Crítica

Almodóvar emociona en Venecia con su austera y hermosa mirada a la muerte en 'La habitación de al lado'

Venecia —

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De alguna manera la muerte siempre ha estado presente en el cine de Pedro Almodóvar. Lo estaba en Qué he hecho yo para merecer esto, donde Carmen Maura acababa con ese marido machista con un hueso de jamón roído. Por supuesto en Matador, donde los toros, el slasher y una asesina en serie se mezclaban en la coctelera sin normas del cineasta. O en Tacones lejanos, donde un crimen se confesaba en televisión en prime time. Pero también cuando Almodóvar empezó a encontrar la fama internacional y a refinar su estilo hasta alcanzar las cimas de su carrera con Todo sobre mi madre, Hable con ella o Volver, todas ellas historias atravesadas por la muerte.

Almodóvar siempre ha asegurado que vivió rodeado por la muerte y los ritos en torno a ella, como bien mostraba esa escena inicial de Volver donde las mujeres limpiaban las tumbas y velaban a los muertos en las casas. Aunque su relación con un tema tan doloroso viene predefinida por aquellas costumbres atávicas de un pueblo manchego; su evolución como persona y como cineasta ha hecho que también haya cambiado la forma en que habla de ella. El momento actual de Almodóvar como director es otro. Un momento en donde el melodrama exacerbado ha quedado un poco aparcado, y donde el drama más seco entró en escena desde el punto de inflexión que fue Julieta.

Aquella película parecía el ensayo de una austeridad que ha perfeccionado hasta llegar a la emoción casi seca que recorre su nueva película, La habitación de al lado, la adaptación del relato ¿Cuál es tu tormento? de la escritora Sigrid Nunez que ha presentado en Venecia, donde ha emocionado a todo el público gracias a esa mirada también hermosa y libre a la muerte. Es, además, su primera película en inglés, y por tanto en este caso a la lista de grandes actrices que han actuado con él se suman dos entregadas Tilda Swinton y Julianne Moore, que han captado a la perfección el tono que requerían dos papeles tan distintos entre ellos pero tan importante que se compenetraran.

Ambas son dos amigas que se reencuentran cuando Swinton, enferma de cáncer y exreportera de guerra; le comunica su enfermedad a la segunda (Moore, escritora de éxito). La película se centra en la relación de ellas. En cómo Moore, sobre todo, escucha a Swinton, en un papel más agradecido en lo dramático. De alguna forma La habitación de al lado podría definirse como una pieza de cámara de dos mujeres que hablan, pero para Almodóvar nunca nada es tan simple. Aquí la pieza de cámara está trufada de algún que otro flashback -los dos primeros son lo que peor encajan en el puzle de la película y los que hacen que el filme tarde en encontrar el tono- y, sobre todo, de una puesta en escena arrebatadora. A pesar de esa austeridad es imposible no reconocer al cineasta en los colores, en la composición, y en su espíritu. Puro Almodóvar.

Muchos críticos han dicho que las últimas películas del director no tienen el arrojo visual de antes, aunque lo cierto es que simplemente su estilo también se ha adaptado al texto que tenía entre manos. Aquí lo demuestra trasladando también esa austeridad a los movimientos de cámara, pero mostrando una maestría y un gusto exquisito en el encuadre. Los planos de La habitación de al lado juegan al reencuadre dentro del propio cuadro, usando los elementos arquitectónicos de la casa donde se retiran estas dos mujeres. Cada esquina, cada puerta o el hueco de unas escaleras es utilizado por Almodóvar para crear distintas composiciones que enriquecen la historia. 

Hay también en su puesta en escena un guiño al cine de fantasmas, algo que se consolidará en un epílogo que conviene no desvelar, pero que tiene algo de Vértigo. Almodóvar rueda a sus actrices muchas veces a través de un cristal, especialmente a Swinton, difuminando sus siluetas y acrecentando esa sensación espectral que en ocasiones adquiere su filme. 

A ello contribuye la gran fotografía de Edu Grau y sobre todo el excelente score de Alberto Iglesias, acompañando y meciendo las imágenes del director. La relación artística de ambos sigue ofreciendo momentos de una belleza estética apabullante. Entre todos consiguen emocionar sin meter el dedo en el ojo, como en la escena donde ambas amigas ven nevar a través del cristal de una ventana en Nueva York tras una cita a Dublineses que se convertirá casi en un leit motiv dramático. Cada vez que se vuelve a la obra de John Huston uno no puede evitar que se le encoja el corazón.

Hay en esta película una voluntad de plasmar y atrapar el estilo visual de Hopper, uno de los artistas a quien el cineasta siempre ha homenajeado y que en esta ocasión se apela de forma casi literal. También, como siempre, de enseñar al mundo todo aquello que le encanta, como esa imponente fotografía de Cristina García Rodero donde unas mujeres vestidas de luto ―de nuevo la muerte en escena― pasean por la calle y que aquí velan, de alguna forma, la conversación entre Moore y Swinton.

Un mundo mejor que el real

Hay otro rasgo transversal al cine de Almodóvar, y es que con su cinematografía ofrece un mundo mejor que el real. En la España que retrató Almodóvar primero no existió Franco (como muchas veces ha contado, esa fue su venganza durante sus primeras obras). Un universo almodovariano donde las mujeres se apoyan y se cubren ante el machismo. Donde las mujeres trans eran mujeres sin que nadie lo pusiera en duda. Donde se abrían las fosas de la Guerra Civil que todavía están sin abrir en nuestro país.

En La habitación de al lado vuelve a ofrecer una mirada mejor que la real cuando mira de forma frontal a la muerte. Almodóvar apuesta sin fisuras por una muerte digna alejada de lo que ha vendido la Iglesia y la derecha reaccionaria. Una enmienda a la totalidad del estoicismo católico presente desde hace generaciones en la sociedad. La muerte no debería ser sucia, cruel, lenta y dolorosa. Es lo que opina el personaje de Tilda Swinton, cuyo deseo de morir antes de convertirse en la sombra de lo que fue es el motor dramático de la película. Almodóvar le concede ese deseo que todavía no es posible en muchos países. En España hay doctores que se niegan a ello, y en EEUU directamente es un delito, como hace bien en remarcar el cineasta en un momento del filme.

La imagen de Swinton pintándose los labios, vistiéndose de amarillo y mirando a cámara en un momento dado del filme es arrebatadora, una declaración de intenciones estética y política. “Esto debería ser así”, parece que dice su personaje y también Almodóvar al rodar esa escena en la forma en la que lo hace. La habitación de al lado es un filme desnudo. La coralidad de los filmes del director ha ido dando paso a obras que han ido despojándose de secundarios y tramas hasta llegar a esta depuración, donde se basta y se sobra con dos mujeres hablando para conseguir una obra que condensa la evolución de un cineasta que sigue construyendo imaginarios con los que crear un mundo mejor, donde la amistad es una tabla de salvación frente a todo, incluso frente a la soledad de la muerte.