Ricardo tiene 55 años y vive en la ciudad santafesina de Santo Tomé, donde tiene un maxi kiosco y una agencia de venta de pasajes de colectivos cuya actividad languideció con el inicio de la pandemia. A partir de entonces, Ricardo empezó a acumular distintas deudas: postergó pagos de servicios, proveedores, seguro del auto, sumó deudas de créditos bancarios e incluso con el gobierno provincial por un programa de apoyo al turismo. Sin embargo, el cambio que más lo impactó es que comenzó a “tarjetear” las compras del supermercado, algo que siempre había pagado al contado. Los productos más elementales de todos los días pasaron a sumar volumen a esa bola de compromisos pendientes.
Según una encuesta nacional realizada entre marzo y junio de 2021 de manera conjunta por Cepal y la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín (Idaes-Unsam) sobre 5.200 casos, las dinámicas de endeudamiento ocuparon un rol central en la estrategia de las familias para atravesar la crisis pandémica. Consultados por el destino del dinero, el 70% de los hogares manifestó que tomó deuda para pagar gastos cotidianos como alimentos y medicamentos. El testimonio de Ricardo, citado en el informe, es solo una muestra de una situación generalizada.
Pero ese no fue el único destino que las familias le dieron a la deuda contraída en pandemia. De acuerdo con el relevamiento, la mitad de los encuestados dijo haberla usado también para pagar impuestos, servicios y expensas y para financiar deudas previas. Alrededor del 45% de los hogares destinó ese dinero a saldar tarjetas de crédito, el 32% tomó deuda para pagar el alquiler y el 28%, para pagar cuotas de colegio y prepagas, entre otros conceptos (la cuenta no suma 100% porque la misma familia pudo haberse endeudado para cumplir con distintos compromisos).
A diferencia de la crisis de la salida de la convertibilidad en 2001-2002, momento en que las deudas que primaban eran las contraídas con las instituciones financieras, en el escenario actual se advierte una alta heterogeneidad de compromisos, lo que habla de “una crisis donde la interrupción de cadenas de pagos se dio en casi todos los circuitos de servicios y créditos donde participan las familias”. De hecho, el informe identifica un fenómeno de “estatización” y “familiarización” de las deudas, por el peso creciente del Estado y el propio entorno familiar como acreedor en todos los grupos poblacionales.
Los datos de la encuesta se complementan con un informe cualitativo sobre las dinámicas de endeudamiento de las familias en contexto de pandemia elaborado por Idaes y coordinado por el sociólogo Ariel Wilkis, que muestra que la pandemia impactó en un escenario en el que las familias ya atravesaban trayectorias de endeudamiento (según los datos de la EPH, a finales de 2019 una de cada cuatro familias tuvo que usar sus ahorros o vender bienes y al mismo tiempo pedir algún tipo de préstamo para llegar a fin de mes), pero en una gran mayoría de los casos generó una profundización de esas deudas.
“Los hogares 'amortiguaron' a través de las deudas el impacto socio-económico de la pandemia al mismo tiempo que se evidenciaron desigualdades de género (recayeron en las mujeres gestionar las deudas del hogar), de vivienda (quienes alquilan estuvieron más expuestos al endeudamiento), de inserción laboral (trabajadores sin ingresos regulares y quienes sí los tienen pero se ven más afectados por la inflación se endeudaron más) y de inserción y trayectoria financiera (los hogares con menos ingresos se endeudaron con instrumentos de crédito más costos y con todo tipo de riesgo)”, apunta.
El informe señala que sobre los hogares pesaron jerarquías de pagos y deudas que organizaron sus opciones y decisiones. En contexto de restricción de ingresos, los hogares de inquilinos, por ejemplo, jerarquizaron el pago del alquiler y sus deudas crecieron alrededor de otros pagos y servicios con tal de evitar atrasarse con su propietario. Otra prioridad fue mantener una fuente de financiamiento de gastos cotidianos a través del fiado, sobre todo en sectores populares, o a través del uso de tarjeta de crédito. Las encuestas arrojan que “los hogares hicieron lo posible para no interrumpir esas fuentes de crédito”.
En sectores de bajos ingresos creció el trueque (en modalidad virtual, en muchos casos) y la venta de bolsones de mercadería como estrategias de obtención de ingresos para evitar las deudas. Para los sectores medios, en cambio, este crecimiento de las deudas de la vida cotidiana implicó que las deudas sean consideradas “sin sentido”. Es decir, que sean percibidas como deudas que no mejoran la calidad de vida o califican como inversión, sino que simplemente ayudan a llegar a fin de mes.
“Las dinámicas de endeudamientos nos muestran empobrecimiento de sectores medios, uso de ahorro para pagar o evitar deudas y pérdida de estatus social por reducción de consumo y por otro régimen de endeudamiento; las deudas para llegar a fin de mes o deudas de 'empobrecimiento' son experimentadas como desclasamientos por los sectores medios”, apunta el estudio, que fue realizado en el marco de la convocatoria PISAC COVID-19, un llamado organizado por la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación (Agencia I+D+i) a proyectos asociativos de investigación en Ciencias Sociales y Humanas para la generación de nuevos conocimientos enfocados al estudio de la sociedad argentina en la pandemia y la postpandemia del COVID-19.
Las dinámicas de endeudamiento muestran temporalidades heterogéneas durante la pandemia, dependiendo de las características socioeconómicas y laborales de cada grupo. Así, se advierte una desigualdad frente a los indicios de “recuperación” económica; los trabajadores informales y estatales, por ejemplo, encaran la etapa postpandemia con mayor peso de sus deudas y más “desenganchados” del crecimiento.
DT