La economía argentina puede caerse este año, con el consiguiente impacto en las aspiraciones oficialistas a mantenerse en el poder, porque una sequía agravada por la crisis climática amenaza con reducir la cosecha de maíz y soja a la mitad, acotar en un cuarto las exportaciones y empeorar la escasez de divisas. Hasta hace una semana decenas de miles de hogares del área metropolitana de Buenos Aires (AMBA) permanecían días y días sin luz ni agua porque el verano con temperaturas récord catapultó la demanda eléctrica en una ciudad donde uno de los dos distribuidores, Edesur, lleva dos décadas y media de baja inversión.
Al mismo tiempo, en las escuelas los alumnos sufrían el calor sin agua fría en aulas sin aire acondicionado ni ventilador o sin infraestructura eléctrica que los soporte. Nos podemos quejar del Gobierno, de la falta de inversiones, de la estructura productiva endeble dependiente de una cosecha, pero no nos olvidemos de apuntar también al calentamiento global y pedir soluciones a las potencias que son las responsables, pero también a las autoridades argentinas, comprometidas por escrito, al igual que los demás países de ingresos medios, a bajar las emisiones de dióxido de carbono.
Está claro que si las naciones desarrolladas y China no hacen su parte, serán inevitables las catástrofes que -en pocos años- ocurrirán por el aumento de la temperatura global. Pero, mientras tanto, ¿la Argentina puede y debe hacer algo? Sí, es uno de los 20 países con mayores emisiones de dióxido de carbono del mundo. Para dilucidar cómo reaccionar, elDiarioAR ha sondeado a tres expertos en la materia: Leandro Díaz -doctor e investigador del Conicet en el Centro de Investigación del Mar y la Atmósfera (CIMA) de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires (UBA)-, el consultor Enrique Maurtua Konstantinidis y Nicole Becker, cofundadora de Jóvenes por el Clima. A continuación una síntesis de sus propuestas:
- Mejorar los sistemas de alerta temprana para poder predecir fenómenos extremos. Así lo propone Díaz. Dotar al Sistema Meteorológico Nacional con el equipamiento apropiado para hacer más mediciones, tener más información y mejorar así las predicciones del clima, agrega Maurtua. También para dilucidar hacia dónde migran las temperaturas y las precipitaciones para ver cómo adaptarnos a estos climas que, según la ciencia, van a ser más normales. Aunque acaba de terminar el fenómeno de La Niña, que trajo sequía por tres años y no tiene que ver con el cambio climático, pueden volver a ocurrir secas o inundaciones extremas.
- Conservar los humedales. “Hay que sancionar una ley de humedales para proteger a ese ecosistema fundamental como sumidero de carbono”, explica Becker. Pero hasta ahora los diputados y senadores se resisten por la presión del negocio inmobiliario, el campo y la minería del litio. Es curioso porque el litio integra la cadena de la electromovilidad, alternativa clave para descarbonizar el transporte, pero está en disputa por el agua escasa con algunas comunidades indígenas, aunque no todas.
- Conservar los bosques. El ministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible, Juan Cabandié, propuso un proyecto de ley que cambie la ley actual que divide bosques en zonas rojas (que no se puede deforestar), amarillas (que se pueden degradar, pero con actividades de restauración) y verdes (que se pueden talar). Cabandié quería que todo pasara a ser zona roja. La iniciativa naufragó.
- Aumentar los espacios verdes de las ciudades. Lo repiten al unísono Díaz, Maurtua y Becker. Preservar los árboles nativos de las ciudades, sobre todo aquellos que no implican un mantenimiento. “Nos van a dar sombra, proteger y conservar algo de la humedad y del calor”, señala Maurtua. También preservar el resto de la flora nativa y la biodiversidad de las urbes. En lugar de desarrollar negocios inmobiliarios en espacios que hoy están verdes o baldíos, apostar por la naturaleza. “Ciudades verdes, no de cemento”, concluye Maurtua.
