David Cronenberg se pasó toda su carrera hablando de la muerte. De nuestra relación con ella. De las formas en las que tenemos de intentar esquivarla, o de sentirnos vivos, aunque sea teniendo sexo tras accidentes de coche como en aquella Crash que supuso un punto de inflexión en el Festival de Cannes de 1996. Las malas lenguas dicen que, otro veterano de esta edición, Francis Ford Coppola, vetó la Palma de Oro que hubiera supuesto una revolución en lo que se suele premiar en un certamen como este. Tuvo que venir una heredera de su legado como Julia Ducournau con Titane a mostrar que la 'nueva carne' le puede plantar cara al cine de autor más sesudo.
Ahora vuelve a reflexionar sobre la muerte en The Shrouds (algo así como Los sudarios), una película que cuenta la historia de un empresario que creó una app que permite ver cómo se descompone el cuerpo de la persona querida. Una forma perversa de afrontar el duelo. O mejor, de no afrontarlo. Un cementerio lleno de gadgets tecnológicos que es vandalizado y que evoluciona en un suspenso que tiene ecos de vértigo, teorías de la conspiración y geopolítica.
The Shrouds fue definida como la película más personal de Cronenberg. Es normal. La mujer del cineasta se murió hace siete años y este filme nace de aquella experiencia. De hecho, el personaje de Vincent Cassel se parece sospechosamente a Cronenberg (que sigue manteniendo ese pelo plateado a sus 81 años), y también se enfrenta al duelo de una mujer muerta en la película. El propio Cassel admitió que durante el rodaje bromearon con ese parecido y que verse en el espejo era una experiencia surrealista.
En un encuentro reducido con periodistas en Cannes, Cronenberg acepta a regañadientes que esta sea su obra más personal. “Técnicamente imagino que sí lo es, pero todas mis películas son personales. Cada película que hacés es una expresión de lo que sos y de lo que aprendiste sobre la vida y cómo entendés a las personas. Incluso Un método peligroso, que algunas personas podrían pensar, bueno, se trata de Freud y Jung, es una película biográfica. Freud fue una figura importante en mi desarrollo intelectual, pero no es obvio para mucha gente. No habría hecho la película si no hubiera sido por esa conexión. Aquí es más obvio porque hay frases que incluso yo dije en mi vida personal. Así que técnicamente sí es más personal, pero para mí hacerla no significó nada. Cuando estás en el set solo sos un cineasta, no estás en un confesionario”, dice sobre su conexión personal.
En su juego conspiranoico, Cronenberg menciona a Rusia y la KGB, pero explica que no lo hace solo por un motivo geopolítico, sino para “sugerir que las teorías de la conspiración son una estrategia para afrontar el duelo”. “Los seres humanos buscamos el significado de todo. Eso da una especie de cohesión social y de estabilidad. Por eso se hacen rituales. Pero para mí, la vida humana no tiene otro sentido que la vida misma. Vivir la vida es el significado de la vida. Eso es muy difícil de aceptar para algunas personas. No pueden. No es suficiente. Pero si creés en las teorías de la conspiración, creás significado para las cosas. Pensás que tu mujer muerta fue asesinada, o que le hacían experimentos. Eso te da un propósito y una sensación de encontrar un significado”.
Las teorías de la conspiración son una estrategia para afrontar el duelo. Los seres humanos buscamos el significado de todo. Eso da una especie de cohesión social y de estabilidad
No es algo nuevo, y Cronenberg piensa en el uso histórico de las conspiración “por parte de Stalin, por ejemplo”. “Por parte de todos los dictadores. Todas las dictaduras crean conspiraciones para controlar a la gente. Y vemos a Putin haciendo eso mismo ahora, y no es el único. Siempre hay una conspiración, algo que le dé significado y poder a la gente. De eso se trata”, añade.
