Disney cumplió 100 años. Un siglo de sueños, de películas inolvidables y de princesas. Sí, las princesas fueron su personaje femenino por antonomasia. Se convirtieron en un arquetipo más y lograron colarse en el imaginario (y en el vestuario) de las nenas. Las chicas de todas las generaciones tuvieron sus propias princesas y abrazaron generosamente a las de generaciones anteriores. En una fiesta de disfraces de 2023 pueden convivir sin problema Blancanieves con la Sirenita y con Elsa, de Frozen; tres mujeres (ficticias) de tres momentos diferentes de la empresa y que ejemplifican también los cambios en ella.
Las princesas están desde el primer largometraje animado de la compañía, Blancanieves y los siente enanitos, que se estrenó en 1937. La película fue una revolución técnica y un hito cinematográfico. Tanto, que en los Oscar de 1939 se le otorgó un premio honorífico por su contribución (no existía entonces el premio al Mejor filme de animación) acompañado de siete estatuillas en miniatura que representaban a los siete enanitos del título.
El primer personaje protagonista de Disney en uno de sus clásicos, por tanto, fue una mujer, y fue una princesa. La imagen que daba aquella mujer era la que por aquel entonces se tenía en la sociedad. Mirando desde 2023 y con varias revoluciones feministas encima, uno observa a una mujer cuyo único motor es el amor; que para agradecer un favor se dedica a realizar las labores de la casa de forma compulsiva y para la que la salvación tras morder la manzana es un beso de amor verdadero. Además, su atributo más destacable, o el único que se grita a los cuatro vientos, es su belleza. De hecho, en Blancanieves lo que desencadena todos los actos es la competencia de dos mujeres por ver quién es la más bella, perpetuando el estereotipo de mujeres envidiosas y que se pelean.
A pesar del éxito de Blancanieves, las siguientes películas del estudio no ahondan en la figura de la princesa, ni siquiera en explotar el personaje femenino protagonista que tan buenos resultados les daría posteriormente. Sus siguientes clásicos fueron obras maestras como Pinocho (1940), Fantasía (1940), Dumbo (1941) o Bambi (1942). Incluso obras menos conocidas como Saludos amigos (1942). Aunque ahora consideremos a muchos de esos títulos como clásicos, en su momento no funcionaron en taquilla, lo que hizo que se volviera al origen, a una princesa, para asegurar el éxito.
Mujeres sumisas y domésticas
La siguiente princesa Disney llegó en 1950 gracias a La cenicienta, adaptación del cuento de Perrault que se convirtió en su mayor éxito desde Blancanieves. Otra mujer protagonista y otra cuya actividad se basa en las labores domésticas. Esta vez explotada por su madrastra y sus hermanastras, algo que queda claro en el filme. El problema es que la solución posible a tal situación es el dinero y un matrimonio con un príncipe. En los años 50, para Disney, la única forma de no ser ama de casa era ser rica y ‘esposa de’. La sumisión siempre asociada a la condición de ser mujer.
A pesar de que las princesas demostraron ser la apuesta más segura, Disney prefirió la adaptación de novelas en obras como Alicia en el país de las maravillas (1951), una de las excepciones de la primera etapa de la empresa, ya que en este caso su protagonista nunca busca el amor, ni se ajusta a los cánones de ama de casa ni mujer sumisa ni damisela en apuros, sino que en 1951, Disney ofreció una película que, a día de hoy, sigue siendo moderna y psicodélica.
Tras una pausa de adaptaciones con protagonistas masculinos o animales (Peter Pan, de 1953 y La dama y el vagabundo, de 1955) llegó una nueva princesa que repitió todos los tópicos que ya habían desplegado en sus anteriores obras. En La bella durmiente (1959) se perpetúa la historia de amor platónica, el beso del príncipe âno consentido, como en Blancanievesâ como solución al dilema. En todas las princesas hasta el momento la villana era, además, otra mujer. Una bruja, una madrastra… De hecho, una de las primeras películas de acción real basada en sus títulos anteriores que hizo Disney fue Maléfica (2014), en donde intentó humanizar al personaje malvado de La bella durmiente.
Durante casi tres décadas las princesas no volvieron a aparecer. Comienza lo que muchos bautizaron como la época oscura de Disney, marcada por la muerte de su creador, Walt Disney, el 15 de diciembre de 1966. Una etapa que abarca los años 70 y 80, donde la calidad de la animación bajó y también la repercusión de sus clásicos, donde se estrenaron obras como Los rescatadores (1977) o Tod y Toby (1981). Una época que volvió a romperse gracias a la llegada de la nueva oleada de princesas.
Princesas modernas… pero poco
El resurgimiento de Disney tras su época de menor repercusión llegó gracias, cómo no, a las princesas. Princesas nuevas para una etapa nueva. Disney volvió a acudir a la base para encontrar sus historias, a los cuentos clásicos que pasaba por su filtro de canciones y colores. La primera de todas ellas fue La sirenita. Ariel se convertiría en princesa Disney y, aunque se aprecia un pequeño cambio a mejor, siguió perpetuando el amor como único motor de estas mujeres. Es cierto que en La sirenita hay una rebeldía hasta entonces desconocida, esa provocación al orden paterno, pero sigue anhelando un hombre con el que estar y, cómo no, hay una bruja a quien enfrentarse. Otra mujer que, encima, se la representaba como gorda y fea.
