CRÓNICA

Entre remarcaciones y góndolas vacías, los argentinos adelantan compras para paliar un futuro incierto

Macarena Romero

13 de diciembre de 2023 06:27 h

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En dos semanas es Navidad, pero las jugueterías están vacías. Los bazares, con sus arbolitos de plástico verde, Papá Noeles made in china y luces de colores, también. Juan trabaja en uno que está sobre avenida Cabildo, pasa el trapo por un piso reluciente, está aburrido. Durante las últimas semanas casi no hubo clientes. A pocos metros está la entrada de un supermercado mayorista y la escena es otra: está lleno, aunque son las once de la mañana de un día laborable.

Mariana tiene 37 años, se acomoda los anteojos y mira con detenimiento los precios de las latas de atún, tiene el carro lleno de paquetes de fideos, pañales, rollos de cocina y papel higiénico, lavandina, limpiador de piso y antigrasa. Tiene a su bebé de cuatro meses a upa. Nada de lo que lleva es para Navidad, está adelantando las compras del mes por consejo de su marido, que es economista. “Las medidas de esta tarde van a ser contundentes” dice, en referencia a los anuncios del Ministro de economía, Luis Caputo.

Ella es ama de casa, tuvo que renunciar a su trabajo para cuidar a su hijo “para la niñera ya no hay plata, con nuestro otro hijo, que hoy tiene dos años y medio, la podíamos pagar, hoy la plata te entra de un lado y te sale del otro”. Dice que la remarcación de precios ya empezó, hace dos semanas compró atún por 200 pesos menos, cree que mañana va a ser peor, y que va a haber más gente. Se anticipa a los precios, pero también a las filas que intuye post anuncio. “Se viene el quilombo. Es tremendo pero yo pienso que hay que ajustarse, porque así no podemos seguir, y si nos ajustamos con un propósito, con un sentido, yo estoy dispuesta a hacerlo. Yo no soy economista, entonces, no entiendo mucho, pero por mis hijos yo estoy dispuesta a hacer los sacrificios que haya que hacer para que ellos el día de mañana estén mejor”. Le acaricia la cabeza a su bebé y dice que llena el carro con atún, fideos y esperanza. 

Paula tiene 25 años, es paraguaya, está en el mismo supermercado pero el contenido de su chango es distinto al de Mariana. Lleva muchas bandejas de carne etiqueta negra, quesos duros, leche descremada, yogurt y leche larga vida primera marca. Habla por celular mientras elige. No es para ella. Paula es trabajadora doméstica, compra para “sus patrones” de Belgrano. Ella no hace compras anticipadas propias “porque siempre aumenta y una ya está acostumbrada, ¿qué se le va a hacer? no alcanza para comprar tanto antes de cobrar”. Vive sola, de su sueldo, no está registrada pero cree que “se puede, trabajando. Yo siempre laburé, desde los 14, y tengo que seguir laburando, si tengo que laburar más lo hago y listo”. Cree que va a tener que trabajar más horas de ahora en adelante, pero no tiene certezas sobre el futuro: “Hay que darle tiempo a Milei”, dice mientras le suena el celular sin parar. En la fila una chica de chomba gris se lleva dos carros colmados, apenas los puede arrastrar.

Como en un revival de la pandemia hay faltantes de papel higiénico y productos de limpieza, sobre todo lavandina. Pero ahora también faltan cortes de carne, la góndola está vacía con excepción de cuatro lomos envasados al vacío, el precio por kilo, de lo que queda, es de $7.300. El desabastecimiento se acompaña de un incesante ir y venir de repositores que entran con pallets cargados de cajas del depósito. Desarman, reponen, vienen con listas en la mano, miran el celular, hablan por handy, remarcan precios. Es la segunda remarcación del día.

María es española, habla por celular, le da instrucciones a su hija: “hay que comprar pañales”, le dice. Ella trabaja en un restaurante y el proveedor de cerveza les acaba de avisar que remarca un 100% a partir de mañana. Ella cree que se va a trasladar a todo, entonces hoy se apura a organizarse. La encargada que trabaja con ella se ríe y pregunta si el sueldo de todos los trabajadores también aumenta el 100%. María vive en Argentina hace 41 años. “Lo que más me preocupa son los pañales, después comeremos arroz hervido. Yo la veo jodida hace rato, lo vengo diciendo antes de la pandemia, les decía 'chicos se viene muy jodida, chicos están usando la plata del ANSES, somos 4 los que trabajamos y aportamos para mantener un país de 44 millones'. María cree que el diagnóstico de Milei es correcto, que para salir adelante ”hay que trabajar“, cuenta que ella lo hizo con cuatro chicos y un marido alcohólico, en un momento en que para las mujeres la gastronomía era muy difícil. ”Este país, con los recursos que tiene, va a salir adelante, pero el esfuerzo lo tienen que pagar todos, también los trabajadores como nosotros. Esperanza, la tengo toda, país como este no hay en ningún lugar del mundo“ dice al despedirse.

