Hamada Al Bayari se comunica con dificultad al otro lado del teléfono desde Jan Yunis, al suroeste de la Franja de Gaza. La conexión, explica con cierta resignación, no es muy buena. “Desde el segundo día de la escalada, buena parte de las telecomunicaciones ha resultado dañada. Todos los habitantes de Gaza están asustados, y todos quieren comunicarse con todos para asegurarse de que están bien, así que la red está bajo una enorme presión”, dice con voz algo cansada, cuando la cobertura lo permite.
Al Bayari trabaja en la oficina humanitaria de Naciones Unidas (OCHA) en el enclave palestino, un estrecho territorio densamente poblado donde en estos momentos hace falta de todo. Pero en los últimos días, explica, su labor se está volviendo extremadamente difícil a medida que los suministros básicos se agotan. “Intentamos hacer todo lo que podemos para proteger a la gente, pero no tenemos recursos”, dice. “Hemos movilizado nuestros propios recursos, nuestros equipos están intentando ayudar. Pero nuestro problema es que estamos bajo un bloqueo total y no llega nada a Gaza desde hace 12 días, incluidos los suministros humanitarios. Los cortes de electricidad y agua están empeorando aún más las cosas. Intentamos hacer todo lo que podemos”.
Durante la conversación, repite una y otra vez que es fundamental que entren urgentemente alimentos, agua, medicinas y combustible, todo aquello que no está llegando desde que Israel impuso un estricto cerco a la franja tras el mortífero ataque de Hamas que agravó unas condiciones ya precarias tras 16 años de bloqueo. Este jueves, por noveno día consecutivo, Gaza sufría un corte total de electricidad. “Ahora, mientras hablamos, la situación es muy difícil, pero, sin todo esto, puede ser mucho peor. Cada minuto sin respuesta se puede perder una vida”.
A escasos kilómetros de allí, colas de camiones que transportan alimentos, agua y medicinas están a la espera de que se abra el cruce de Ráfah, que une Gaza y Egipto. Estados Unidos dice que, tras un acuerdo con Israel y Egipto, un primer grupo de 20 vehículos podrá cruzar a la franja después de que se reparen los baches en las carreteras de acceso, lo que podría ser este viernes. No se permitirá la entrega de combustible, también muy necesario para los generadores de los hospitales, las ambulancias y las plantas desalinizadoras en el enclave palestino, donde viven 2,2 millones de personas.
Los trabajadores humanitarios han dicho que esos 20 camiones serán solo una gota en el océano. Al Bayari coincide en que “en absoluto” son suficientes. “Pero, de todos modos, bienvenidos sean. Espero que sea un pistoletazo de salida de la entrada de suministros”, agrega.
Antes del 7 de octubre, cuando estalló la guerra, alrededor de 100 camiones diariamente proporcionaban ayuda al enclave. Martin Griffiths, el jefe humanitario de la ONU, está abogando por que se establezca un mecanismo acordado por todas las partes relevantes que permita “la provisión regular de las necesidades de emergencia” en toda Gaza para que el nivel de distribución de ayuda “vuelva a ser el que era antes de estas terribles semanas”, es decir, 100 camiones al día. “Tenemos que volver a ese nivel de ambición”, dijo Griffiths este miércoles.
Según Khalid Zayed, el responsable de Media Luna Roja para el Norte del Sinaí, más de 200 vehículos y cerca de 3.000 toneladas de mercancía esperan en las proximidades del paso fronterizo, el único no controlado por Israel.
Israel asegura que su Ejército “no obstaculizará” las entregas siempre que estas lleguen a la población civil del sur de la Franja de Gaza y se aseguren de que no caigan en manos de milicianos de Hamás. El Gobierno de El Cairo lleva días presionando para que la ayuda acumulada en medio del desierto empiece a entrar a Gaza, mientras defiende su negativa a dejar pasar a los gazatíes a territorio egipcio.
Según informa la agencia Associated Press, observadores de la ONU inspeccionarán los camiones que transporten ayuda antes de entrar en Gaza. Naciones Unidas, en colaboración con la Media Luna Roja egipcia y palestina, se asegurará de que la ayuda llegue sólo a los civiles, informa AP citando fuentes egipcias y europeas, según las cuales se izará una bandera de la ONU a ambos lados del paso fronterizo como señal de protección contra los ataques aéreos. El mismo medio estadounidense recogía este jueves por la tarde que un portavoz de la parte palestina ha afirmado que no habían comenzado las obras para reparar la carretera entre las dos puertas dañadas por los ataques israelíes.
