Había pasado un mes de aquel apretón de manos entre Yasser Arafat, líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), e Isaac Rabin, primer ministro israelí. El presidente estadounidense, Bill Clinton, justo detrás, los estrechó entre sus brazos en los jardines de la Casa Blanca. “Ahora que se disipó parte de la euforia es posible reexaminar el acuerdo”, decía entonces uno de los palestinos más prominentes de las últimas décadas, el escritor Edward Said. “Primero, vamos a llamarlo por su nombre real: un instrumento de la rendición palestina; el Versalles palestino”, aseguraba. Said comparaba el acuerdo histórico con el tratado de paz de la Primera Guerra Mundial y los términos abusivos con Alemania, el bando perdedor.
En Israel tampoco gustó a todo el mundo e incluso le costó la vida a su primer ministro. Isaac Rabin participaba en un evento bajo el lema ‘sí a la paz, no a la violencia’ poco después de la firma de la segunda parte de los acuerdos de Oslo en septiembre de 1995. “Fui hombre de armas durante 27 años. Mientras no había oportunidad para la paz, se desarrollaron múltiples guerras. Hoy estoy convencido de la oportunidad que tenemos de realizar la paz”. Sería su último discurso. Al bajar las escaleras, fue asesinado a tiros por un ultraderechista.
Semanas antes, un joven israelí de 19 años presumía ante las cámaras con la chapa del Cadillac atacado de Rabin: “Hemos ido a por su coche y también iremos a por él”. Era Itamar Ben-Gvir, el ultranacionalista convertido ahora en ministro de Seguridad Nacional en el Gobierno más ultraderechista de la historia del país. Un ascenso que representa el ejemplo perfecto del fracaso de Oslo. Hoy en Israel están en el poder aquellos que querían quemar los Acuerdos de Oslo.
¿Qué dicen exactamente los Acuerdos de Oslo de 1993? “Ha llegado el momento de poner fin a decenios de enfrentamientos y conflictos, de reconocer sus legítimos derechos políticos mutuos, de tratar de vivir en un régimen de coexistencia pacífica y de dignidad y seguridad mutuas, y de llegar a una solución de paz justa, duradera y global y a una reconciliación histórica por conducto de un proceso político convenido”, decía la primera frase. Lo que se escondía detrás de aquello era que la OLP reconocía por primera vez la existencia de Israel e Israel reconocía a la OLP como representante legítimo del pueblo palestino –hasta entonces no solo era considerada una organización terrorista, sino que una ley prohibía cualquier contacto con el grupo–.
La base del acuerdo se centraba en la creación de “un gobierno autónomo provisional palestino” para Cisjordania y Gaza durante un periodo de transición “de no más de cinco años”, que debía desembocar en “una solución permanente” basada en la resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU, la cual exigía la retirada “de las fuerzas israelíes de territorios que ocuparon durante el reciente conflicto [guerra de 1967]” y la creación de un Estado soberano palestino junto a Israel. La Autoridad Palestina, creada gracias a los Acuerdos de Oslo, era el primer paso en el camino. O eso creían algunos.
“Institucionalizar la ocupación”
Jan Egeland, actual secretario general del Norwegian Refugee Council, era entonces viceministro de Exteriores de Noruega e hizo de intermediario entre las partes en las negociaciones secretas que desembocaron en el acuerdo final. “La alternativa al acuerdo de 1993 era un conflicto interminable sin esperanza. Por primera vez, Israel estaba dispuesto a negociar con los palestinos una solución duradera y la OLP reconoció el derecho de Israel a existir”, recuerda a elDiario.es. “Fue un gran avance que no se había conseguido hasta entonces. Que eso no haya acabado en una paz duradera es algo de lo que ambas partes, y nosotros en la comunidad internacional, tenemos que asumir la responsabilidad. Especialmente Israel, como parte más fuerte y como ocupante, debería haber hecho más por alcanzar un verdadero acuerdo de paz. Sin duda, nosotros como facilitadores subestimamos las fuerzas de quienes se oponían a la paz”, añade.
“Desde el primer día estuvimos al frente de las críticas”, recuerda en conversación telefónica desde Gaza Raji Sourani, director y fundador del Centro Palestino para los Derechos Humanos. Sourani creó el centro en 1995, pero lleva más de 40 años como activista por los derechos humanos desde que fue encarcelado tres años por Israel en 1979. Allí dentro aprendió hebreo y estudió los decretos militares de Israel y los Convenios de Ginebra: “No decía una sola palabra sobre el final de la ocupación, no mencionaba el derecho internacional humanitario, tampoco había rastro del desmantelamiento de los asentamientos ilegales…”. Por la convicción y rapidez de esa lista infinita, parece que Sourani lo lleva mascando 30 años. Todavía duele como una herida reciente.
