hay fórmula más efectiva de disfrutar de este Mundial que intentar verlo con los ojos de un niño y ya sabemos a quién aman la gran mayoría de los pibes del mundo.

El Messi de los niños 

Eso de ponerse en la perspectiva de un niño para mirar partidos y jugadores extrema su emoción con todos los pibitos y pibitas que quieren saludar a Messi y abrazarlo. En sus sonrisas, en su fascinación, en su instante que va a ser recuerdo para todo el resto de sus vidas, estamos todos ahí, somos la niña que lo llama hasta que Messi se da vuelta y le sonríe o esa otra que lo abraza llorando y él le pregunta por qué llora. En esos abrazos estamos todos amuchados.

El Messi amado por los niños de todo el mundo es de mis favoritos. Me fascina ver cómo llegan muchos jugadores pero los pibitos lo esperan sólo a él. De alguna manera, da cuenta de no haberse alejado tanto de su propia infancia como para dejar de responderles.

¿En qué época de la vida se logra jugar con la misma pasión y verdad que en la infancia?

Cuando al final del partido con Países Bajos vimos a Messi hacer el Topo Gigio de Riquelme, una pequeña y hermosa venganza, y lo escuchamos quejarse -“Van Gaal vende que juega bien al fútbol y metió gente alta y empezó a meter pelotazos”-, no pude dejar de pensar en el niño rosarino con problemas de crecimiento y en todo ese largo camino que lo llevó a ser el futbolista más amado del planeta.

¿Cómo será tener problemas de crecimiento a futuro, en Argentina, un país en donde la mayor parte de las infancias y adolescencias están por debajo del nivel de pobreza? En la competitividad del fútbol latinoamericano tenemos que leer que muchos de nuestros pibes juegan para salvar un futuro para ellos y sus familias. Siempre los europeos serán los altos para nuestros niños que se agarran del fútbol para sobrevivir con un sueño a las realidades y carencias más terribles. Sin la potencia de estos sueños muchos no hubieran podido resistir a las devaluaciones ni a los planes económicos impuestos a sangre y fuego que pisotean una y otra vez el valor de cada una de sus vidas.

La alegría corporal del fútbol salva y sana. Pase lo que pase siempre nos quedará esa magia.

Una carta de Di María, su padre y su abuelo 

                

"Si me rompo, déjenme que me siga rompiendo. No me importa. Sólo quiero estar para jugar".

Ángel Di María

 

Así como Benjamin se empeña en ser futbolista, yo me empeño en que sea lector. Siempre estoy buscando textos que puedan interesarle y en estos días le pasé la carta que Di María escribió cuando en 2014 el Real Madrid no le permitió jugar en la final de Brasil. Se fue a su cuarto un rato y cuando volvió, le pregunté: ¿La leíste? Y me dijo que sí.

Después, mientras íbamos caminando a la casa de un amigo suyo de la escuela, le pregunté qué era lo que más le había gustado y me contestó que la parte en que lo llaman para jugar en Rosario Central y los vuelos en el avión que era un desastre, y que Di María se subiera lo mismo aunque parecía que se iba a matar.

Le sonrío pensando en mis pasajes preferidos de esa carta: la madre llevándolo en la bici Graciela a los entrenamientos expuestos a la lluvia, al sol que atonta y a toda la intemperie de los barrios rosarinos y cuando Di María se encuentra con Messi y empiezan a jugar juntos:

“Tienen que entender que yo tenía 20 años y ni siquiera jugaba en el Benfica. Mi familia estaba separada. Estaba en un momento de desesperación antes de que me llegara esa convocatoria. En sólo dos años, gané la medalla de oro, empecé a jugar en el Benfica y me vendieron al Real Madrid. Fue un momento de orgullo no sólo para mí, sino también para toda mi familia y para todos mis amigos que me apoyaron durante todos esos años. Me dicen que mi padre era mejor jugador que yo, pero se rompió las rodillas cuando era joven y su sueño de ser futbolista murió. Y me dicen que mi abuelo todavía era mejor que él, pero perdió las dos piernas en un accidente de tren, y ahí murió su sueño. Mi sueño estuvo cerca de morir tantas veces”.

Y este fragmento que da cuenta de un embrujo: Los ojos de Leo no son como los tuyos o los míos. Miran de lado a lado, como los de cualquier ser humano. Pero él también es capaz de mirar a todos desde arriba, como un pájaro. No entiendo cómo es posible, pero es así”.

Si hay una fuerza en la que confluye todas las pequeñas magias del universo, veremos levantar la copa a Lionel por el solo hecho de que casi todo el planeta quiere ver ese momento. Quedan solo horas para que todo pase a ser narrado en pretérito, el tiempo de la leyenda. Tengo varias invitaciones para ver el la final del domingo pero tuve que rechazarlas a todas. Una de mis hijas me informó que, por cábala, tenemos que ver juntxs el partido como lo hicimos cada una de las veces que ganó la selección. Obedezco con docilidad. En esta vida siempre messirve creer.

DR