Recientemente se conoció el veredicto positivo de la Food Drugs Administration (FDA) de Estados Unidos sobre el uso del Trigo HB4 tolerante a la sequía, propiedad de Conicet y Bioceres. Es la primera vez que un desarrollo argentino de este tipo consigue la aprobación del organismo estadounidense, constituyéndose en un hito que posiciona a nuestro país como un referente global en biotecnología, una plataforma con larga trayectoria nacional que mostró un gran crecimiento en los últimos años.
La biotecnología está presente en los procesos productivos hace mucho tiempo. En un principio fue la aplicación de procesos biológicos como la fermentación para producir bebidas como el vino y la cerveza o alimentos tan antiguos como el pan, el queso o el yogurt. También en el ámbito de la salud, el cultivo controlado de un virus previamente identificado permitió el desarrollo de las primeras vacunas. Posteriormente, a partir del hallazgo del ADN y la descripción de su funcionamiento, se inscribió la primera patente sobre un organismo genéticamente modificado (OGM). Así, la biotecnología se convirtió paulatinamente en una plataforma para el desarrollo de nuevos procesos y productos con aplicaciones que hoy abarcan una amplísima variedad de sectores productivos: la farmacéutica, la industria de los materiales, la industria alimenticia y, por supuesto, el agro.
Nuestro país ha desarrollado, aplicado y regulado las técnicas de biotecnología moderna desde los años 80, prácticamente sin retraso respecto de los países pioneros. Particularmente en el caso agrícola, los años siguientes estuvieron marcados por la difusión del paquete tecnológico de semillas transgénicas agroquímicos cuya estrella fue la soja RoundUp Ready, resistente al glifosato. Este fue el primer cultivo transgénico incorporado a la agricultura argentina y se transformó en el hito de los años 90, ya que aumentó exponencialmente los rindes del campo argentino. Su difusión fue vertiginosa, llegando a representar en pocos años más del 90% del área cultivada. Le siguieron, en orden de aprobación comercial, otros como el maíz y el algodón con resistencia a los lepidópteros - insectos- y al glifosato. Si bien estos Organismos Genéticamente Modificados (OGM) y la enorme mayoría de los aprobados hasta la fecha fueron patentados por grandes empresas extranjeras, existen algunas excepciones: los tolerantes a la sequía desarrollados por INDEAR (Bioceres-Conicet) y la papa resistente a la virosis desarrollada por Tecnoplant-INGEBI. Los altos costos asociados al descubrimiento, desarrollo y autorización de un evento transgénico, que se calculan en promedio en US$115 millones de dólares, influyen significativamente en la concentración de estas patentes en un puñado de empresas. Pero la transgénesis no es la única técnica biotecnológica para obtener productos patentables, existen otras de menor costo y menores tiempos regulatorios. Algunas de larga data como la mutagénesis y otras descubiertas en los últimos años como la edición génica mediada por el sistema Crispr-Cas9. Argentina fue pionera en la creación del marco regulatorio para autorizar esta técnica y en el país ya existen empresas y grupos de investigadores que están explorando la misma para obtener, por ejemplo, bacteriófagos que al regular el crecimiento de ciertas bacterias permitirían disminuir el uso de antibióticos en animales y aditivos biológicos a partir de hongos con el objetivo de reemplazar el uso de colorantes y espesantes derivados del petróleo en los alimentos.
Otro vertical en expansión lo constituyen los bioinsumos agrícolas. Estos tienen el propósito de estimular y proteger cultivos con muchas de las virtudes de los agroquímicos pero utilizando recursos renovables, reduciendo la emisión de carbono y eliminando las posibles trazas de residuos tóxicos en los alimentos. Empresas nacionales ya producen localmente inoculantes para cultivos y terápicos de semillas como fungicidas e insecticidas formulados 100% a partir de síntesis biológica.
Los avances tecnológicos mencionados trajeron consigo un salto en el dinamismo del sector. Dimensionar la cantidad de empresas de biotecnología no es sencillo, debido a su transversalidad sectorial. Sin embargo, la proliferación de startups bio , cuya cámara contabiliza en 65 emprendimientos, da cuenta del crecimiento que ha experimentado la biotecnología en los últimos años.
Una de las restricciones más relevantes que enfrenta el surgimiento de nuevas empresas biotecnológicas y de base científica y tecnológica en general es el acceso al financiamiento. Ya sea por el alto riesgo que revisten, como por la escasa espalda patrimonial con la que en general cuentan, el sistema bancario difícilmente está habilitado a otorgar créditos para lanzar y desarrollar estos emprendimientos innovadores. Por este motivo, las múltiples iniciativas de financiamiento emprendedor nacionales y provinciales y el fondeo que ofrece el sector privado a través de una decena de aceleradoras, son una pieza fundamental para su desarrollo.
Sin dudas otra de las ventajas comparativas la constituye el amplio entramado institucional enfocado en el desarrollo de actividades de I+D en biotecnología compuesto aproximadamente 90 centros e instituciones de ciencia y tecnología distribuidas a lo largo del territorio. En relación a su vinculación con el sector privado, si bien es un aspecto a trabajar, ha logrado generar algunos casos de éxito como los mencionados, que se toman como modelo a replicar.
A su vez, el potencial exportador del vertical biotecnológico es clave para alcanzar una mayor diversificación exportadora. Actualmente el comercio internacional representa 30% de la facturación del sector, una porción relevante. Keclon, empresa bio de Santa Fe, es un caso testigo. A comienzos de año realizaron una venta de 100 toneladas de preparación enzimática con destino a Brasil para la industria alimenticia y oleo-química, que se suman a las exportaciones enviadas a Turquía y EEUU.
La producción de alimentos a nivel global se enfrenta a un triple desafío: alimentar a una población creciente que demanda más y mejores alimentos, hacerlo alineada con los compromisos ambientales y bajo nuevas condiciones impuestas por el cambio climático, como sequías e inundaciones. Por todo lo dicho, la biotecnología argentina tiene las capacidades para dar respuesta a esos problemas, y los hechos demuestran que ya se está abriendo paso entre gigantes. Saber fortalecer los aciertos, sostener en el tiempo los esfuerzos e introducir a término las modificaciones que sean necesarias será la condición para que la misma pueda transformarse en un vector de desarrollo capaz de agregar valor a la producción del agro argentino.
DT