El Programa Mundial de Alimentos (PMA) tiene 951 toneladas métricas de alimentos de emergencia preparadas en Al Arish, una localidad egipcia próxima al paso fronterizo. El sábado, la Organización Mundial de la Salud (OMS) envió un avión cargado de suministros a Egipto desde su centro logístico de Dubái, y otros cuatro vuelos, con 40 toneladas métricas de suministros, llegarán a lo largo de la próxima semana. Según ha explicado el jefe de esta agencia, Tedros Adhanom Ghebreyesus, se trata de medicamentos traumatológicos para tratar a los heridos, medicamentos para la diabetes, el cáncer y las enfermedades cardiovasculares, y otros suministros sanitarios esenciales para atender las necesidades de 300.000 personas, entre ellas mujeres embarazadas. “Nuestros camiones están cargados y listos para partir”, ha dicho este jueves.
Este jueves por la tarde, al igual que en los días previos, el paso de Ráfah aún seguía cerrado y no se había permitido la entrada de suministros, según confirma Al Bayari a elDiario.es. “Los suministros están todos allí, no muy lejos de las personas afectadas, que quizás están solo a unos 20 o 30 kilómetros de distancia. Tienen que llegar inmediatamente y sin demora para que podamos salvar vidas”, dice.
Más allá de Egipto, hace hincapié en que Israel “como potencia ocupante tiene la obligación de facilitar el acceso de suministros a Gaza”. “Hasta donde yo sé, no ha entrado nada [desde el lado israelí]”, añade el trabajador humanitario. Los cruces de Erez y Kerem Shalom de Gaza con Israel permanecen cerrados.
“Rogamos que haya una pausa”
Este miércoles, el Ejército israelí, que ordenó a la población del norte de Gaza que se marchara de allí, anunció la creación de una zona en el área de Al-Mawasi, en la costa sur de la franja, donde “se proporcionará ayuda humanitaria internacional según sea necesario”. En el momento en el que responde a las preguntas de este medio, Al Bayari explica que no tiene conocimiento de ningún acuerdo. “Ninguna entidad ha determinado que esta zona sea la más segura para los civiles. Me temo que toda la Franja de Gaza es insegura”.
Además de que se permita el paso sin impedimentos de productos esenciales, el trabajador de la ONU suplica que haya un alto el fuego. “Rogamos que haya una pausa para asegurarnos de que la gente pueda sentir que está protegida y continuar enviando suministros a quienes los necesitan”, dice desde Gaza. Todos los organismos y el personal humanitario se han enfrentado a importantes limitaciones a la hora de brindar asistencia, debido a las hostilidades, las restricciones de movimiento y la escasez de suministros, mientras que la inseguridad reinante impide llegar a quienes lo necesitan y a instalaciones vitales como los almacenes.
Israel ha bombardeado Gaza desde aire, mar y tierra casi ininterrumpidamente desde el 7 de octubre, cuando combatientes de Hamás mataron a cientos de personas y tomaron decenas de rehenes que aún están cautivos en la franja. Mientras flota en el aire la idea de una ofensiva terrestre, las fuerzas israelíes han llevado a cabo ataques aéreos masivos contra barrios densamente poblados e infraestructura civil, causando una gran destrucción. En la Franja de Gaza, el balance de víctimas mortales se eleva ya a 3.785, de los cuales 1.524 son menores, según las autoridades locales. También hay miles de heridos y cientos de personas están desaparecidas bajo los escombros.
Entre los muertos hay trabajadores humanitarios. La UNRWA (la agencia de la ONU para los refugiados palestinos) ha perdido a 14 empleados. También ha fallecido personal de la Media Luna Roja Palestina. Muchos han sufrido la muerte de sus familiares. Este miércoles, el hijo de un miembro del equipo del Consejo Noruego para Refugiados (NRC) perdió la vida en un ataque cerca de Ráfah, donde buscaban seguridad.
Las fuerzas israelíes han seguido atacando zonas del sur a pesar de que el viernes pasado dieron instrucciones a la población del norte, incluida la ciudad de Gaza, para que se desplazara allí “por su propia seguridad”. Una de estas zonas es Jan Yunis, ciudad donde cientos de miles de palestinos buscan refugio, entre ellos Al Bayari, que cuenta que escucha bombardeos durante toda la noche. “Oigo la intensidad del movimiento de los drones o de los cohetes que planean en el cielo. Este miércoles por la mañana hubo bombardeos, por suerte no muy cerca de donde yo estaba. Pero siguen siendo muy intensos”, dice al otro lado del teléfono.
Los testimonios que llegan desde Gaza son unánimes: allí no hay lugar seguro. Lo mismo responde el trabajador de OCHA a la pregunta de si teme por su seguridad. “Todos los lugares de Gaza corren peligro, así que no me siento más seguro que ninguna otra persona. Hay bombardeos en toda la franja, no solo en el norte. El martes por la noche fue terrible. El lunes también. Y no hay ningún lugar donde la gente pueda huir. Gaza es un territorio muy pequeño, y no hay ningún lugar donde la gente pueda sentirse más segura porque los bombardeos no han cesado en absoluto desde el comienzo de este conflicto”.
