EN PRIMERA PERSONA

'Contigo aprendí', una canción sin rima de Javier Giner a Pedro Almodóvar

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Contigo aprendí que el cine, el deseo y la pasión mueven montañas y dan sentido a la vida. Que defender mi lugar en el mundo y mi forma de sentir es un acto de dignidad y poderío revolucionarios. Que la valentía, el compromiso y la autenticidad irreductible son oxígeno necesario en una realidad como la nuestra y valen la pena, por mucha soledad e incomprensión que puedan provocar. Que es posible derribar muros y cambiar el mundo expresándose con libertad y existiendo. Que la creación y una pantalla son nuestros mejores aliados. Que no importa lo que digan ni lo que opinen ni el triunfo que resulte, solo importa ser drásticamente honesto con uno mismo y con el resto.

Contigo aprendí que la familia elegida es tan trascendente y vital como la biológica. Que las redes de afectos nos salvan y que es posible construir universos ficticios y reales que socorran vidas anónimas y que hagan el dolor más soportable. Que la grandeza artística no está reñida con la generosidad y empatía personales y que el cine nunca es solo cine porque nos hace más humanos y nos explica y nos ayuda a comprendernos mejor. Que la sala de cine en tu compañía es un espejo y un grito y también un abrazo y una caricia.

Aprendí que no hay nada artísticamente más valioso que el riesgo y la incertidumbre y el inconformismo y la búsqueda constante y la reinvención y la defensa a ultranza de aquello en lo que crees. Que recibir directrices como “esto no se ha hecho nunca” o “esto no se puede hacer” no son obstáculos, sino gasolina para asegurarse de que lo haces. Que la visión personal del mundo puede ser poderosamente universal porque las emociones sinceras y la humanidad no entienden de idiomas.

Y a darlo todo, la vida, por aquello que me conmueve yo contigo lo aprendí.

Contigo aprendí que la reivindicación del diferente y del extraño y del confundido y del juzgado y del olvidado es algo a defender. Que la tolerancia es una manera de vivir. Que dotar de voz a los seres silenciados es una forma de poética justicia. Que las palpitaciones y la expresión descarnada de las mismas, en todas sus variantes posibles, es necesario en este mundo donde cada vez hablamos menos y peor y somos más cobardes. Que la oscuridad no siempre es lo opuesto a la luz y que, al final del camino, la vida siempre se abre paso y triunfa.

Contigo aprendí que el drama es drama y la comedia es comedia pero que a menudo en la vida y en el cine pueden ir intrínsecamente unidos. Que la alta y baja cultura son etiquetas obsoletas. Que los colores y los cuadros y la ropa a veces también son diálogos que expresan más que las palabras. Que todos los géneros supuestamente intocables no lo son y que el melodrama más arrebatado puede resultar austero y la austeridad puro arrebato. Que los actores y actrices son criaturas mitológicas y frágiles que merecen todo el cariño, dedicación y cuidado. Que lo más difícil de conseguir es que todo parezca sencillo cuando no lo es y que se puede ser exigente sin ser un tirano. Que las reglas existen para poder desoírlas en pos de encontrar la legitimidad y nacimiento de una voz única. Que muchos y muchas vinieron antes y nos dejaron mensajes en su camino y que todo se construye desde la curiosidad incansable por tu oficio y sus maestros.

Aprendí que todo lo que te rodea en un set de rodaje es valiosísimo y que forma parte de la enorme orquesta y que la afinación de todos sus elementos, por pequeños que sean, es necesaria para el resultado final. Que la vida es más llevadera si está atravesada por el ardor de la ficción en todas sus formas. Y que la realidad, a menudo, es mucho menos real que la invención.

Aprendí que la maestría no se consigue de la noche a la mañana, sino con un larguísimo camino de dedicación olímpica, esfuerzos, negativas, decepciones y luchas internas. Y que la avidez creativa por todas las disciplinas (arte, literatura, música, moda, arquitectura, teatro, danza…) es alimento para días lluviosos y sosegados y para la inspiración solitaria.

Aprendí que se puede estar orgulloso de tu tierra y tu país sin patriotismos vacíos, sintiéndolo parte de ti y defendiéndolo por medio mundo. Que no solo es importante qué haces, sino cómo lo haces y para qué y para quién lo haces.

Y contigo aprendí que existe una responsabilidad inherente y oculta al hecho de la creación y que la ejerzas con libertad incondicional, con entrega absoluta y sinceridad radical nos ha hecho mejores personas, espectadores y pupilos.

Y ahora que recibes el Premio Donostia me gustaría aprovechar este texto para agradecerte de todo corazón una vida de aprendizajes. Y los que quedan.

Felicidades, Pedro, maestro.