Luz Matas y una voz formada en la academia que floreció en las peñas
En “Raíces” repasamos algunas novedades de la música de raíz de por acá nomás. Lo hacemos a través de entrevistas a músicxs cuya labor queremos visibilizar y creemos fundamental en el panorama actual. Nuestra novena entrevistada de esta etapa es la bonaerense Luz Matas.
Todo estaba encaminado para que Luz Matas se convirtiera en solista del Colón. Venía formándose desde hace años para eso y tenía a sus espaldas una larga carrera en la música académica, actuaciones internacionales incluidas. Pero algo de lo que le pasaba cuando iba a las peñas le empezó a generar dudas. Un día -hace no tanto- decidió dejarlo todo, dar un giro a su vida y dedicarse de pleno a la música popular. Fruto del trabajo que empezó entonces es el disco solista que ahora presenta en vivo.
Se llama Ay de mí y es un homenaje a las muchas compositoras argentinas y latinoamericanas que la influenciaron en su acercamiento al folklore. Es un disco meticuloso, muy pensado, en el que la voz de esta cantante bonaerense de 34 años se despliega en todos sus matices.
Contó para ello con la ayuda del pianista Santiago Torricelli, que es además el arreglador de todos los temas. Karmen Rencar en cello, Diana Arias en contrabajo y Mariana Mariñelarena completan la banda que la acompañará este sábado en Rondeman Abasto.
Luz Matas empezó a cantar de chica cuando su padre la llevó al Coro de Niños de Radio Nacional. La iba a buscar a San Antonio de Padua, en zona oeste, donde vivía, y la llevaba a Caballito. Tenía entonces ocho o nueve años y era muy tímida. Después optó por un coro en Merlo, más cerca, que se convirtió en su espacio de socialización. “En el coro encontré mi segunda casa, mi sostén social. El director del coro fue mi primer maestro de canto”, cuenta en charla con elDiarioAR.
Recuerda un momento clave. “Evidentemente el director del coro algo veía o habrá escuchado y en un momento me da un solo en un negro spiritual y yo lo hago muy tímidamente. Hacemos el segundo intento y lo mismo. Y a la tercera me dice: 'bueno, ¿lo vas a cantar de verdad o se lo doy a otra persona?' Y ahí se ve que me tocó un punto y de repente, tipo película, salió algo, un fuego interno, y dije: 'no, esto me lo tengo que ganar'. Y creo que ese es un momento muy crucial. Siempre recuerdo una voz que salió fuerte. Me sorprendí de mi propia voz. Y ahí fue que mi maestro me empezó a decir que tenía que estudiar. Ya tenía 14, 15 años”.
Y eso es lo que hizo en un conservatorio de Morón y luego, terminado el secundario, en lo que entonces era el IUNA (ahora UNA, Universidad Nacional de las Artes). “Desde chica mi contacto fue a partir de la música clásica, académica. También quizá por el repertorio que hacía el coro. Era música barroca, música del renacimiento. Me fue metiendo de alguna manera en ese mundo y después el estudio del canto y de la música fue desde ahí”.
-¿En qué momento se produjo el cambio hacia la música popular?
-Tengo colegas y amigues que fueron mamando eso de chicos. Lo tienen en su ámbito familiar. Se juntaban los domingos y se armaban guitarreadas. En mi caso, no tengo ese historial. Me crié con mi madre, mi abuela y mi tía, y la música que se escuchaba era Dyango, José Luis Perales, Luis Miguel, Cristian Castro. La música popular, el folklore, por así llamarlo, apareció más de grande. Te diría a los 21, 22. Tenía compañeras y compañeros del conservatorio que hacían música popular como un modo de escape. Y ahí me empecé a relacionar. Mucho tiempo hice las dos cosas. Pero al principio la música popular era un respiro dentro de tanta exigencia y tanta estructura que requería el estudio de lo académico.
Ese respiro se fue convirtiendo en un fuego interno, aunque en el camino también estudio música antigua y tres años de musicoterapia. Pero entonces, la cantante se empezó a hacer preguntas. “¿Para qué formarse tanto, por qué hilar tan fino, para qué el canto? Esas preguntas fueron calando cada vez más hondo. Y ahí fue cuando me fui vinculando cada vez más con la música popular. Empecé a sentir que me conectaba con algo propio, de mi identidad, mi lenguaje, mi decir, mi paisaje, hasta incluso con lo ancestral, con mi historia, la historia de nuestro país y de nuestra Latinoamérica. Y me empezó a resonar eso”.
