Lo primero que se ve, al cruzar el parque y atravesar la puerta de esta casa en San Isidro, es la camisa de comandante recién planchada que cuelga en un perchero de pie. Las cuatro tiras doradas brillan sobre los hombros con la luz del mediodía. El pantalón de vestir, en cambio, todavía está húmedo y la mujer que trabaja en la casa intenta apurarlo con la plancha. A Enrique Piñeyro no se le alcanza a secar el uniforme entre un viaje y el otro. Hace menos de 48 horas llegó de Madrid piloteando su Boeing 787 para atestiguar en el juicio oral por la tragedia de Austral —cita que finalmente se suspendió— y en un par de horas vuelve a irse, solo como vino, en su avión con capacidad para 250 pasajeros. “No gasta mucho más que un jet privado”, se excusa.
Piñeyro —que entre otras cosas es expiloto de LAPA, médico, actor y chef de su restaurante, Anchoíta— compró ese avión en febrero (ya tenía otro, un Boeing 737) para poner en marcha su último proyecto: la fundación Solidaire, “una ONG para ONGs”. Con ese avión trasladó en mayo insumos médicos a la India, llevó a periodistas argentinos a sobrevolar la milla 200 para documentar la pesca ilegal de buques extranjeros en aguas nacionales y ahora se apronta a repetir la experiencia pero sobre la frontera marítima de Senegal y sobre la isla de basura del Pacífico. Está haciendo gestiones con el gobierno de Paraguay para llevar vacunas, algo que también le ofreció a la Cancillería argentina, pero no obtuvo respuesta. Por eso 45 días después reiteró su ofrecimiento, pero esta vez al Ministerio de Salud de la Nación, que le contestó con una serie de preguntas técnicas que lo entusiasman; parece que hay interés.
Pero el Boeing 787, que era de la línea comercial Aeroméxico y ahora es el activo principal de Solidaire, no es su última adquisición. Piñeyro muestra en la pantalla de su celular la foto de un barco de casco naranja y 51,3 metros de eslora: el Sanco Sea. “Mi primer yate privado, mi yacht”, ironiza. “Está en Oslo y la tripulación se sube hoy para llevarlo hasta Vigo y hacer una prueba de mar. Si pasa la prueba se paga lo que resta, lo acondicionan, y empieza a trabajar en el Mediterráneo. Obviamente, lo va a operar Open Arms para rescatar náufragos”, explica. Open Arms es una ONG española, fundada por Oscar Camps, dedicada a asistir personas abandonadas en aguas internacionales que huyen de conflictos bélicos, persecución o pobreza, una problemática que a Piñeyro le preocupa y que considera “lo más brutal y violento del drama que se está viviendo ahora, con la posible excepción de los campos de refugiados y las cárceles en Argentina y otros países”.
A Piñeyro se le ocurrió comprar su último Boeing cuando viajó a Somalia por un documental en el que es coproductor, y vio la desorganización de la logística humanitaria y los abusos de ciertas empresas en los precios de los traslados. “Con el avión se pueden hacer un montón de cosas para la logística de las ONGs, de forma profesional y sin estar dilapidando recursos. Y, a la vez, el avión como herramienta de comunicación tiene un poder enorme. Si yo sobrevuelo la pesca ilegal y desde arriba parece Nueva York, es contundente. No hay otra forma de mostrarlo”, dice Piñeyro este mediodía de miércoles. Está sentado en uno de los sillones blancos de su casa, donde la luz entra a raudales por las ventanas de paño fijo y dibuja formas en el piso de madera oscura. Es una casa grande, de un solo ambiente integrado en la planta baja, pero está lejos de ser una mansión ostentosa. Más bien, tiene detalles de lujo: cerraduras que se abren y cierran desde el Apple Watch de Piñeyro, una escalera de madera en espiral sin baranda; casi una escultura. Por lo demás, son todos portarretratos familiares y adornos genéricos: unas piedras pintadas de blanco que dicen nature, love, hope.
