Según el demócrata Joe Biden, el enfrentamiento de EEUU contra Rusia es la guerra de la Democracia contra la Tiranía. El presidente ruso es un dictador. “Calculó mal”, cuando dio la orden de invadir Ucrania, afirmó el presidente norteamericano el martes por la noche bajo la cúpula del Capitolio, muy seguro de calcular bien en su primer discurso anual 'del Estado de la Unión'. Las tropas invasoras vieron frenado su avance desde Rusia al estrellarse contra un “muro cuya fortaleza no supieron figurarse de antemano”. Vladimir Putin “se encontró con el pueblo ucraniano”. Cuando finalmente esta confrontación se extinga, cuando se escriba la historia de estos días, Rusia se verá mucho más debilitada que antes y el resto del mundo revigorizado.
El discurso de Biden concluyó con una enigmática exhortación: “¡Vamos por él!”. Quienes oyeron la campana que abría la temporada de caza a Putin mostraron sus buenos reflejos. El presidente que marcó un récord histórico de impopularidad al cumplir el primer año de mandato también signó el récord de ovaciones de pie de la oposición republicana en el Congreso: no una sino nueve veces se levantaron sonoros senadores y representantes para aplaudir junto al oficialismo demócrata. El tirano del Kremlin “no nos dividirá dentro de casa”, sintetizó Biden. Otra vez como 'presidente de guerra', volvía a articular la voz favorita de su discurso de asunción en enero: “unidad”.
El Congreso estaba iluminado en amarillo y celeste, colores de la histórica bandera ucraniana (adoptada en 1992); vestida en azul pálido y con un adorno de girasol, la primera Dama Jill Biden presentó como invitada de honor a esta ceremonia a la embajadora ucraniana Oksana Markarova; un prendedor con las banderas hermanas de EEUU y Ucrania era único ornamento en las severas solapas azules de Nancy Pelosi, octogenaria presidenta demócrata de la Cámara de Representantes, quien, como Biden, anunció que buscará la reelección. Según el New York Times, Biden vivió la escena de pronunciar su primer discurso del Estado de la Unión en Washington mientras las bombas y la metralla azotaban a Kiev como un clímax político de su larga carrera política primero como senador, después como vicepresidente, y ahora como presidente.
Así se destempló el acero
En un discurso de 60 minutos, 12 estuvieron dedicados a Ucrania y a Rusia. Biden hizo 30 referencias directas, llamando por nombre a Rusia y al presidente ruso Putin, y sólo hizo 3 a China y al presidente chino Xi Jinping: un año atrás, la apuesta más frecuente habría sido la inversa.
La coagulación de la unidad bipartidista en torno a Ucrania lucía tan saludable, tan superadora incluso de las guerras culturales entre izquierda y derecha (cuando hasta los Simpsons alzan la bandera ucraniana), que Biden no arriesgó a resquebrajarla con alguna distracción de política exterior que por un momento apartara las luces de Rusia.
Ni una palabra (de él) sobre el retiro de tropas de Afganistán.
Nada sobre las labores diplomáticas para alcanzar un nuevo acuerdo nuclear con Irán, desvinculado EEUU desde 2018 por decisión de Trump del Tratado que Obama había impulsado con tanto dispendio de fondos federales, tanto consumo del tiempo del secretario de Estado John Kerrry, y firmado en Viena en 2015. Un entendimiento con la República Islámica sería hoy mucho más inmensamente beneficioso para la economía global que semanas atrás, porque devolvería al mercado el petróleo iraní cuando las sanciones a Rusia bloqueaban el acceso a sus hidrocarburos.
Y tampoco hubo mención alguna a otros programas en marcha para defender la democracia en el mundo, además de en Ucrania, si es que los hay.
El patio de muy atrás
En 2020, mientras hacía campaña contra un Donald Trump que peleaba su reelección, a los medios latinoamericanos no parecía fatigarlos el sugerir, en cada perfil del candidato demócrata, qué buen augurio significaba para la región que el ex vice de Barack Obama hubiera viajado una decena y media de veces al subcontinente y fuera católico como el Papa argentino y peronista. En su primer discurso State of the Union (SOTU), Biden hay sólo dos alusiones latinoamericanas.
Al comienzo, Latinoamérica se ve incluida en una formulación generalista, se la menciona sólo para completar la adhesión del globo a la democracia demócrata del presidente de EEUU. Biden pide que reparemos en que “los pueblos de Europa, Asia y las Américas que aman la libertad” odian a Putin. No han perdido su color las fotografías recientes tomadas en Moscú en viajes del presidente ruso con sus pares argentino y brasileño. Y Jair Messias Bolsonaro no condenó las operaciones militares rusas, y confirmó el jueves la posición neutral de Brasil con respecto a la crisis en Ucrania.
El primer discurso del Estado de la Unión de Biden giraba de tópico cada 30 segundos, en una vibrante cacofonía de prioridades que competían entre sí. El apoyo republicano se oía cada vez que pronunciaba 'palabras Putin' o 'Rusia', y se adormecía después
Hacia el final, con mayor foco, Latinoamérica reaparece en el SOTU demócrata. Biden ratifica su compromiso firme e inconmovible con las iniciativas más intensas de política exterior, aun las de proveer más y más onerosos recursos y aún más y más dólares a los gobiernos “de Centro y Sud América” para que redoblen sus esfuerzos en colaborar con Washington para que a EEUU no le lleguen más inmigrantes “ilegales”. Que vienen a agolparse en la frontera sur de EEUU o, peor todavía, a entrar sin papeles. Qué hacer con la migración es una de las cuestiones más divisivas entre el partido Demócrata y el Republicano, donde el primero reprocha al segundo su crueldad, y el segundo reprocha al primero su ineficacia y su crueldad. Pagar más para que gobiernos extranjeros atajen o filtren o desalienten a la migración, cuanto más lejos del suelo norteamericano, mejor, es la vía que según el discurso seguirá transitando la administración demócrata.