En paralelo, se recibió de la UNA, hacía producciones de ópera y se metió al Instituto Superior de Arte del Teatro Colón. “Suena un poco sensacionalista, pero era salir del Colón e ir a una peña. Sin escalas. Literal. En el Colón muchos de mis maestros sabían que hacía música popular y no estaban para nada de acuerdo. Recibí muchos comentarios como: 'no podés hacer las dos cosas, fijate qué vas a hacer'. Hay algo también de pertenecer a esa elite, que es como que tenés que dejar todo ahí. No te puede entrar en la cabeza dedicarte a otra cosa. Quizá por la exigencia, por lo difícil que es ingresar y pertenecer a ese circuito. Hasta que, bueno, finalmente hace dos años dije: ¿para qué? Me di cuenta de que no quería ser solista del Colón”.
-Grabaste primero un EP, Homenaje a Violeta Parra, en 2019. ¿Por qué Violeta Parra?
-Es una artista que admiro hace muchísimos años. Hay algo que me sucede con esa cosa tan rústica en su música y en su decir, esa cosa tan directa en sus composiciones, pero sobre todo en su lírica, en sus letras. Hay algo tan real, tan honesto. Creo que eso también a ella le costó. Tiene una manera tan sincera que me resonó desde un principio. Creo que a ella le terminó costando hasta la vida esa sinceridad y esa herida tan abierta siempre en su música y en sus canciones. Siempre me sentí muy representada en eso.
-¿Y qué pasa con la voz cuando pasás de la ópera a Violeta Parra?
-Es difícil de explicar. Muchas veces me han dicho que no se notaba. De alguna manera, se nota que hay algo de preparación vocal cuando alguien me escucha cantar folklore, pero al mismo tiempo no es que se escuche una voz lírica. Pude cambiar el chip. Obviamente que desde que dejé de estar tan activa en el mundo lírico, hay algo del juego y de la investigación vocal que me abrió un abanico de posibilidades y de colores en la voz, que es un poco lo que se escucha en el disco. En este momento estoy estudiando música argentina en la UNSAM (Universidad Nacional de San Martín), que se especializa en folklore y tango. Y me sucede con el tango que lo siento más cercano a lo lírico. Pero yo soy un poco más especialista en el folklore. Y, sí, siento que desde lo vocal, desde lo técnico, sin dudas, toda mi formación me aporta muchísimo. Mucho tiempo renegué de eso. Pero hoy lo agradezco. Siento que me da muchísimas herramientas.
-Y ahora este disco que es todo de compositoras. Hablemos un poquito de cada una y de por qué elegiste estas canciones. De Violeta Parra ya hablaste, pero ¿por qué “El gavilán”?
-Tengo colegas que me dicen: 'che, para un primer disco lo diste todo'. Sí. La realidad es que sí. Muy apoyada y muy empujada por el pianista y el arreglador de este disco, Santiago Torricelli. Empecé a trabajar con él. Hice el EP de Violeta Parra. Y él me arengó mucho: 'tenés que grabar un disco'. En un principio iba a ser todo en homenaje a Violeta Parra. Pero después fueron llegando estas mujeres, grandes referentes, y me dieron ganas de abrir el juego. Y, sin duda, tiene un sentido político la elección del repertorio y la temática y que sean todas mujeres argentinas y de Latinoamérica. “El gavilán”, porque en este disco no podía faltar Violeta Parra. Para mí es una de las obras más complejas que tiene. No solo desde lo armónico, lo que pasa con la guitarra, sino desde el texto, lo repetitivo. Es un tema que originalmente dura nueve minutos y pico, casi diez. El arreglador lo pudo achicar a siete minutos y algo. Y me pareció un desafío casi revolucionario, hasta te diría, hacer en un disco hoy, en 2023, un tema que dure siete minutos y pico, cuando no hay tolerancia ni siquiera a poder mantener la atención más de un minuto, que es lo que dura un reel en Instagram. Lo elegí por eso también, como un desafío. Y quería que el arreglo tuviera este vuelo. Me parece una mini ópera porque tiene como muchos momentos, colores, estados de ánimo, contrastes. Siento que ahí pude poner un poco también de la data operística.
-Chabuca Granda.
-En este disco hay muchas mujeres que yo ya venía escuchando y cantando y hay otras que descubrí. Tenía ganas de meter algún hitazo dentro del repertorio quizás no tan conocido. Y “El Surco” era parte de mi repertorio que venía cantando.
-“El desierto”, de Lhasa de Sela.