Últimamente Piñeyro pasa poco tiempo en esta casa. Con la pandemia empezó “una huída de los lockdowns” que lo llevó a dar vueltas por el mundo y a hacer base en Madrid, donde está en cartel la sexta temporada de su espectáculo de stand up Volar es humano, aterrizar es divino, del que dio algunas funciones con aforo limitado y tiene agendadas otras. Además del encierro, Piñeyro huyó de otra cosa que, dice, lo agota: el clima de crispación política en la Argentina.
Hace algunas semanas se cruzó en Twitter con el periodista Alejandro Bercovich, que se refirió al “curioso caso del piloto Enrique Piñeyro Rocca, dispuesto a donar un vuelo con sus gastos por U$S200.000 para ahorrarle plata al fisco pero litigante en el Juzgado Nº4 Secretaría 7° contra el Aporte de las Grandes Fortunas, del 2%, que debe pagar por ley”.
“Me inventó un doble apellido que jamás tuve y está empeñado en una campaña para mostrar que no pagué el impuesto. Y yo lo pagué. No me corresponde, pero igual lo pagué. Lo único que hice fue iniciar una acción declarativa de certeza para dejarlo asentado como corresponde”, argumenta. Según su explicación, no le corresponde pagar el aporte sancionado en pandemia porque tiene residencia fiscal en España y no en la Argentina, aunque la ley indica que incluso en esos casos se debe pagar por los bienes que el contribuyente tiene en el país. Por otro lado, y si bien es cierto que nunca usó su apellido materno, su madre —Marcela Rocca, fallecida a fines de 2017— era prima de Paolo Rocca e integrante del emporio familiar Techint; dueña de una fortuna que él heredó.
—Página 12 también me puso en una lista de los millonarios que no quieren pagar el impuesto. Es muy, muy chiflado... la transformación del periodismo en una actividad de bullying prácticamente —dice Piñeyro y resopla abatido, con los brazos abiertos sobre el respaldo del sillón. Usa unos zuecos de cuero en los pies, jean y una remera negra manga corta. Está en su versión de “Clark Kent”, dice, la contracara de su faz de comandante, de superhéroe que vuela.
—¿Te afectó?
—Me paspa un poco porque debo ser el campeón fiscal de la Argentina. Te aseguro que nunca entré en un blanqueo, nunca me gasté un dólar en negro, nunca tuve un empleado en negro, no tengo un solo juicio laboral... No tengo nada, nada, nada.
En sus palabras hay un intento velado por despegarse de las conductas de la familia Rocca, cuyos miembros sí han participado de blanqueos y con quienes Piñeyro no tiene una relación cercana.
—Lo que me doy cuenta es que nadie está dispuesto a creer. Si alguien lo dice, ya está, ¿entendés? Y no podés contestar 70 tweets que dicen “Paga, rata” y ponerle el recibo de la Afip. Es una pelea desleal.
—Si igual pagaste ¿para qué hiciste la acción declarativa?
—Porque cuando salga voy a tener la constancia de que no me correspondía pagar. Pero igual puse por escrito que nunca voy reclamar la devolución. Me parece que corresponde, porque si no es como... “¿por qué pagaste?” “Te obligaron”. ¡Nadie me obligó! ¿Dónde está la intimación? Lo bueno es que de parte del Gobierno no hubo ninguna reacción adversa, so far.
—¿Por qué crees que el Gobierno no aceptó tu ofrecimiento para traer vacunas?
—No sé. Me tendría que poner a especular y no ayuda especular ni enfrentarse. Tenemos récord de muertos, tenemos récord de casos nuevos, tenemos récord de un montón de cosas. O sea, no es momento para profundizar esa grieta y seguir haciendo fulbito político. Hay que solucionar las cosas. Con ese espíritu es que dije: te ofrezco que el Estado pueda desafectar esos fondos de logística de vacunas y ponerlos en la atención de pacientes, en terapia, en respiradores. Te traigo respiradores también, si querés. Repartamos el peso de la emergencia.