Comienza una época de éxitos y muchas princesas, tanto protagonistas como secundarias. Siempre hay una princesa con la que vender muñecas y disfraces. En La bella y la bestia se profundiza en esa idea de rebeldía que ya se entreveía en La sirenita. Bella se rebela contra el pueblo, contra la incultura, lee aunque le digan que eso es de bobos y reivindica la lectura. Eso sí, termina enamorada de su secuestrador en uno de los casos de síndrome de Estocolmo más claros de la historia del cine. Disney no le daba mucha más opción: debía elegir entre un machista como Gastón y un secuestrador como Bestia. La soltería, por entonces, todavía no era posible.
Se encadenan después dos películas con protagonistas masculinos donde no se desperdicia la posibilidad de colar una princesa como mera comparsa pensando en las ventas y en las niñas espectadoras. Aladdin (1992) tendrá a Jasmine, cuya labor en la historia es poco más que ser el interés romántico, igual que en El rey león (1994), en forma de animal, Nala lo será para Simba. Eso sí, ambas responden al nuevo prototipo de princesa Disney, que también lucha y tiene una participación más activa. Siguen siendo el elemento sentimental, pero participan en la acción aunque sea de forma secundaria.
Esta etapa los lleva a perder dos de las mejores oportunidades para subvertir la figura femenina, las que tuvieron en Pocahontas (1995) y Mulán (1997). Aunque sí que rompen ciertas representaciones (no son estrictamente princesas) y son protagonistas activas que centran toda la trama y hasta las escenas de acción, Disney introduce en ambas una historia de amor de la que sigue sin desprenderse. En el caso de Pocahontas esto lleva a que la fidelidad histórica se la salten a la torera y en Mulán a convertir toda la epopeya en un nuevo romance. Entre medias de ambas se encuentra Hércules, cuyo personaje femenino más importante solo responde a la categoría de interés romántico del protagonista. Una época que termina con Tarzán en 1999, donde ocurre lo mismo que en Hércules.
El regreso de las princesas
Tras Tarzán se inicia una etapa muy extraña en Disney. La llegada (y el éxito) de la animación 3D que apuesta por otras narrativas hace que comiencen a probar cosas diferentes y entren en unos años en donde ninguno de sus éxitos termina de convencer. Aunque alguno de ellos haya sido reivindicado posteriormente como El emperador y sus locuras (2000), ninguno se convierte en clásico instantáneo como ocurrió en la anterior época. Se suceden películas que pocos recuerdan como Dinosaurio (2000), Atlantis (2001), El planeta del tesoro (2002), Chicken Little (2005), Descubriendo a los Robinson (2007) o Bolt (2008), el filme que cierra esta época.
Son títulos en donde no hay princesas ni personajes femeninos y donde se mezclan filmes que apuestan por la aventura más clásica y de origen literario con una última etapa que coquetea con una animación menos tradicional como la que triunfa en otros estudios de la competencia. Entre medias hay un título que sí que logró destacar entre todos ellos, Lilo & Stitch (2002), su apuesta por la cultura hawaiana que tiene dos personajes femeninos, dos hermanas huérfanas, supone una de las mayores rupturas con lo visto hasta ese momento, aunque en aquel año no fuera reivindicado como tal.
Ante una época de tan poca repercusión, Disney anunció con bombos y platillos su regreso a la animación tradicional y… a las princesas. Lo hizo con Tiana y el sapo (2009), que introduce un elemento nuevo: la diversidad. Eso sí, la diversidad racial, porque la sexual sigue sin hacer aparición. Aquí tenemos la primera princesa negra en una defensa de la cultura de Nueva Orleans, aunque esa sea la única subversión que se permitieron, ya que siguieron manteniendo la historia de amor y el término princesa.
Ocurre algo parecido en Enredados (2010), que le dio la vuelta al cuento de Rapunzel en un truco parecido al que realizó antes Shrek, pero sin ser tan irreverente como el filme de Dreamworks, aunque sí que lograron construir una protagonista más irónica y menos melosa. Eso sí, de nuevo manteniendo el concepto principesco y el romance como centro de la historia y recuperando la figura de la mujer como villana.
Quizás el mayor punto de inflexión, en cuanto a repercusión cultural en las niñas, se produjo en 2013, cuando llegó Frozen, un éxito como hacía tiempo que Disney no vivía. Lo hizo con una historia de dos princesas en donde había un giro con el que pocos contaban. Durante toda la trama se vende que es el amor lo que salvará a una de las protagonistas, pero será el amor de su hermana, y no el del falso aliado que intentó engañarla todo el tiempo. Muchos quisieron, además, ver un trasunto LGTB en la historia que Disney nunca se atrevió a explotar, ni siquiera en su secuela de 2019. Este giro se consagra en Vaiana (2016), otra historia en donde por primera vez una princesa no tienen en ningún momento un interés romántico, destrozando una de las máximas de sus historias hasta ese momento
Princesas post Me Too
Hay que destacar que Vaiana llega un año antes que la explosión del caso Weinstein y la llegada del Me Too y de la nueva revolución feminista de los últimos años. Es a partir de ese momento cuando se vuelve a poner la mirada en cómo se está representando a la mujer, y es cuando se empiezan a notar más cambios en quienes cuentan las historias y cómo las cuentan. De hecho, hasta Frozen ninguna mujer había dirigido un clásico de Disney.
A esta última etapa hay que agradecer el cambio más radical provocado en las princesas Disney, que ya no son princesas, sino que son guerreras como Raya en Raya y el último dragón (2021). Mujeres que no buscan novio, sino que salvan su país, o simplemente, a su familia, como en Encanto (2021), hermoso homenaje a la cultura colombiana con una protagonista que también rompe el canon físico (no es esbelta ni rubia ni se destaca su belleza) y que se convirtió en un personaje muy querido por todas las nenas sin necesidad de ser de la realeza ni de buscar un hombre a su lado.