-Lhasa es una compositora mexicana muy ecléctica. Tiene cosas en inglés, en francés. Más allá de que el disco es bastante variado y tiene folklore latinoamericano y argentino, tenía ganas de meter algo que se saliera un poco de esa línea. Fue una larga discusión con el arreglador. Está esta idea que se tiene de que un disco tiene que seguir una especie de, entre comillas, estética, una línea temática, incluso en el repertorio. Y me quería salir de eso. Hoy escuchamos a una Flor Bobadilla, a una Inés Cuello. Estamos abiertas a hacer música argentina, música popular, pero los límites y los bordes están cada vez más desdibujados. Y me parece bárbaro que eso suceda. Porque en definitiva es en tu materia que vos, de alguna manera, podés bajar la data de todo eso que te identifica. Yo escuchaba mucho a Lhasa en mi adolescencia. Y Santi me dijo: 'che, estaría bueno meter algo de Lhasa'. Y volví a escuchar mucho de su obra y “El desierto” me volvió loca, porque tiene vuelo, mucha de esa data circense, que tiene que ver con la música que hizo ella mucho tiempo. Y me pareció un lindo espacio para jugar un poco con la voz, con esta voz hablada, con esta parte que comienza recitando, esta cosa más teatral, más performática.
-De María Elena Walsh hay un tema no muy conocido.
-Me sucedió eso de poder agarrar estas compositoras y hacer algunas obras que quizás no son tan conocidas de ellas, igual que con Eladia Blázquez. Para mí tenía que estar María Elena Walsh, pero no sus canciones de temática infantil. Y encontramos “Las estatuas” y la letra me llegó directo. Me pasó con muchas de estas obras del disco: amor a primera vista, un flechazo. Para mí era muy importante que las letras me resuenen, me digan algo, me den ganas de cantarlas. Y “Las estatuas” para mí habla tanto de esta nostalgia que nos representa tanto como argentinos, argentinas, acá y afuera. Esta cosa siempre del desarraigo, del desamor, de tanto ruido que hay en la calle pero tanta soledad al mismo tiempo. Me vi tan representada en estas estatuas.
-“Pobre mi negra” de Leda Valladares.
-Para mí es una referente en todo su trabajo. Es tan importante para nuestra música, nuestra identidad nacional, todo su trabajo de recopilación. Yo venía haciendo canto con caja en mi repertorio. De hecho, a través de Leda fue que empecé a incursionar y a meterme en el mundo del canto con caja, de la baguala y de la vidala. Hice varios talleres. Elegí “Pobre Mi Negra”, porque ya la venía cantando y me gustaba mucho el texto. Pero podía haber sido cualquier otra recopilación de Leda. Para mí no podía faltar en este disco un canto con caja, que, sin duda, fue también un momento bisagra en el recorrido con mi voz. ¿Qué pasa con la voz ahí totalmente desnuda, despojada? Más allá de que es un arreglo bastante impresionista, una cosa muy debussiana, una búsqueda muy hermosa que tuvo Santiago, no deja de estar la voz en primer plano, esta necesidad que tiene el canto con caja de poner la voz al servicio de un valle, de una montaña, recibiendo el canto y devolviéndonos el propio eco. Me parece muy maravilloso lo que sucede ahí. Y me parece que también es algo que tenemos que seguir rescatando, porque parece que cada vez más en la música hay cosas no humanas. Hay cosas que están buenas, pero hay algo que sucede en esta revolución de la inteligencia artificial, que tenemos temor a que en cualquier momento nos reemplace por completo. Y hay algo tan crudo del canto con caja, tan humano, tan verdadero y tan honesto, donde tan solo una voz, con su verdad, su decir, y una caja, que de alguna manera representa o replica un latido, que tiene que estar, que hay que seguirlo rescatando. No van a poder con esto.
-“La diablera”, de Hilda Herrera.
-Un zambón. Para mí fue también un gran desafío. Hay muy pocas versiones y son de grandes referentes como Mercedes Sosa y Liliana Herrero. Son dos versiones bastante distintas y bellísimas. Para mí era un desafío por todo lo que significa cantar esa zamba, que tiene mucho registro vocal. Es de esas obras de arte que son medio escuela, que si lográs encontrarle el punto, lográs mostrar un poco tu identidad vocal. Yo siento eso. Por eso también decidí que abra el disco. He recibido comentarios de 'che, es un montón para abrir un disco, es muy fuerte capaz para una persona que no te conoce'. Y yo dije: 'bueno, es eso'. Medio a modo de cachetada. Como 'hola, soy esto'. Siento que un poco me deja mostrarme y cantar, ya sea desde la poética, lo vocal, lo musical.