Piñeyro nació hace 63 años en Italia y por eso algunos de sus amigos le dicen “el Tano”. Él asegura que su lugar de nacimiento fue una casualidad que se explica porque justo su padre estaba estudiando allí con una beca, pero que creció en Vicente López. “Abajo del localizador de Aeroparque”, precisa. De niño pasaba horas mirando los aviones desde la terraza, extasiado por el poder de convocatoria que generaban esas máquinas cada vez que tocaban tierra. “De golpe había un ruido tremendo y ahí iban cientos de personas, vehículos. Hoy hay mucho menos, pero igual hay jaleo alrededor del avión cuando llega. Me alucinaba lo que generaba el bicho cuando llegaba, un comité de recepción magnífico… y todos miraban a la cabina”.
Se hizo piloto contra la voluntad de su padre, que era médico y creía que desperdiciaba su inteligencia. También se recibió de médico en la Universidad de Buenos Aires, algo que no alcanzó para conformar a su progenitor. “Era la más pura desaprobación, porque incluso con la medicina me decía que no iba a ser feliz. No era fácil lidiar con el sujeto”, recuerda. Su madre, en cambio, era otra historia: “Ella estaba orgullosa de cualquier huevada que hiciera”.
—¿Qué pensás sobre la clase acomodada de este país?
—No sé, no los conozco a todos. Pero no ha sido claramente un grupo que se ha caracterizado por su generosidad y compromiso social. El otro día estaba viendo un documental y vi cuando la Sociedad Rural le hablaba al riojano [a Carlos Menem] y a Alfonsín y dije qué feo todo esto... horrible. Una cosa anacrónica, fuera de tiempo.
—¿Lo decís por lo de imponer condiciones, exigir?
—Y además como una casta. Creo que es como todo; hay gente que es muy avara y usa su dinero para tener sus objetos de lujo y también se puede hacer un capitalismo más disruptivo: transformar los objetos de lujo. Un jet privado o un yate privado pueden ser herramientas poderosas, pero las tenés que poner para eso.
—¿Vos te apuntas a eso, a un “capitalismo disruptivo”?
—Me gusta eso de reformular los objetos de lujo. Muchas veces me cuestionan que soy bastante tronco como empresario; todas mis empresas pierden plata. Y siempre están con que “no, que tenés que hacer negocios, tenés que ganar plata”... pero si yo puedo resolver generar dinero de una manera de fanboy, qué se yo, me compro acciones de Apple porque me gusta el producto Apple desde que tengo uso de memoria, problema mío. Resulta que si tengo un yate de 26 metros lleno de marineritos vestidos de blanco ahí nadie te cuestiona nada, eso está bien. Ahora, si dilapidás en tu restaurante y no haces un markup como para llenarte de oro pero brindás otra cosa, ahí empieza un cuestionamiento, ven que hay algo del capitalismo que no está funcionando bien... ¿a vos qué te importa? Me parece que es interesante como planteo darle un uso al dinero que no sea entregarlo en caridad y desentenderte. Yo siempre me involucro en los proyectos.
Piñeyro camina entre los canteros de su huerta —una secuencia de cajones de madera donde crecen pimientos, lechuga, ajo, papayas— y mastica una hoja de Taco de reina, una planta de flores que suele adornar los frentes de las casas de barrio sin pretensiones. Dice que tiene un poco de gusto a wasabi. Cuando no estaba cerrado por la pandemia, algunas de estas cosas terminaban en su restaurante, aunque tiene una huerta agroecológica específica en el Tigre para proveer a Anchoíta. También tiene su propio campo de donde trae la carne y su idea es poder integrar toda la cadena. Piñeyro nos sabe cuántas personas trabajan para él entre todos sus proyectos, pero hace un cálculo rápido: “¿Cien personas?”.