Por su forma de ver las cosas, David Cronenberg no entendió esta película como una terapia para afrontar la muerte de su esposa, porque para él es algo natural: “La muerte no es lo opuesto a la vida. Es parte de la vida. Por supuesto que es difícil pensar en ello de esa manera, pero creo que esa es la realidad. Yo pensé así desde que era chico. Soy existencialista desde los ocho años. Hay un momento en la vida de un niño en el que descubre que va a morir un día, y eso es impactante. Es tentador para un padre decirle que irá al cielo y estarán todos juntos para siempre, pero ¿es esa realmente la mejor manera de afrontarlo? Cada padre tiene que decidir culturalmente cuál es su contexto”.
En The Shrouds se dan la mano varias de las obsesiones de Cronenberg, pero aunque en casi todas las críticas lo mencionan, niega que haya ninguna alusión a la necrofilia. “No creo que eso esté en la película. La necrofilia es algo muy específico, y trata de tener sexo con una persona muerta”, apunta con ironía y rechazando las menciones a Vértigo y esa sustitución del cuerpo de la persona amada.
Lo que sí acepta es que, de nuevo, está su preocupación por el cuerpo, y se cita a sí mismo y a Crímenes del futuro para explicarlo: “El cuerpo es lo que es real. Somos cuerpos, pero gracias al intelecto podemos pensar de forma abstracta y nos da la sensación de que tal vez tengamos un espíritu, un alma que está separada del cuerpo. Pero creo que esto es una ilusión. Ese es realmente el motivo por el que me interesan los cuerpos. Además, ¿qué fotografiamos los cineastas sino son cuerpos humanos? No es una obsesión, es nuestro tema, es el ser humano como cuerpo. Y tiene sentido, porque somos seres humanos que hacemos arte, y el arte analiza la condición humana”.
En el filme es Vincent Cassel (en su tercera película juntos), el que da vida a este personaje que podría ser un alter ego cronenbergiano, y Diane Kruger asume tres papeles. El de la esposa muerta, el de su hermana y el de un avatar que interactúa y ayuda al protagonista, lo que da pie para que el cineasta también reflexione sobre la Inteligencia Artificial, una tecnología que Cronenberg “estuvo usando durante años”. “Era una versión más cruda, y ahora cada interacción se vuelve más sofisticada y poderosa, pero en Existenz (1999) ya lo usamos para crear un brote alrededor de los labios de Jennifer Jason Leigh. Por aquel entonces fue muy caro y muy complejo, pero ahora no costaría nada”.
Yo estuve usando Inteligencia Artificial durante años. Era una versión más cruda, y ahora cada interacción se vuelve más sofisticada y poderosa
Por ello no le tiene miedo. Lo considera una especie de “photoshop activo”, que para él es “otra herramienta muy sofisticada que me gustaría usar”. “Eso es en términos de la producción cinematográfica normal, tal y como es ahora. Pero puedo ver un futuro en el que será bastante diferente. No sé si alguno de ustedes vio la demostración de [la IA que crea vídeos] Sora. Ahora hace falta lo que se llama un apuntador, y un guionista se puede convertir en uno. Si describen una escena con gran detalle, la IA la crea para vos. En cierto modo, el guionista se convertiría entonces en el director de la película, y eso sería una gran alteración en la forma en que funciona la industria cinematográfica”.
No es el primer cambio al que se enfrenta, y es consciente de que todos los cambios se suelen asumir como peligrosos. “Cuando llegó el digital también fue una disrupción, y sin embargo para mí fue una disrupción muy bien recibida, porque trabajar con película era terrible. Montar era terrible. No tengo ninguna nostalgia por la película porque con el digital tengo mucho más control. La Inteligencia Artificial podría ser genial, pero quizás para algunas personas no lo sea tanto”, zanja con una sonrisa con un toque de picardía de quien sabe que no tiene por qué preocuparse porque lo que sale de su imaginación nunca podría hacerlo una máquina.
JZ/CRM