- Abandonar rápido los combustibles fósiles, responsables de la mitad de los gases de efecto invernadero que emite la Argentina. A nivel local, el carbón, como el de Río Turbio, y el petróleo, como el de Vaca Muerta, cuya producción ahora se expande con nuevos oleoductos, o el que está explorándose a 300 kilómetros de la costa atlántica bonaerense, que recién produciría entre 2030 y 2045. Pero para 2035 la Unión Europea, por ejemplo, abandonará los motores a combustión, con lo que se reducirá el mercado para ese crudo. El gas como el de Vaca Muerta es también un combustible fósil, pero menos contaminante que el crudo y el carbón, por lo que se lo considera a nivel mundial una energía de transición, que también deberá eliminarse, pero a largo plazo. A su vez, el transporte debe dejar el combustible fósil. Cabandié reconoce un fuerte atraso en cambiarlo en el transporte público argentino.
- Consumir menos energía. La eficiencia energética es fundamental y fácil, según Maurtua. Son medidas que se deben adoptar en los hogares, los sectores productivos, el transporte, las edificaciones y el Estado. Por ejemplo, expandir las zonas de las ciudades a las que no pueden acceder los autos y fomentar el transporte público, la bicicleta y la caminata.
- Construir viviendas bien aisladas, bien ventiladas, bien diseñadas y bien orientadas. Esto contribuiría a que no se requiera tanta energía para refrigerarlas o calefaccionarlas. La ganancia es enorme y no es necesariamente costoso, según Maurtua. De esta manera ayudaría al sistema energético a afrontar mejor los picos de consumo, que tensan la generación, el transporte y la distribución de energía. Además nos nos permitiría pasar mejor las olas de calor en casa.
- Impulsar las energías limpias. A la Argentina le sobra potencial para la solar y la eólica: casi todo su territorio se caracteriza por los días soleados y en el sur se registran los vientos constantes. En el último verano caluroso y seco, los paneles solares hubieran podido aportar la mejor de sus capacidades y aportar la energía que era tan demanda en ese momento. Las energías limpias no sólo abarca la solar y la eólica, sino también el hidrógeno verde, la biomasa, el biogás, las pequeñas hidroeléctricas y la geotermia, pero Díaz recuerda que también está la nuclear. La ley de energías renovables establece que dentro de dos años el 20% de la matriz eléctrica debe ser de este origen, pero en 2022 apenas se llegó al 14%.
- Mejorar la atención a las personas mayores y la capacidad en los centros de atención sanitaria frente a los problemas asociados con estos eventos climáticos. Maurtua recuerda que los ancianos corren riesgo de convertirse en víctimas fatales de las olas de calor. Díaz apunta a la variedad de efectos del calentamiento global. Entre ellos se prevé malnutrición, víctimas de incendios, enfermedades infecciosas, hídricas y cardiorespiratorias y dengue.
- Ayudar a las poblaciones vulnerables ante olas de calor. Son aquellas que carecen de fondos para construir viviendas aisladas o con aire acondicionado o con un servicio eléctrico que no se corte y a la vez los deje sin bomba de agua.
- Identificar y preparar las zonas potencialmente inundables para proteger a la población vulnerable que vive allí frente a eventuales catástrofes. Lo propone Maurtua: “Porque hay impactos que van a ocurrir y entonces también hay que tener medidas de respuesta”.
- Adoptar mejores sistemas de prevención de incendios. Es una de las propuestas de Becker, que recuerda: “En cuanto a adaptación al cambio climáticas son muchas las cosas que se pueden hacer y depende también de como se ve impactada cada provincia”.
- Planificar obras que permitan adecuar todo tipo de infraestructura en función de los escenarios que esperamos tanto para un futuro cercano como lejano según las proyecciones climáticas. Es lo que propone Díaz. Mayores sequías, inundaciones y temperaturas obligan a nuevas obras en las ciudades y el campo, incluidas los sistemas de riego en zonas que hasta hace poco eran húmedas.
AR