Matt Dillon tiene algo que siempre resulta misterioso e inescrutable. Su voz profunda, su mentón marcado, su pose que encuentra el equilibrio entre lo chuleta y lo tierno… todo suma para construir una presencia hipnótica que cuesta descifrar. Lo vio pronto Francis Ford Coppola, que confió en él para convertirlo en icono de la insolencia adolescente en La ley de la calle y Rebeldes. Dillon se convirtió en una estrella, pero no en una de las que disfruta en cada alfombra roja, sino de las que se convierten casi en outsiders y que busca los cineastas más radicales para seguir explorando nuevas facetas.
Quizás por ello no ha dudado en trabajar fuera de Hollywood y hacerlo con nombres como Lars Von Trier o la francesa Alice Winocour. Este año lo hace por partida doble. En Cannes se le vio en el biopic sobre Maria Schneider dando vida a Marlon Brando en un filme sobre las heridas que dejó en aquella mujer la escena no consentida de El último tango en París. La segunda, que llega este viernes a los cines, es el filme español Isla perdida, un thriller de Fernando Trueba que bebe de Patricia Highsmith para plantear una turbia relación tóxica en una isla griega con Dillon como misterioso y oscuro hombre ante el que todos caen rendidos; sobre todo Aida Folch, una española que trabaja allí como camarera.
Ese extraño encanto de su personaje lo desprende también Dillon en persona, que acude a su cita puntual, de forma educada y tranquila, lejos de la pompa habitual de las estrellas de Hollywood. Allí cuenta que Fernando Trueba y él se conocen desde hace tiempo y que fue su amor por la música lo que les convirtió en amigos que se prometieron trabajar juntos en algún momento. Dillon define a Trueba como “un gran narrador de historias, pero no solo en el cine, sino en la vida, y eso siempre es una buena señal”. Demuestra haber hecho los deberes, y cita de carrerilla Belle Époque, La niña de tus ojos, Calle 54 y Chico y Rita.
Lo que le gustó es que le propuso “algo mucho más oscuro que lo que suele contar en sus otras historias”. Trueba dice de Dillon que sabe incluso más de música que él, y puede que por eso le ha dado a su personaje el gustazo de tocar la trompeta y ser un exmúsico de jazz. Dillon lo niega y concede que él sabe más de música afrocubana y Trueba sobre jazz. “De lo que él sabe mucho más es de historia del cine, sobre los clásicos de Hollywood. Conoció a Billy Wilder, era amigo de Sam Peckinpah, te cuenta historias sobre Howard Hawks… es fascinante escucharlo hablar, es como una enciclopedia, como un historiador de cine”, dice cautivado.
Ajeno a la fama
Aunque su personaje esconde en su carisma su turbiedad, Trueba le entrega también un poso trágico, el de alguien que escapa de una vida que no desea. Uno pudiera pensar que para alguien que disfruta tan poco del foco mediático, esa hubiera sido una ilusión, la de escapar de una industria como Hollywood, que te obliga a estar todo el rato expuesto si no se quiere perder el lugar de privilegio. Pero Matt Dillon asegura que nunca pensó en ello.
“Es verdad que empecé muy joven, pero estaba aprendiendo el trabajo y fui aprendiendo según avanzaba. Cuando miro atrás veo a una persona muy diferente a la que soy ahora, pero nunca sentí que quisiera escapar de allí, desde el primer momento supe que aquello era lo mío”, afirma pero también confiesa que el glamour y las alfombras rojas no son su parte favorita de la profesión: “La parte de la fama que lleva implícita no es lo que más me gusta porque soy una persona un tanto reservada, a mí me gusta concentrarme en mi trabajo. Pero tampoco quiero ser una persona que se esconde porque quiero poder salir y experimentar el mundo”.
La parte de la fama que lleva implícita esta profesión no es lo que más me gusta, porque soy una persona un tanto reservada, a mí me gusta concentrarme en mi trabajo
Reconoce que empezar tan joven sí “es difícil porque estás creciendo y desarrollándote y te encuentras con bastante presión”. Por eso da gracias por haber tenido una carrera que le permite seguir viviendo de ello. Define como “frustrantes” ciertas partes de este negocio, sorbe todo “la parte de la industria y el dinero, porque entra en conflicto con lo que realmente hacemos, es una relación simbiótica, porque irónicamente sin el dinero y el negocio no habría arte”.
Aunque siempre haya mirado a Europa para papeles más independientes no cree que la autoría dependa del país. “No trabajo basándome en la nacionalidad del director”, asegura y cree que también hay “cineastas en EEUU que trabajan y tienen una voz más allá del sistema”. “Por eso no puedo decir que los directores europeos sean muy diferentes a los estadounidenses. Eso sí, el sistema es diferente en todos los ámbitos. En Europa a los cineastas se les protege más gracias a que la financiación cuenta con el apoyo de las ayudas de los Gobiernos, mientras que en EEUU se les protege menos porque todo depende de la inversión privada. Lo más parecido que tenemos allí son las deducciones fiscales”, apunta sobre las diferencias de ambas industrias.
Como muchos actores siempre ha admirado a Marlon Brando, pero su fascinación por el intérprete no le impide entrar a valorar sus sombras, especialmente cuando lo ha interpretado en el biopic sobre Maria Schneider y ha tenido que recrear la infame escena de la mantequilla de El último tango en París. El guión le encantó y no dudó al decir que sí, pero cuando tuvo que enfrentase a aquel momento se dijo “¿qué estás haciendo?, ¿por qué estás haciendo esta película?”. “Tengo una relación paradójica con Brando. Es uno de los actores que más impacto tuvo en mí desde joven. Sus interpretaciones, incluida la de El último tanto en París, cambiaron la forma en la que la gente trabaja. Pero hay otra parte a la que soy muy sensible, y es que te exploten, pasar de ser un actor joven a ser un marginado, ser objetivado por todos, y cuando ves a Maria, lo joven que era, lo que luchó…”, reflexiona.
A pesar de las dudas, cuando vio la película se sintió aliviado. “No pensé al verla que Brando y Bertolucci fueran monstruos. Creo que tomaron una muy mala decisión al hacer lo que hicieron en nombre del arte. A mí me encanta esa película a pesar de esa escena, de hecho nunca me gustó esa escena, no la entendía. Y ella quedó traumatizada por esa escena. Creo que la directora, Jessica Palud, no ha realizado esta película como un ajuste de cuentas, sino que cuenta una historia muy trágica de una forma muy personal”, añade.
Para él hay algo clave en lo que ocurrió, y es que no hubo consentimiento. “Creo que el problema de lo que ocurrió allí, según lo veo ahora, es que nunca se lo dijeron, nunca le comentaron lo que iban a hacer. Se pueden hacer cosas en nombre del arte siempre y cuando todos sepan todo lo que va a ocurrir. He trabajado con Lars Von Trier y hemos hecho cosas locas, pero nunca me traicionó ni traicionó a ningún actor. Sé que tuvo problemas con Björk, pero conozco a muchos actores que han trabajado con él, y todos piensan como yo. Nunca nos engañó, nos pidió que confiáramos en él y es una cuestión de confianza”, subraya y redirige la conversación a Isla perdida, desatascando la confianza que tenía en Trueba y que le hizo decir que sí a este proyecto en una isla griega, lejos de los focos de Hollywood.