Los datos de pobreza revelan, una vez más, la difícil realidad que sigue enfrentando una amplia franja de la sociedad argentina. La estadística publicada por el INDEC tiene que ver exclusivamente con los ingresos reales de las familias, pero éstos son apenas la punta del iceberg del drama de la pobreza.
La pobreza no debe ser entendida exclusivamente como una situación eventual o transitoria de falta de ingresos, porque en muchas ocasiones suele transformarse en una trampa. La trampa funciona como una encerrona, porque estos ámbitos contribuyen a que esta situación perdure y sea difícil escaparle. Lo que para la clase media es un mal momento financiero que puede ser sobrellevado con la ayuda de los familiares, en un contexto de pobreza puede representar una pesadilla sostenida con consecuencias duraderas.
Un ejemplo de una dificultad más o menos inmediata que enfrenta un pobre cuando se queda sin recursos son los costos de ser dados de baja de los servicios públicos por falta de pago. Para empezar, reemplazar la falta de luz o de gas con otras alternativas suele ser caro, de modo que el costo de sostener una vida normal aumenta drásticamente. Las empresas proveedoras, además, aprovechan la falta de pago para ejecutar un castigo financiero extra bajo la forma de intereses brutales, incomprensibles e irreclamables, y también elevados pagos para lograr la necesaria reconexión.
Cuando las circunstancias son acuciantes, los vulnerables tienden a fallar en sus decisiones, al menos cuando éstas se evalúan desde la tranquilidad de quien no pasa por esta situación. Una gran cantidad de investigaciones revela que la gente en condiciones de escasez económica es más impulsiva, tiene un peor desempeño escolar y toma decisiones financieras demasiado arriesgadas. Los pobres no son pobres por sus malas decisiones, sino que son los contextos de pobreza los que detonan una serie de malas decisiones.
Ser pobre significa tener que prestar atención permanente a los problemas más urgentes. Llevar un plato de comida a la mesa diaria, tratar de que los chicos sigan yendo al colegio o conseguir dinero prestado al precio que sea. Cuando se analizan desde afuera, varias de las estrategias tomadas lucen apresuradas, insuficientes o claramente erradas. Pero de nuevo, son circunstancias tan extremas que harían que cualquiera, en la misma situación, decidiera tan mal como ellos.
Para ilustrar, volvamos al ejemplo de la desconexión forzada de los servicios públicos. Cuando se consideran todos los costos que termina pagando, es claro que a la familia le hubiese convenido seguir abonando la factura. Pero quizás se habían comprometido esos pesos para comprar un regalo de cumpleaños a un hijo, y privilegiaron este objetivo. Un robot racional podría evaluar “objetivamente” esta decisión y concluir que ha sido un desperdicio, pero ésta no es la forma de análisis que predomina durante una emergencia.
Otro ejemplo de resoluciones “racionalmente limitadas” de los pobres son sus relaciones financieras. Aún en una economía estable, al pobre se le hace difícil ahorrar porque no es fácil definir “dónde poner la plata”. En Argentina, esta dificultad se multiplica porque mantener dinero en efectivo significa perder poder adquisitivo y las alternativas para evitarlo no están fácilmente disponibles. Además, dadas sus necesidades acuciantes y permanentes, los pobres no siempre pueden ejercer sus compras al mejor precio, y es normal que sean estafados con la calidad del producto que adquieren.
La tensión permanente que produce la pobreza también da lugar a ceder ante las tentaciones, llevando su situación financiera aún más en el límite. Cuando llegan las obligaciones ineludibles y la plata no alcanza, los pobres se endeudan en condiciones adversas. Con tal de resguardar a toda costa su único capital futuro, que son sus hijos, se omite todo cálculo de sostenibilidad financiera. Los prestamistas usureros entienden bien esta psicología, y aprovechan para prestar a tasas estratosféricas, usualmente ocultas bajo la forma de una devolución “en muchas cuotas bajas”. Sin embargo, cuando estas cuotas bajas se suman a otras cuotas bajas de otros préstamos, el total empieza a ser alto. Si el crédito no se paga, se corre el riesgo de embargo de los pocos activos que les quedan, y en determinadas circunstancias incluso pueden producirse amenazas a la integridad física.
En la pobreza, además, el margen de error de decisión es escaso. Una familia con ingresos holgados puede darse el lujo de fallar una, dos o tres veces en sus elecciones económicas o financieras. Pero en el caso de los más vulnerables, cada error implica un costo enorme, y por lo tanto unos pocos fallos pueden terminar en la pérdida total de sus ahorros.
Cada vez que se difunde el índice de pobreza, debemos recordar que se trata de un fenómeno que tiende a solidificarse con el tiempo, y que cada día que pasa sin atacarla se traduce en nuevas cadenas que impiden sortear la trampa. Un verdadero cepo, mucho más catastrófico que el que nos impide comprar dólares.
PM