“Significaba institucionalizar la ocupación y, mientras tanto, los palestinos reconocían el Estado israelí sin ni siquiera definir sus fronteras. Por eso no tenemos control de nuestra soberanía y tenemos este extraño modelo de autonomía en una parte muy pequeña del territorio ocupado”, explica.
Jørgen Jensehaugen, investigador sénior del Peace Research Institute of Oslo (PRIO) y especializado en el conflicto, recuerda que los acuerdos se firmaron durante una intifada y reflejaban “lo que quizá era el mejor acuerdo posible en el momento”, asegura a elDiario.es. Jensehaugen divide los acuerdos en dos partes fundamentales: “Una es el reconocimiento mutuo de las partes” y la otra, “más importante”, era un calendario hacia la solución permanente.
“Se programó para un proceso de negociación de cinco años como primer paso, pero el proceso colapsó. Sin embargo, la primera parte del reconocimiento se mantuvo. El resultado de todo eso fue que todos los asuntos problemáticos de Oslo están todavía presentes en el terreno. La cuestión de Jerusalén no se abordó e Israel tomó la ciudad; los asentamientos no se abordaron y siguieron creciendo; la cuestión de los refugiados no se abordó y siguen en el exilio y sufriendo en campos de refugiados”, detalla el experto.
“Mientras tanto, la Autoridad Palestina, que al principio era la parte positiva del acuerdo, está paralizada y se ha convertido en no democrática. El presidente Mahmud Abbas lleva demasiado tiempo en el poder. Lo que vemos, en definitiva, es el resultado de un proceso fallido”, añade. Las últimas elecciones presidenciales de la Autoridad Palestina se celebraron en 2005 y las legislativas, en 2006.
Sourani opina que la solución de dos Estados que parecía vislumbrarse en Oslo “era solo el sueño de la parte palestina y, en parte, de la comunidad internacional”. “Pero de facto y de iure Israel tenía en marcha un proceso de construir una nueva forma de apartheid”, añade. “Los que vivimos sobre el terreno y conocemos a Israel, nunca tuvimos ninguna ilusión de que esto llevase a la autodererminación”.
Rashid Khalidi, historiador palestino, coincide con Sourani. “Los Acuerdos de Oslo son el resultado de intenciones totalmente diferentes por parte de las tres partes. Los dirigentes palestinos pensaron que era un paso hacia la autodeterminación. Estaban completamente equivocados. EEUU lo vio como un medio de estabilizar y congelar la situación y mantener el statu quo. Washington nunca tuvo la intención de obligar a Israel a poner fin a su proceso de colonización. Y para Israel fueron una forma de seguir colonizando y controlando los territorios ocupados”, decía en una entrevista reciente con elDiario.es. “Oslo fue un gran éxito, en otras palabras, si crees en la colonización, la limpieza étnica y la apropiación de tierras”, aseguraba.
Del Estado palestino al “apartheid”
El investigador de PRIO señala que “desde 1993 todas las acciones de Israel estuvieron enfocadas contra de la solución de los dos Estados” que, según él, ya es imposible de alcanzar. “Es irreversible”, arroja . “La paradoja es que los palestinos y la comunidad internacional están atrapados en una solución que ya no es posible y lo trágico es que no hay una alternativa sobre la mesa. Además, no es que las alternativas se vuelvan más fáciles a medida que la solución de dos Estados se hace imposible. Al contrario, las alternativas son incluso más difíciles”, advierte.
“Cuando los diplomáticos tiran de argumentario, insisten en los dos Estados, pero cuando hablas con ellos sobre el terreno, admiten que esa realidad ya no está presente”, dice. “Hace unos tres años, la comunidad diplomática y la comunidad de derechos humanos coincidían en su evaluación, es decir, criticaban cosas como la expansión de los asentamientos o la demolición de casas palestinas, pero coincidían en el objetivo de los dos Estados. Ahora, de pronto la comunidad de derechos humanos dice que la solución de los dos Estados está muerta y que estamos en un sistema de apartheid. Pero la comunidad internacional no está en ese punto todavía”, sostiene.
Egeland cree que un nuevo acuerdo no solo es posible, sino “esencial”. “Cada vez que viajo a los territorios palestinos ocupados me pregunto cómo puede empeorar todavía más la situación para la gente que vive ahí. No puede seguir así y se requiere un nuevo esfuerzo de gran envergadura”, señala. “No hay otra alternativa a una nueva negociación liderada por EEUU basada en los principios de seguridad mutua, derechos humanos y final de la ocupación. Los asentamientos son quizá la mayor amenaza a cualquier solución. EEUU debe poner mucha más presión sobre Israel para cumplir sus obligaciones. Ninguna otra parte tiene esta capacidad”, concluye.