Trabajó diez años en la aerolínea LAPA (tras denunciar reiteradamente fallas en la seguridad, renunció dos meses antes de la tragedia de 1999 en el que murieron 65 personas), pero asegura que cocinar en Anchoíta se sintió como “trabajar por primera vez”. En la cocina instaló la cultura de una cabina de avión: nadie grita ni se altera ni recibe un reto por estrellar una bandeja. “¿Cuál es el peor escenario en un restaurante? Un chabón encabronado porque no le está llegando la comida. Come on, ¿no lo podés solucionar a eso? Andá a la mesa, llevale una empanada, distraelo un rato”.
Dice que le interesa la política y que siempre hizo política desde su lugar; con sus sus películas (dirigió Whisky Romeo Zulu, Fuerza Aérea Sociedad Anónima, El rati horror show y participó como actor y productor en otras como Garage Olimpo y ¿Quién mató a Mariano Ferreyra?, entre otras) y sus organizaciones. Sin embargo, cree que participar directamente lo limitaría. “Resignás tantas plumas para llegar al puesto de poder que después cuando lo obtenés ya no podés volar. En cambio yo ya puedo volar”, resume.
Después de dirigir su película documental El rati horror show, que relata la historia de Fernando Carrera, condenado injustamente a treinta años de cárcel por la Masacre de Pompeya, Piñeyro comenzó a recibir mensajes de muchos otros presos y presas en la misma situación y fundó Innocence Project, una ONG dedicada a ayudar a condenados por equivocación o causas armadas. Piñeyro se junta el pelo en la nuca con las dos manos y se lamenta: “Innocence project tiene un alcance tan limitado. Te lleva tres años sacar un tipo de la cárcel y hay miles. Es muy deprimente y es inescalable ese problema. O sea, para resolverlo tenés que tener una cuota de poder que sólo se consigue a través de la política”.
—Si no es directamente, ¿pensaste en sponsorear o apoyar a alguna persona para que haga política?
—Pensé dos cosas. Una, generar un convenio con alguna universidad, que preferiría que fuera estatal, para tener una carrera de administración gubernamental, no importa la ideología. Porque hay que saber administrar el Estado; no pueden definirse como puestos políticos puestos que son técnicos. Y mi segunda idea es una especie de formación de candidatos.
—¿No son los partidos políticos los que forman a los candidatos?
—No, no lo hacen o formarlos para ellos significa enseñarles a rosquear. Yo lo que digo es enseñarles a administrar el Estado. Entonces agarras un municipio y decís, dos años antes, “vamos a apoyar a este señor”. Lo elegís como las líneas aéreas eligen a sus pilotos sin experiencia, ab initio, y lo forman en su cultura.
Piñeyro dice que sería algo así como un “experimento” porque le resulta difícil pensar cómo escalarlo, pero sí tiene claro que lo que rinde es armar “jugadores” y no “equipos”. Jugadores que, en todo caso, obliguen a negociar a los equipos que los quieran tener, a conceder. Jugadores con un “pase caro”.
—¿Se te ocurre alguna persona que te interesaría sponsorear?
—Hay algunos directores técnicos de fútbol, muy poquitos. Es interesante los planteos que hacen respecto del liderazgo de un grupo. A mi me impresionó mucho Pablo Aimar. Habló de las selecciones juveniles y de lo importante que era que no hubiera recibido quejas en el hotel sobre comportamiento. Dije: este tiene otra cabeza, está pensando en otra cosa, está construyendo un liderazgo desde otro lugar. Marcelo Gallardo también.
—¿Es una fantasía o lo podrías concretar?
—Es una fantasía por el momento. Ahora estoy con cosas más reales. Este tiempo de tomar distancia de Argentina también te ayuda a pensar qué puede hacer uno por la Argentina. ¿Qué puede hacer? Bueno, por ahora traer vacunas. Después, vemos.
DT