Opinión

Hambre para hoy ¿pan para mañana?

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Tocar fondo tiene una injustificada mala prensa. Es, en realidad, un momento bisagra, un punto de inflexión en el cual queda un solo camino: subir. En las últimas semanas se viene dando un debate acerca de si la golpeada economía argentina se encuentra efectivamente en un piso que la coloca próxima a un despegue o si, por el contrario, lo peor está por venir.

La divergencia en cuanto a los pronósticos contrasta con un diagnóstico que es indiscutible. Llegamos a las PASO con las peores condiciones económicas en las últimas seis elecciones tanto si miramos el índice de consumo como el de empleo o salario real. Argentina tiene el mismo PBI que hace diez años y el mismo PBI per cápita que hace cincuenta, un lapso en el cual la pobreza pasó del 5% al 42% y donde casi seis de cada diez niños son pobres.

Analizando un periodo más corto, el árbol no es muy distinto del bosque. La degradación del salario real en los últimos cuatro años alcanza el 23%, con una inflación que erosiona cualquier poder adquisitivo y que ha derivado en el récord histórico de trabajadores ocupados que no alcanzan la línea de pobreza, el 30%.

Con un pasar todavía más cuesta arriba se encuentran los centenares de miles de desocupados que pueblan las calles de todo el país reclamando por trabajo genuino, pero sabiendo que si eso no llega, el Estado debería dar un auxilio mayor al que recibieron hasta ahora. Los trabajadores pasivos, los jubilados, se ubican también en el pelotón de los grandes ajustados en el último periodo.

Mal que le pese a muchos de los colegas que pululan por el panelismo televisivo, economía y futurología deberían ser asuntos separados. No tenemos la bola de cristal, intentamos hacer ciencia y en ese camino evaluamos las tendencias que existen, cuales son los desequilibrios y las potencialidades que, bien interpretadas, pueden transformar la realidad.

En el Gobierno se ilusionan con que el “segundo semestre” de Alberto Fernández sea el que finalmente muestre los brotes verdes, parafraseando la nomenclatura macrista. Se valen para ello de dos datos: el del crecimiento de la actividad económica (que más allá de la injusta comparación con 2020, en algunos sectores supera también la pre pandemia) y la meseta de los últimos meses de la inflación.

Quienes se vuelcan al escepticismo consideran que ese rebote es muy heterogéneo y todavía no alcanzó a los sectores populares y que la inflación menor al 3% mensual que prometen para la segunda mitad del año va a durar poco una vez que se levanten algunas anclas inflacionarias como las tarifas semi congeladas o el dólar, cuyo precio creció en el último año un tercio que la inflación.

De todas maneras, más allá de un punto más o menos de inflación, lo determinante pasa por el acuerdo con el Fondo. El Frente de Todos llegó al poder sabiendo que debería enfrentarse a una deuda inmensa y que los vencimientos más cuantiosos con el FMI comenzarían el año próximo. En el medio estuvo la reestructuración con los acreedores privados, mucho más festejada por Martín Guzmán que por los mercados, que continúan valuando los bonos argentinos con un rendimiento cercano al 20%.

El objetivo inicial del Gobierno era llegar a un acuerdo rápido con el Fondo, algo que obviamente no ocurrió. Ante la inminencia electoral las voces fuertes de la coalición decidieron posponer la rúbrica, sabiendo que lo que se firmará en Washington serían los lineamientos fundamentales de la segunda mitad del mandato y, probablemente, diste mucho de lo que necesitan los bolsillos de los votantes.

Es lo que Alejandro Rebossio adelantó en elDiarioAR: para acordar con el Fondo las condiciones son las mismas de siempre, las famosas “reformas estructurales”. Modificaciones importantes en materia laboral, tributaria y fiscal de manera que el principal acreedor del país se asegure el repago a partir de un achicamiento del déficit y más facilidades para los supuestos inversores.

La particularidad de que cuando se firme el acuerdo deberá pasar por el Congreso no es un dato menor. En el Gobierno quieren compartir con la oposición el costo político de lo que se vaya a aplicar y de parte del Fondo prefieren abrir el paraguas ante un recambio electoral en dos años y comprometer a todo el régimen político.

El ajuste en el gasto público que llevó adelante Guzmán en la primera mitad del año, incluso suspendiendo la IFE y recortando las partidas vinculadas a la pandemia, está todavía muy lejos de lo que le demanda el organismo dirigido por Kristalina Giorgieva. Al menos le permitió un mayor margen de cara a los comicios, donde su slogan de cabecera “el achicamiento del déficit no es derecha” chocó de frente con las necesidades electorales del FdT.

De cara a las PASO, la suerte ya está echada. Ningún anuncio o decisión económica cambiará el rumbo de lo que suceda dentro de diez días. Vamos camino a una elección que es presentada a ambos lados de la grieta como la más importante de la democracia, pero que se vive con más apatía que cualquier otra en los últimos veinte años

El resultado de los comicios, sin embargo, no será indiferente para lo que viene. Demostrará, entre otras cosas, el grado de hartazgo de la población para con la situación económica y quienes nos trajeron hasta acá. Ese dato, a su vez, será crucial para las decisiones que se tomen en el futuro inmediato y será un indicador de cuán corta está la mecha del humor popular. Lo que difícilmente tengamos es una respuesta a si ya tocamos fondo y si al hambre de hoy lo sustituye el pan de mañana.

GL