Una ciudad desbordada
Al Bayari llegó a la localidad desde su casa y se ha trasladado hasta en tres ocasiones allí para buscar refugio. Explica que Jan Yunis ya estaba al límite antes de la última escalada. Entonces, llegaron muchos habitantes expulsados de sus hogares por los bombardeos, perdidos, asustados, sin saber nada de lo que vendría después. “La situación es desesperada. Hay una gran masa de gente y es muy difícil para Jan Yunis manejar esta gran afluencia de población. No tienen infraestructura suficiente, no tienen comida para todos, no tienen instalaciones médicas. Es una locura”, dice el trabajador humanitario.
La ONU calcula que desde el inicio de las hostilidades, alrededor de un millón de personas, de las cuales 353.000 se encuentran en escuelas de la UNRWA solo en el centro y sur de Gaza. El pasado martes, una de estas instalaciones en el campo de refugiados de Al Maghazi, en la zona central de la franja, que albergaba a unas 4.000 personas desplazadas, fue atacada durante los bombardeos israelíes. Como resultado, ocho personas murieron y 40 resultaron heridas, incluidos tres miembros del personal de la agencia de Naciones Unidas.
Ese mismo día se produjo la masacre en el hospital Al Ahli, en la ciudad de Gaza, que dejó centenares de fallecidos, según las autoridades gazatíes, y cuya autoría aún no está clara. En las instalaciones había pacientes que estaban siendo tratados y personas que se alojaban allí para resguardarse de los bombardeos. “Estamos conmocionados y preocupados. Lo que pasó allí nos llevó a un estado de shock extremo. Lo que ha sucedido desde el inicio de este conflicto es extremadamente impactante”, dice el trabajador de OCHA. “Los civiles inocentes no deben ser el blanco de ninguna de las partes. Lo que ocurrió en el hospital es grave y muy desafortunado. Los civiles aquí pagan el precio más alto desde el inicio de este conflicto. Es muy injusto. Y vemos que no pueden soportarlo demasiado. Es demasiado devastador para la población civil”.
La mayoría de los heridos en la explosión del hospital Al Ahli han sido evacuados al Hospital Shifa, el más grande del enclave, ubicado en la ciudad de Gaza. “Ahora mismo tenemos más de 3.000 pacientes heridos. En nuestro hospital, en un día normal, nuestra capacidad máxima es de 700 camas”, dice en un audio Nedal Abed, cirujano ortopédico de Médicos Sin Fronteras. “La mayoría de los pacientes heridos son civiles, niños y mujeres. Estamos trabajando bajo mucha presión. No hay electricidad. No sabemos cuánta gasolina queda [para hacer funcionar los generadores]. Es una cuestión de tiempo”.
Los hospitales están al borde del colapso. Funcionan al mínimo de su capacidad y luchan por mantener operativas las salas de urgencias, además de suspender algunas cirugías, trabajar a oscuras y limitar el uso de los ascensores. Puede que pronto se suspendan procedimientos como la diálisis. El cirujano de MSF dice que más de 40.000 civiles fueron al hospital a buscar algo de seguridad.
“Es algo que nunca he visto antes”
Desde Jan Yunis, Al Bayari expresa su preocupación por el hecho de que las personas están consumiendo cada vez más agua no potable, como los pozos agrícolas. “Nos puede llevar a una nueva fase, a problemas de salud, porque la contaminación del agua puede causar múltiples tipos de enfermedades, sobre todo entre los niños. Esperamos que no ocurra, pero fácilmente puede pasar”.
Se calcula que el consumo de agua para todas las necesidades –incluido beber, cocinar y la higiene– ha descendido a tres litros diarios por persona. Casi no hay disponible agua embotellada y su precio la ha hecho inasequible para la mayoría de las familias. La falta de combustible, la inseguridad y los daños en las carreteras han paralizado las operaciones de transporte de agua en camiones en la mayoría de las zonas. Según OCHA, el este de Jan Yunis es actualmente una de las pocas zonas donde se suministra agua corriente a los hogares durante unas horas al día –tras la reactivación por parte de las autoridades israelíes de unas líneas de agua que dan servicio a esta zona–.
En las tiendas, las existencias de alimentos solo durarán unos pocos días más. Muchas de las panaderías contratadas por el PMA para hacer pan ya no funcionan. Una de ellas fue alcanzada por una bomba el miércoles y la falta de combustible, así como la escasez de ingredientes esenciales como la harina, dificultan que otras sigan trabajando.
“Nuestros recursos se agotan. Sin recursos, nuestros esfuerzos no tienen sentido. Solo queremos tener algo en nuestras manos: necesitamos colchones, mantas, agua, suministros médicos, personal médico, acceso, un corredor seguro. Sin todo eso, no creo que sea viable seguir ayudando y trabajando como se supone que debemos hacerlo”, repite el trabajador de OCHA. “Es paralizante. Nada está funcionando, todo se está apagando. Es algo que nunca he visto antes”.