Un discurso bipolar
Las dos partes del discurso de Biden sobre el Estado de la Unión, la primera sobre Rusia, la segunda sobre EEUU, son tan diferentes entre sí como fueron las reacciones del partido Republicano a cada parte. Cuando el Ejecutivo volvió a la legislación que durante un año no consiguió hacer aprobar, ni siquiera por el centrismo de su partido, por el gasto federal que conllevaban sus programas de incentivos sociales, la misma oposición que se levantaba para aplaudir contra el belicoso heredero de la URSS comunista, ahora permanecía callada, sentada, con las manos debajo de los glúteos. Tradicionalmente, los discursos SOTU están atiborrados de temas y buenos propósitos, de números que quieren probar qué bien que lo hizo después de todo cada presidente en el año que pasó y de números y fábulas con moralejas que aspiran a ilusionar con cuánto mejor podría el país si la oposición votara las benevolentes leyes que propone el presidente y la ciudadanía votara al partido del presidente en las elecciones de medio término.
En este rubro de inventario con exceso de stock, también luce como récord histórico la performance del presidente n°46 de EEUU. El primer SOTU de Biden giraba de tópico cada 30 segundos, en una vibrante cacofonía de prioridades que competían entre sí. Como el apoyo republicano se manifestaba cada vez que decía 'Putin' o 'Rusia', y se adormecía después, Biden buscaba reencenderlo pronunciando 'Rusia' o 'guerra', para que un infeccioso entusiasmo beligerante se contagiara, por contacto estrecho, a muy heterogéneas propuestas de política interior.
Esta ejercicio de persuasión implicaba el diestro, o brutal, eludir el desagradable asunto de cuáles pueden ser los costos económicos de la confrontación con Rusia, cuál será el monto de la factura que habrá que pagar. Evitando todo detalle, según el método que no muchos minutos antes había atribuido como característico de Putin al dirigirse al pueblo ruso, se limitó a decir, apelando a la autoridad -a la suya propia-: “Quiero que ustedes sepan que todo va a salir bien”. Reiteró, eso sí, que las tropas de EEUU nunca combatirán en Ucrania. Y que se vencerá a la inflación, la más alta en 40 años (no dijo esto), como se ha derrotado a la recesión. La creación de empleo crece al ritmo más veloz de los últimos 40 años (sí dijo esto).
Volvió a enumerar los puntos clásicos de su programa asistencialista, de su interés por el medio ambiente, por el control de armas, por acabar con otras causas de muerte silenciosa o violenta, el crimen, los opioides y el cáncer. Pidió leyes que creen programas y fondos para todo esto y para la policía, los guardias de la seguridad fronteriza, para los veteranos, para los veteranos enfermos o muertos de cáncer por haber patrullado campos petroleros en Irak, como su hijo. En otras oportunidades, Biden había conjeturado el nexo, no demostrado por la evidencia, entre la muerte de su hijo veterano por cáncer y el fuego de pozos iraquíes. Esta vez, la hipótesis era un hecho cierto, observable. Ningún padre en el mundo ha tenido oportunidad más grandiosa, de más alto perfil, para proclamar la verdad de una teoría conspirativa. Leyes contra la violencia de género, leyes tributarias para gravar más provechosamente (para el Gobierno) las ganancias empresarias. Leyes que den estatuto federal al derecho de las mujeres a elegir, por que en EEEU el acceso al aborto no ha sido abierto por una ley del Congreso sino por una sentencia de la Corte Suprema.
Un apartado más enfático de su súplica de votos legislativos fue para las leyes que financien sin cicatería la protección anti-odio de la población LGBTQ, de la infancia trans, los programas de estímulo a estas familias, y los programas que erradiquen para siempre el bullying y formen comunidades donde la plena eficacia de la igualdad de trato y oportunidades para con las personas trans quede asegurada para las generaciones futuras. En estos derechos está la vanguardia y el corazón del partido Demócrata, y el fundamento mayor de su ideario más urgente de la democracia. Esta es la declaración de una guerra social y cultural en la que se enrolan jóvenes generaciones occidentales que desertarían de cualquier Vietnam (en Afganistán o Irak combaten los pobres, los que mueren por un pago magro): del otro lado de la línea de fuego Biden puede señalarles a Putin, a Bolsonaro, a Órban, a Kast, a Trump, a las ultraderechas de España o Italia o Portugal o Polonia.
Completó su discurso Biden con un único y solo error, cuando en un pasaje dijo que podrá el tirano rodear, asediar, tomar la ciudad de Kiev, pero nunca ganarse “el alma de los iraníes”. Saludado por su vice Kamala Harris y Nancy Pelosi, en una reunió presencial donde casi nadie tenía barbijo, Biden siguió saludando. Es lo que más le gusta, apretones de mano con exclamaciones de Good to see you, man!
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