La suba de tasas de interés de la Reserva Federal estadounidense (FED) tardó en llegar pero fue rápida: en febrero de 2022 llevaba casi dos años por debajo del 0,1% y un año después se ubica hoy en 4,6%. Esto trastocó el financiamiento disponible y, en general, usar sus propios depósitos bancarios pasó a ser para las empresas la forma más barata y rápida de solventar gastos. Esa salida de depósitos forzó a varios bancos a usar todo el efectivo disponible y, luego, a vender los activos más fácilmente liquidables que tuvieran.
Entre los primeros bancos en enfrentar dificultades para contener su salida de depósitos estuvo el Silicon Valley Bank (SVB). La corrida bancaria reveló un problema previo: había invertido USD 21.000 en títulos públicos del Tesoro estadounidense que ahora valían menos (por la suba de tasas de la FED) y al venderlos debió asumir pérdidas por USD 1.800 millones. En el caso del SVB eso equivale a varios años de ganancias. De hecho, supera todo su ingreso neto del año 2021 (USD 1.500 millones). El precio de sus acciones se derrumbó de una manera nunca antes vista: en el lapso de horas se precipitó un 62% antes de que las autoridades regulatorias detuvieran su cotización y procedieran a cerrar el banco.
El problema de fondo: el principal público del SVB eran empresas de base tecnológica, que en los últimos años redujeron su crecimiento y por ende también sus propios depósitos bancarios. Pero esos fondos, además, habían sido mal invertidos frente al escenario actual de suba de tasas.
Ahora bien, esos errores de inversión se repetían en otras entidades de manera acotada. En los siguientes días la FED salió a contener ese nicho de crisis: invocó la excepción de riesgo sistémico para dejar quebrar al banco, pero financiar el rescate completo de los depósitos en él, utilizando casi USD 150.000 millones de un fondo de seguro ya existente aportado por las entidades bancarias estadounidenses. También facilitó el financiamiento a todas las demás entidades bancarias para que pudieran afrontar eventuales corridas. Con todo esto, la crisis de liquidez que suscitó la quiebra del SVB debía quedar acotada.
Todas estas medidas no son algo menor: sientan precedente para futuras corridas bancarias y demuestran el poder de lobby del ecosistema empresarial estadounidense, responsable de haber depositado dinero muy por encima del asegurado por la regulación en un banco que no administraba correctamente sus fondos disponibles.
Pero ojo: también la FED tiene su cuota de responsabilidad en estas quiebras. Su suba de tasas en el último año fue acompañada de una contracción en su balance, que tensionó a la baja los precios de los bonos y finalmente generó esta pequeña crisis de liquidez. De hecho, con estas nuevas medidas, la FED está recomponiendo parcialmente esa liquidez, expandiendo su balance (pero sin llegar a los niveles de hace un año).
Pero, además, si el SVB es un banco suficientemente relevante (décimo quinto mayor banco de Estados Unidos en términos de activos) como para tener que ser rescatado de esta manera ante una corrida, ¿cómo es que estaba exento de estándares adecuados de regulación y control? Desde la reforma que impulsó Trump a la regulación bancaria, los bancos con activos menores a USD 250.000 millones no deben cumplir con tener una cierta proporción de sus pasivos colocados a largo plazo (para moderar los riesgos de iliquidez) y pueden adquirir casi sin límites instrumentos menos líquidos. Para peor Estados Unidos no obliga a sus entidades financieras a realizar pruebas de estrés frente a eventuales variaciones en las tasas de interés, algo que sí hace por ejemplo la Unión Europea. Con ese test, quizás esta crisis bancaria hubiera sido prevenida mucho antes de que pudiera ocurrir.
La primera crisis se contuvo, pero el contagio ya estaba disparado
El impacto del SVB es también subjetivo: puso en alerta a un amplio sector del mercado global de la existencia de fallas en la regulación bancaria. Credit Suisse ya venía de un año en rojo por alrededor de USD 8.000 millones en 2022, causado principalmente por la salida de grandes inversores institucionales inconformes hacía años con la calidad de gestión del banco. Pero durante la semana pasada se conocieron límites en su capacidad de obtener capital fresco de su principal accionista (el Banco Nacional de Arabia Saudita) y problemas contables internos: dos cuestiones que, en otro momento, hubieran sido menos problemáticas, pero que en este contexto derrumbaron su cotización bursátil. Ni siquiera alcanzó la intervención del Banco Central suizo aportándole liquidez y demostrando que el CS tenía detrás el apoyo del Gobierno.