En un hipermercado de San Martín está Marcia, es brasileña y tiene una agencia de turismo, le va bien. Su hija de 16 la ayuda a elegir qué comprar, tiene un impedimento del habla pero dice con firmeza “venimos porque Milei va a subir los precios”. Marcia migró hace 16 años, su marido es argentino. Espera que “todo lo que haga Milei sea para bien, yo no voto acá pero quería que ganara él por el cambio. Al mismo tiempo él dice shock, y eso da un poco de miedo. Uno quiere el cambio pero le da un poco de susto el shock. No nos queda otra, como decía ele, no hay plata. Los que puedan comprar que compren, ele mismo citó una inflación del 15.000%, no sé, eso asustó a todo el mundo”. 

Francisco recorre el hipermercado en una silla ortopédica, tiene una pierna inmovilizada porque se cortó el talón de Aquiles. Su pareja mira precios y le consulta. Tienen un hijo de doce años. Su estrategia es achicar gastos, comprar menos, cambiar de marca. Él trabaja en un sindicato “a mí no me la contaron, yo vi a las empresas despedir gente y también vi cuando llegaban un montón de currículums, hasta hace un año atrás, porque había laburo. Esto es una cadena, la gente se desespera, acá se guardan la lavandina y parece que no hay, la van a poner mañana remarcada”. Francisco dice que no entiende la cabeza de los argentinos, que festejen el anuncio de un ajuste brutal “el voto castigo es un castigo para vos mismo, no se entiende. A un peronista a las patadas lo podes enderezar, a estos no. Ojalá que no se pudra, por el bien de todos”, concluye.

Jésica y Roberto tienen la misma edad, les pasan por al lado, llevan un carro más, dos, igual de llenos, pero dicen que esta es la compra del mes, igual a la que hacen siempre. “Hace rato que es útil comprar todo antes, no es de ahora, hace dos años fácil que está pasando esto”. Son de zona sur, Jésica, que tiene 30 años, dice “lo que yo viví, mi experiencia, haciéndome cargo de una casa fue siempre el kirchnerismo, y nunca mejoró, mi viejo siempre tuvo que laburar, yo también, en mi familia todos laburamos, no hay otra forma”. Roberto es camionero, sostiene que “esta vuelta, si hay que salir a la calle, vamos a salir a la calle a bancarlo a Milei, porque ya nos pisotearon demasiado”

Pedro agarra los tres paquetes de arroz segunda marca permitidos por persona, la etiqueta dice “solo para consumo familiar”. Su pareja y él son de San Martín y siempre compran en el mismo hipermercado, hoy no consiguieron atún. Pedro dice “siempre fui peronista, lo voté a Milei, este es mi primer voto no peronista, Cristina me cansó”. Aclara que tiene “un tío que es contador, y mi viejo es economista, y me dicen que esto que va a pasar ahora no es por Milei”. Repite “esto no da para más”. Su pareja cuenta que “tienen muchos conocidos kirchneristas que están llenos de guita. Estamos cansados de que afanen la plata de los impuestos, que ellos estén más ricos y nosotros más pobres”.

Él tiene 52 años, trabaja desde los 16, hoy es cuentapropista porque no le alcanzaba el sueldo que cobraba como trabajador registrado. Siente que hoy está mejor. Ella es ama de casa, dice: “hay algunos que no lo valoran” y mira a Pedro de reojo. “Tengo mis changas, pero nunca cobré planes”. Él la interrumpe, le responde que es complejo, que los planes no están mal si ayudan a la gente que realmente lo necesita “me da pena por la gente que no da una retribución en trabajo y solo cobra el plan, porque es como que está agarrada al gobierno y no puede progresar”. Ella recuerda a una vecina que cobraba un plan pero trabajaba en un comedor. Eso le parece bien. “Hay que laburar, donde cobran plan la casa está toda sin pintar, todo hecho mierda. ¿No tenés ambición de futuro? ¿No querés estar mejor?” pregunta Pedro. “Tiene que haber una contraprestación, trabajar, formarse en un oficio” dice. “Eso lo va a hacer Milei” sostiene ella convencida “sacarle a los ricos”. Pedro recuerda a un Milei peleando en vivo con Sol Pérez en un panel. “Ganó ese tipo, no lo podés creer, la gente está cansada”.

Carlos trabaja como personal de seguridad en el hipermercado donde compran Marcia, Francisco, Jésica, Roberto y Pedro. Él es de San Fernando, compra en los almacenes de barrio de Canal, en Carupá. “No estamos mal como en el 2001, hay trabajo, plata se maneja. Hay inflación, sí, pero la inflación la hacen ellos: Jumbo, Disco, Coto, Carrefour, son los que manejan todo el mercado. Son los grandes acaparadores los que generan el pánico”. Dice que cuando Alberto Fernández dio marcha atrás con la expropiación de Vicentin empezó la debacle del proyecto nacional, “Anda a hacérselo a Cristina eso, Alberto no tuvo huevos”. Cuenta que en el 2001 se quedó sin trabajo, con cinco hijos “cuando vino Cristina tuve cinco computadoras en mi casa, yo no podía comprar ni una. Hoy mis hijos tienen todos el secundario completo, yo tengo séptimo grado nomás. La gente se olvida, yo no. Me da mucha tristeza todo esto, mucha tristeza y bronca”. A Carlos se le llenan los ojos de lágrimas pero disimula, está trabajando. “Dejalo así mejor, no sé qué más decir. No sé cuánto va a durar esto, pero yo pienso pelearla”. Un jubilado que pasa con el chango lleno por la posta de seguridad lo escucha y le responde: “nacimos peleando y moriremos peleando”.

MR/DTC