“Napoleón es parte de nosotros”, dijo tan fresco el presidente francés Emmanuel Macron al cumplirse, en 2021, el bicentenario de la muerte del celebérrimo emperador. ¿Se refería a la elevada cuota de megalomanía de Bonaparte o a esa locura que es representada desde hace dos siglos por este personaje histórico? Porque lo cierto es que Napoleón se lleva el máximo estrellato como modelo de delirio de grandezas desde que en 1840 –10 años después de expirar– su cuerpo fue repatriado, y en los manicomios parisinos se multiplicaron los ciudadanos que asumían a pleno su personalidad. Más aún, hasta hubo un cierto número de mujeres que se inclinaron por Nap antes que hacerlo por Juana de Arco, favorita en escala muy menor.
Bastante más adelante, el actor que encarnó apasionadamente a Napoleón en el clásico film de Abel Gance (1927), Albert Dieudonné, fue habitado hasta tal punto por su rol que se hacía pasar en público por el emperador, dejó el cine para dar charlas sobre la época napoleónica y pidió ser enterrado con el correspondiente traje. En 2019, al cumplirse 130 años de su nacimiento, numerosas personas le rindieron honores militares en su tumba.
Y hubo otro actor –muy a cuento en esta oportunidad– que se dejó vampirizar por su papel y devino ícono absoluto del cine de sangre y terror: Bela Lugosi, por siempre Drácula luego del film homónimo (1931) del genial Tod Browning. Habiendo interpretado varias veces derivaciones de la creación de Bram Stoker, cuenta la leyenda que, en su decadencia, adicto a la morfina, Lugosi se calzaba la capa negra del conde, se resistía a los espejos y dejó sentado su deseo, que se cumplió, de yacer en el ataúd ataviado como el aristócrata chupasangre.
Yendo de Bela a Céline
Pues bien, Alfredo Arias, creador fecundo de tantos y tan diversos espectáculos con suceso de crítica y de público –en Buenos Aires y en París– le hizo un entrañable homenaje a comienzos de 2024 a Lugosi: Bela vamp, obra de su autoría que imagina a este gran actor en su desdichado ocaso, cayendo en garras de una siniestra psi: Marcos Montes fue el protagonista absoluto en una actuación descacharrante, en la sala El Ex.
Y en estos días, en contadas funciones del FIBA previas a su estreno formal el próximo 31 de octubre, Arias versionó y dirige James Brown usaba ruleros, en cuyo elenco –en un personaje diametralmente opuesto a Bela– brilla otra vez el prodigioso Montes. Ahora que está tan de moda decir “todo tiene que ver con todo”, vale remarcar que el papel que motoriza la narración es el de un hombre joven, Jacob que, más que identificarse, desde los cinco años se cree Céline Dion y actúa como tal con naturalidad, sin duda alguna, para tribulación de sus padres de clase media aferrados al sentido común. También para estímulo de una psiquiatra sui generis y, a la vez, siendo aceptado por Philippe, un estudiante blanquito que se autopercibe negro y activista; ambos internados es un establecimiento rodeado de verde donde se supone que reciben tratamiento, si bien la psi parece alejada de toda ortodoxia y es portadora de un tocado con una gran pluma (¿más loca que un plumero?), parte de magnífico vestuario diseñado por ese gran artista llamado Julio Suárez.
¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción
Ya se sabe que a Yasmina Reza (Art, Un dios salvaje, etcétera) le encanta moverle el piso a un público que, a su vez le responde y acepta sus desafíos tramados de manera seductora, casi siempre imprevista, entre el humor y el drama, quebrando convenciones narrativas, codeándose con el absurdo y prestándose a diversas lecturas. Reza, esta semana de visita en Buenos Aires, participando de un conversatorio con Arias en el Teatro San Martín, desarrolló James Brown… como un desprendimiento de su novela Felices los felices (editada en castellano por Anagrama) donde la familia Hutner –padre, madre, hijo– ocupaba apenas un capítulo.