-¿Y quién es la compositora de “Aguacero”, Rebecca Roger Cruz?
-Es una compositora venezolana, contemporánea, tendrá un par de años más que yo. Una piba súper joven, una genia. Está viviendo en Francia en este momento, en Lyon. Está ahí recorriendo Francia, Europa, con su música, con un grupo que se llama Parranda La Cruz. Y fue resultado de que con el arreglador queríamos poner una composición de una compañera contemporánea. Y teníamos ganas de que fuera de Colombia o Venezuela. Y fue sacarle el jugo a Internet, que te posibilita llegar a músicas que en otro momento quizás era más difícil llegar. Así la encontramos a Rebeca y fue increíble. Escuchamos todo su disco. No solo nos maravilló la composición, la letra, sino que fue innovador y un desafío agregar estos instrumentos que son típicos venezolanos, que se llaman quitiplás, que se hacen en juego de a tres pares, que básicamente son dos cañas de bambú. Cada persona toca dos cañas de bambú sobre un ladrillo, sobre el asfalto. Y fue muy divertido. Ahí fue cuando invité a dos percusionistas para que lo pudiesen hacer y fuimos mezclando eso, que es la rítmica afro-venezolana, con tintes de alguna chacarera, alguna zamba que aparecen ahí en el mismo tema.
-Y queda tu tema, ¿también componés o es como que fue algo excepcional?
-Fue algo de alguna manera excepcional y me genera cierto calor cuando me presentan como cantautora. No es mentira, pero también tengo mucho respeto y admiración para la gente que compone. Soy mucho de escribir, pero no de ponerle música. La UNSAM me está enfocando mucho a eso porque es una carrera que está encarada para componer y arreglar. De hecho, esta baguala sale de parte del trabajo de una de las materias, que era componer un canto con caja, que sin duda es un género que a mí me resuena muchísimo. Y salió, este “Yo no tengo”. Pero, sí, se podría decir que es una de las pocas composiciones que tengo y me genera mucho orgullo incluirla en este disco.
.¿Cómo va a ser el show?
-Vamos a hacer con toda la banda y con invitados todo el disco. Y también tengo un proyecto a dúo con una guitarrista, que se llama Flor Violeta. Ella va a estar invitada y vamos a mostrar un poco también del trabajo que venimos haciendo, que sigue la misma temática. Tiene que ver con ir intercalando obras de mujeres de Latinoamérica con poemas. Leemos a Pizarnik, a Simón de Beauvoir, a Nayla Beltrán, que es una compositora que yo digo que es como nuestra Violeta Parra argentina. Tiene un libro hermoso, bellísimo, de décimas. La leemos bastante a ella porque son décimas feministas contemporáneas, actuales, que hablan de todas las problemáticas que vivimos actualmente. Estoy muy emocionada, la verdad. Hubo mucho trabajo de preproducción. Es un trabajo súper autogestivo. Todo lo llevo adelante yo. Y es un desafío hoy en día llevar un proyecto solista, que lleve mi nombre. Es un trabajo muy arduo, que viene desde hace mucho tiempo, pero la verdad que estoy muy contenta de poder hacerlo.
-¿Ser mujer hace más difícil abrirse camino en el mundo de la música?
-Sí. Es un poco más complejo poder llegar a lugares quizás más masivos. Por suerte estamos ganando espacios gracias al empuje y y la fuerza de generaciones y de todo un movimiento y de otras mujeres que nos dejaron el camino, que dieron hasta la vida. Pero ese camino hay que seguirlo sembrando. A veces me despierto con un pensamiento positivo de que sin duda tenemos más lugares y más espacios y, por momentos, pienso que nos falta muchísimo. Sin duda, las mujeres, feminidades y disidencias estamos ganando espacios, pero falta. A veces parece medio vintage hablar de ciertos derechos, de la ley del aborto y eso, pero siento que la bandera la tenemos que seguir sosteniendo alta, el puño ahí. Es agotador pero no podemos bajar la guardia porque de hecho está pasando en el mundo que derechos ya ganados están retrocediendo. Entonces tenemos que estar ahí siempre al pie del cañón, cual Juana Azurduy, defendiéndolos, desde la música en mi caso, nombrándonos y cantándonos.
“Raíces” fue un programa radial dedicado a la música de raíz de Argentina y Latinoamérica que la periodista entrerriana Blanca Rébori condujo durante más de 30 años en diferentes emisoras. Titulamos esta columna con ese nombre en homenaje a su labor.
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Raíces 2023
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