Pueblos inteligentes: ¿qué tecnología es necesaria para evitar la despoblación?

Darío Pescador

España —

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Ansó es un pequeño pueblo de 400 habitantes situado en los Pirineos de Huesca, en un valle dentro del Parque Natural que no tiene demasiado turismo. Como muchos otros pueblos de España, sus habitantes sufren las consecuencias del envejecimiento y la despoblación. 

Pero en los últimos años Ansó se ha hecho famoso por convertirse en uno de los 21 pueblos inteligentes europeos participantes en Smart Rural 21, un proyecto de la Comisión Europea para transformar el entorno rural con tecnología, y el único pueblo español en el programa.

El abandono de las pequeñas poblaciones y el desplazamiento masivo a las ciudades es un fenómeno global. En 1980, un 39% de la población mundial vivía en ciudades. En 2015 la proporción aumentó hasta el 54% y se calcula que llegará al 66%, dos tercios de la población, en 2050.

La consecuencia inevitable es el envejecimiento y la pérdida de población en áreas rurales, especialmente en países con bajas tasas de natalidad en Asia y Europa, de los cuales España está a la cabeza, y la contaminación, superpoblación y descenso de la calidad de vida en las ciudades.

La pandemia, el confinamiento, y la extensión del teletrabajo, hicieron pensar que se produciría un movimiento inverso, un “éxodo urbano” de personas que abandonarían las ciudades y volverían a los pueblos, pero un estudio reciente en España ha comprobado que este cambio de tendencia no se ha producido.

Y no es de extrañar. Las ciudades en general ofrecen mayores oportunidades de encontrar trabajo, sueldos más altos (aunque quedan compensados con gastos más elevados), mejores servicios, especialmente de telecomunicaciones, mayores facilidades para emprender negocios, y mayor acceso a comunidades formadas alrededor de ciertos intereses, sea el emprendimiento, los contactos internacionales o el estilo de vida. 

Precisamente son estos los factores que atacan iniciativas como Smart Villages 21. Por ejemplo, Ansó espera atraer teletrabajadores y empresas renovando los edificios municipales, creando espacios de coworking, ofreciendo conexión a Internet de alta velocidad y facilitando el alquiler, pasando así hacia una economía basada en los servicios.

Sin embargo no se trata (únicamente) de poner cibercafés en los pueblos para atraer a nómadas digitales. En su lugar, la intención es aprovechar la tecnología para hacer la producción agrícola, que es la base de las comunidades rurales, más eficiente, y de esta forma ser más autosuficientes.

De recibir dinero a producir dinero  

La idea de los pueblos inteligentes o smart villages es revertir la situación actual, en la que se considera que las pequeñas poblaciones rurales reciben subvenciones y ayudas gubernamentales porque sus servicios no son sostenibles, y en su lugar convertirlas en centros productivos capaces de costearse sus propios servicios.

Pero para llegar ahí, es necesaria una inversión en tecnología. El factor determinante es la digitalización. El uso de Internet y las tecnologías asociadas permite (al menos en teoría) captar clientes para los productos rurales directamente en cualquier parte del mundo sin depender de intermediarios de distribución.

Esto a su vez puede crear oportunidades de empleo tanto local como remoto. La famosa “brecha digital” sigue muy presente en España. Faltan servicios de Internet fuera de las ciudades, y también alfabetización digital, la formación y las habilidades necesarias para usarlos.

En España el 13,6% de los hogares no está conectado a Internet, y un 17% de la población no tiene ni siquiera habilidades básicas de informática. Estas son algunas de las tecnologías que podrían ayudar a los pueblos inteligentes a atraer talento, población e ingresos:

Movilidad como servicio: uno de los grandes problemas de las comunidades rurales es la dependencia del vehículo particular y la falta de opciones de transporte. Con el uso de sistemas de MaaS (movilidad como servicio) en zonas rurales se pueden aumentar estas opciones de modo sostenible. Un ejemplo es Shotl, una app que da acceso a una red de furgonetas para trayectos compartidos en Catalunya, o el servicio DRT (Demand Responsive Transport) en Castilla y León.

Internet de las cosas (IoT): no se trata solo de programar las luces de casa, también tiene una aplicación en el medio rural, por ejemplo mediante sensores que controlan los cultivos y los sistemas de riego, o sistemas de gestión de la salud en remoto, como por ejemplo el control de los medicamentos y las constantes vitales mediante dispositivos personales.

Big Data: puede parecer que el análisis de datos (y los analistas de datos) son ajenos al medio rural, pero en realidad son imprescindibles para procesar la información que llega de sensores, satélites, y también datos de mercado para, por ejemplo, optimizar el consumo de agua y fertilizante, prever cambios en el clima, movimientos del ganado y estado de los pastos, o el estado de los bosques, entre otras cosas.

Robótica: los tractores autónomos sin conductor, las máquinas recolectoras o los sistemas de control del ganado ya son una realidad en grandes explotaciones, pero los precios de la tecnología están a la baja y pueden llegar muy pronto a los pequeños productores.

Energía renovable: el entorno rural tiene en abundancia algo que falta en las ciudades: espacio. Esto permite a los pueblos convertirse en comunidades de energía renovable, según la nueva directiva europea, en el que cooperativas en los pueblos gestionan la producción de electricidad solar, eólica o de biomasa, tanto para autoconsumo como para vender a la red, y las habilita para recibir ayudas.

Aunque la migración a las ciudades es un proceso que no se detiene, las ciudades se tienen que volver más sostenibles, consumir menos recursos y ofrecer una mejor calidad de vida.

Una parte de ese proceso pasa porque no sean la única opción, y sea también posible vivir, disfrutar de buenos servicios y prosperar en el entorno rural. Con un pequeño empujón, los pueblos inteligentes pueden ser parte de la solución.