En el texto escénico se suman los personajes de la psi y Philippe. Aunque en esta pieza afloran temas como la transidentidad, el nacer en un cuerpo equivocado, las dificultades de determinadas autopercepciones en la vida real y las formas posibles de asumirlas, de tratarlas, de aceptarlas, el enfoque de la autora nunca recurre a las ya trilladas estrategias habituales de lo políticamente correcto.
Para la historia de Jacob, el muchacho que desde los 5 se asumió sinvueltas como Céline Dion, aprendió sus canciones, su acento, dio recitales y entrevistas en su cuarto, Reza se sale de los límites biempensantes marcados por el wokismo (estadounidense, universitario). No ofrece conclusiones definitivas, observa los motivos de cada personaje, circula desenfadadamente por la comicidad indirecta, por zonas patéticas en un relato no lineal donde no hay maniqueísmos y sí una fina comprensión de cada personaje, entre los cuales acaso los más inocentes y convencidos de sus acciones sean Jacob-Céline y Philippe. Uno entregado a su “carrera”, el otro a su activismo que incluye un compromiso sincero con incluso con la ecología (en este terreno también hay una suerte de conversión, el trasplante de un sicomoro puesto en peligro por la burocracia y al que P se encadena para defenderlo).
Pero Reza también se compadece de esa madre y ese padre extraviados, confusos, que no saben cómo proceder con ese hijo que no los llama ni “mamá” ni “papá”, que se volvió el doble de una cantante canadiense ídola de multitudes, muy rica, muy premiada, que hace pop sensible en Inglés y en francés (y que, dicho sea de paso, ahora lucha con una enfermedad neurológica que no le impidió el gesto de cantar el Himno al Amor de Piaf, el 26 de julio pasado en la Torre Eiffel para millones y millones de personas). Y tenemos a la excéntrica psi siempre tomando por atajos inesperados, capaz de dar una conferencia desopilante en jerga defendiendo a las hermanastras de Cenicienta –esta, defenestrada por linda, buenita y pura– “nacidas en cuerpos equivocados, personajes del tercer mundo en la jerarquía de identidades, que ni siquiera tienen nombre (…) que se esforzaron por pertenecer”. Claro que los pobres padre y madre de Jacob no entienden ni jota; ella trata de ser positiva, él advierte que a su vástago le faltan algunos jugadores…
Así estamos en el devenir de James Brown usaba ruleros, entre la sonrisa acaso escandalizada y una punzante melancolía, la compasión y la intranquilidad. En todo momento, ausencia de realismo. De hecho, YR ha declarado que su obra es como una fantasía musical. Es decir una forma libre, fuera de estructuras rígidas, despegada de reglas para preguntarnos de qué estamos hechos los seres humanos, qué influencias nos han marcado, quiénes son nuestros ídolos, quiénes deciden por nosotros…
“Estamos hechos de la materia de los sueños y nuestra breve vida se desvanece en otro sueño”, cifró el más sabio y genial de los escritores hace más de cuatro siglos. Con un texto en sus manos que se podría prestar a una exacerbación de su potencial cómico, Arias elige cierta mesura siempre sugerente, sutil y elegante, rodeado –como es habitual en él– de excelentes actores y actrices (el antes citado Montes, Claudia Cantero, Adriana Pegueroles, Dennis Smith y, gran revelación, Juan Bautista Fernandini), y asimismo admirables creadores en la faz llamada técnica: la arquitecta escenógrafa Julia Freid reinventando el espacio con sus cabinas de precisos cristales Borges dixit de los palacios del álgebra) y el verde del parque perfectamentesintetizado; el eximio vestuarista, sobre todo de cine, Julio Suárez dando la nota de belleza intemporal; Matías Sendón, como eta de prever, impecable en las luces. Y los elogios se extienden a los demás colaboradores (porque, por ejemplo, hay que realizar y darle buena terminación ese exigente vestuario).
En fin, un espectáculo envuelto para regalo del público teatrero, para conocedores y también desconocedores de Reza y Arias que quieran ampliar su visión, divertirse, emocionarse y, por qué no, cuestionarse un cachito.
James Brown usaba ruleros, en el Teatro Sarmiento
26 de octubre, a las 20. A partir del 31 de octubre, de jueves a domingo a las 20
MS/MG