No hay nada como mudarte a una nueva casa y hacerles un gran escándalo a los vecinos ni bien cruzás la puerta. Eso es lo que piensa Trump, que anunció que al tomar posesión el 20 de enero va a imponer aranceles del 25% a todos los productos que lleguen desde México y Canadá. ¿Hasta cuándo? Hasta que los dos países vecinos logren “que la invasión de las drogas y los inmigrantes ilegales” no llegue a EEUU. Casi nada.
“¡Ya es hora de que paguen un precio muy alto!”, escribió el nuevo presidente, aunque con toda probabilidad los que más caro van a pagarlo van a ser los propios estadounidenses. Pongamos un caso práctico y un poco estereotípico: un supermercado en EEUU que le pide a una empresa mexicana que le mande un camión lleno de paltas.
Si Trump cumple lo que dijo, al pasar la aduana el supermercado le tendría que pagar al gobierno estadounidense un 25% del valor de las paltas. Como antes no lo pagaba, el súper debe tomar una decisión: ¿vendo las paltas un 25% más caras para cubrir el arancel? ¿me lo descuento de mi beneficio? ¿Le digo a la empresa mexicana que me las tiene que vender un 25% más baratas?
Trump, como buen capitalista, confía en que el supermercado estadounidense no va a renunciar a su beneficio y cree, por las mismas razones económicas, que tampoco querrá pegarle esa clavada a sus clientes porque vendería muchas menos paltas. Así que las dos opciones restantes le encantan: el súper tendrá que pasar de las paltas mexicanos y vender patrióticos paltas estadounidenses que no pagan arancel, o bien los granjeros mexicanos se fastidiarán y bajarán sus precios un 25%. El problema es que no funciona así.
La primera opción no tiene mucho futuro: los estadounidenses se comieron en 2021 unos 1.200 millones de kilos de paltas, según datos de su propio gobierno, y la agricultura estadounidense nunca ha producido más de 180 millones al año (un 15%) y fue hace ya tiempo. Ahora mismo el país compra fuera un 90% de las paltas que consume y casi el 90% vienen de México, así que es poco realista pensar que se pueda sustituir ese volumen de producción de la noche a la mañana: si quiere su palta, toca pagar más.
Otra opción, por supuesto, es no comer palta, pero tengamos en cuenta que el 60% de la fruta fresca y el 40% de la verdura que comen los estadounidenses viene de afuera. De esas importaciones, llega de México o de Canadá más de la mitad de la fruta y un 90% de la verdura: ¿le gusta poner tomate en su hamburguesa todo el año? El 85% del tomate de invernadero viene de México.
Pero no hablemos sólo de comida: si México le vende a EEUU casi 8.500 millones de euros en frutas y verduras, le vende 12 veces más en autos y piezas de autos; EEUU compra cada día a otros países ocho millones de barriles de petróleo y más de la mitad se los compra a Canadá. ¿Todo esto es insustituible? No, pero no es fácilmente sustituible. ¿Haría daño a México y Canadá? Por supuesto, pero también a EEUU.
Para empezar los estadounidenses pagarán precios más altos y/o tendrán que cambiar de hábitos por culpa de ese arancel del 25%, pero además este tipo de medidas son una calle de doble sentido. México y Canadá no son sólo grandes vendedores que esperan colocar su producto en EEUU, también son los dos mayores mercados compradores para los productos estadounidenses. Es previsible que sus gobiernos respondan imponiendo aranceles a esos artículos: el gobierno mexicano ya lo ha anunciado y lo ha hecho con gran efectividad en el pasado ante otras disputas comerciales.
Por último, hay que preguntarse por la efectividad de este arancelazo. Más allá de enfadar o no a sus dos vecinos, en teoría el objetivo que se ha marcado Trump es reducir la inmigración irregular y el tráfico de drogas a través de las fronteras. ¿Es realista pensar que una economía mexicana más débil favorece esos fines?
Con la mejora de las condiciones de vida en México, entre 2007 y 2022 el número de mexicanos sin papeles en EEUU descendió de casi 7 millones a 4, tanto por los que se volvieron a México como por los que decidieron no emprender el viaje. En cuanto a las drogas, ¿hará una grave crisis económica que el estado mexicano sea más efectivo contra el narco? ¿Disminuirá la demanda de opiáceos en EEUU si la situación económica empeora?
Las otras opciones, no del todo descartables, son que Trump haya fijado esas metas imposibles porque es un proteccionista y sólo quiere una excusa para poner aranceles. O porque se conformaría con que los gobiernos de Sheinbaum y Trudeau le hagan un poco la pelota, pero no espera cambios sustanciales. O porque no ha pensado a fondo en las consecuencias, que tampoco sería la primera vez.
O incluso, quizás, porque lo que ha anunciado no es más que eso, un anuncio. Un post en una red social. El 20 de enero podemos encontrarnos una orden ejecutiva, o no, y esa orden puede decir lo que decía el post, algo un poco diferente, o algo completamente diferente. Trump ha vuelto y esta incertidumbre también es parte del regreso.