Economías

Inflación: una serie de mil temporadas

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A lo largo de al menos 50 años, la serie inflacionaria en Argentina ya ha sumado una cantidad considerable de capítulos. Pero lejos de tratarse de una novela colombiana, su trama no es fácil de anticipar y, por lo tanto, no es posible tampoco spoilear su resolución.

El show de la inflación empezó a tener cierta repercusión desde mediados del siglo pasado. Entre 1950 y 1970 la inflación rondó, con un par de outliers, alrededor del 25% anual. Lejos de “afectar el poder adquisitivo y empobrecer a la población”, durante esos 20 años la economía se desempeñó bastante bien, con tasas de crecimiento más que decentes para un país en desarrollo, y un reparto de la creación de riqueza bastante aceptable asociado al desarrollo de un Estado de Bienestar del tercer mundo, pero efectivo.

Pero sin que se notara demasiado, porque todo funcionaba dentro de parámetros normales, Argentina estaba gestando algunas debilidades. El primer proceso que comenzó a consolidarse fue el acostumbramiento a convivir con la inflación. Siendo un fenómeno que producía alguna incomodidad personal pero rara vez caos macroeconómicos de magnitud, la economía aprendió a convivir con ella, sin notar los pequeños desarreglos que podía ir acumulando. Por ejemplo, una inflación moderada pero inestable no ayuda a que los mercados (de por sí con fallas) puedan contribuir a asignar recursos adecuadamente y los agentes se acostumbraron a vivir en un contexto donde estos mecanismos se vieron afectados. Por dos décadas los espectadores se acostumbraron a ver capítulo tras capítulo de una serie que reconocían y anticipaban y que los anestesiaba un poco. Y comenzaron a incorporarla a su memoria de largo plazo.

El segundo proceso que comenzó a extenderse concierne al gobierno. La inflación comenzaba a dificultar la ejecución y la efectividad de las políticas económicas, por distintas vías. Presupuestos poco precisos, créditos a tasa fija que la inflación pulverizaba, dificultades insalvables para lograr financiar el déficit público, etcétera. Con una economía creciendo, estos obstáculos se sorteaban con relativo éxito, pero al costo de financiarse con el Banco Central, establecer regulaciones múltiples, y mantener una economía cerrada. 

El tercer proceso, al que convergen los otros dos, fue un lento pero inexorable aumento de la fragilidad de la economía ante potenciales disrupciones provocadas por un mundo que, de repente, abría raudamente sus fronteras. Los movimientos de bienes y de capital se internacionalizaron muy rápidamente y muchos notaron que nuestra serie estaba bien, pero que quizás las extranjeras estaban mejor desarrolladas.

Y es así que en los 70 la trama inflacionaria dio un vuelco. De la moderación con personajes conocidos y repetitivos pasamos a un régimen de alta inflación con un guión confuso y, ahora sí, decididamente dañino. Hasta fines de los 80, buena parte del esfuerzo privado fue destinado a evitar que la inflación lo perjudicara y buena parte del esfuerzo público fue destinado a retrasar la llegada de la hiperinflación. Los planes para cambiar personajes, tramas y la dirección de la serie inflacionaria tuvieron éxitos efímeros. Queriendo cambiar completamente el argumento de la inflación y estabilizarla definitivamente, el paradójico resultado fue que, tras cada fracaso, ni siquiera se pudo volver a aquel pre-seventies-show que el público se resignaba a ver sin mayores quejas.

Las dos hiperinflaciones de mediados y fines de 1989 fueron un espasmo dramático, pero a la vez esperanzador. Los espectadores, acostumbrados a reconocer cambios puramente cosméticos, reconocieron que esta vez la serie de la inflación se había renovado completamente. Durante unos años el nuevo show fue ovacionado, pero sobre el final algunos comenzaron a notar que su éxito dependía de la actuación de unos pocos personajes. ¿Podría mantenerse si sus estrellas decidieran jubilarse? Si bien tuvo grandes beneficios iniciales, la estabilidad de los 90 no logró desactivar ni la memoria inflacionaria ni la creciente preferencia de los argentinos por el dólar (porque los defensores de la convertibilidad afirmaban que peso y dólar eran dos monedas indiferentes). Sobre el final de la experiencia, la obstinación para sostener demasiado tiempo una serie cada vez más artificial terminó en una nueva explosión. No hubo hiperinflación, pero la desconfianza respecto de la moneda local retornó en pocos años. 

Tras el regreso a la inflación moderada, algunos evocaron aquellos tiempos en los que un poco de ella no era un problema insalvable. Con variantes, la serie volvió a ser ese entretenimiento algo naîf de los 50 y 60 y la moda vintage enamoró durante un tiempo al público. Pero pronto pasó que la inflación con crecimiento (una fase que en uno de los episodios de la serie es ocurrentemente referida como “creflación”) dejó paso a la inflación con estancamiento (la más conocida “estanflación”, ya no tan risueña). Los viejosproblemas de memoria inflacionaria, dificultades de política y falta de resiliencia a perturbaciones externas renacieron.

Tras esta fértil experiencia histórica, los productores y responsables de la serie han ganado conocimiento. Saben, por la negativa, que la inflación moderada sostenida genera daños en el mediano plazo, que los planes de estabilización apurados fracasaron siempre, que es necesario considerar los factores políticos y sociales y no sólo la técnica económica. Y que mientres dura un plan de estabilización, cualquier cambio en las expectativas o los precios internacionales va a golpear transitoriamente sobre los precios.

Ahora es momento de buscar un buen final de temporada. Cerrar definitivamente en un único y breve capítulo una serie con tantos personajes y enredos sería un error histórico (quizás equivalente a aquel polémico final de la serie Lost). Lo único que se puede hacer es ir apagando este legendario vicio televisivo de manera pausada pero sostenida, hasta que todos y cada uno de sus dilemas se vayan resolviendo de una manera creíble para los espectadores presentes y futuros.