El 19 de marzo CS fue absorbido por el otro gigante suizo, el UBS, que la compró por USD 3.230 millones (menos de la mitad de su valor bursátil de diez días antes). Este acuerdo fue forzado por las autoridades suizas y de hecho en ese marco se salteó legalmente la aprobación por parte de sus accionistas. Además de ganar de manera inmediata una mayor escala operativa, UBS también obtuvo un mecanismo de control de pérdidas por parte del gobierno de ese país, que se haría cargo de hasta USD 9.000 millones de eventuales pérdidas para UBS derivadas de esta fusión; y USD 108.000 millones en asistencia de liquidez del Banco Central suizo. Así, las autoridades de ese país aportaron formas varias (pero cuantiosas) de financiamiento para evitar que la crisis de gestión del CS se extienda al resto del sistema bancario.
Pero no necesariamente está cerrado aún este capítulo de crisis bancaria: distintos problemas que se manifiesten en otras entidades podrían disparar aún nuevos episodios, incluso si estos conflictos no tienen estrictamente una misma raíz. La desconfianza reinante en el corto plazo es un problema que requiere tiempo y coordinación política internacional para ir desarmándose. En ese sentido debe entenderse el anuncio de los bancos centrales de Canadá, Inglaterra, Japón, la UE y Suiza de que ofrecerían diariamente operaciones de canje de divisas para garantizar el acceso a dólares de los bancos de esos países. Restablecer la confianza en la capacidad de las instituciones bancarias en devolver sus depósitos es clave para que el sistema financiero vuelva a funcionar.
Estos casos son ejemplos de cómo la desregulación por parte del Estado de un sector como el bancario para dejarlo expandirse con menos límites puede llevar a una crisis. Como en tantas otras crisis, es el Estado quien debe luego impulsar y costear los ajustes necesarios para que la economía se recomponga. Volvemos a un viejo problema en el sistema capitalista mundial: la imposibilidad de encontrar y sostener un equilibrio entre una regulación prudente por parte del Estado y la expansión dinámica del sector privado.
¿Y por casa cómo andamos?
Para Argentina, la experiencia de los años 2007-2009 enciende alarmas. Esa crisis financiera se inició con el estallido de una burbuja inmobiliaria en Estados Unidos que llevó a numerosas familias a no poder pagar sus créditos hipotecarios, pero derivó en la crisis económica mundial más grave desde la Gran Depresión de 1929-1937. En Argentina en aquel momento se hablaba del “desacople” y se enunciaba la falta de financiamiento internacional como una suerte de desgracia con suerte (o virtud incluso) que nos desengancharía de la crisis mundial. El resultado, sin embargo, fue una merma del PIB del 6% en 2009 que además dilapidó un momento clave (y los recursos disponibles en ese entonces) para intentar un proceso de desarrollo de largo plazo.
Hoy, casi sin Reservas Internacionales netas y con una crisis perpetua de más de 10 años, una crisis internacional de una magnitud incluso más moderada que la de 2008-2009 podría ser sumamente grave para cualquier intento de recuperación económica. Por ahora el impacto es más bien indirecto: los bancos comprometidos en esta crisis no tienen clientes en Argentina de manera masiva y Argentina no se financia en el mercado voluntario global de deuda como para que la afecte directamente el freno a la suba de tasas de interés. El mayor efecto se dará a través del menor crecimiento económico en algunos de nuestros socios comerciales, empezando por Estados Unidos y Europa. Es una mala noticia en el contexto de un año 2023 ya complicado por la escasez de dólares agravada por la sequía, la incertidumbre electoral, la inflación acelerada y la falta de motores que dinamicen el crecimiento, pero además con un Estado argentino que cuenta con pocos recursos para intervenir y atender a los eventuales efectos locales de esta nueva crisis bancaria mundial.
MK