La comparación con Donald Trump acompaña a Jair Messias Bolsonaro desde antes de ganar en 2018 su primera presidencia. El rico empresario y especulador inmobiliario y vivaz conductor de realitys jocosamente sádicos entró de lleno a la actividad política partidaria en 2016. Se había presentado como precandidato presidencial en la interna republicana. Derrotó a una decena de correligionarios en las primarias, en noviembre derrotó a su rival demócrata Hillary Clinton, y en enero de 2017 juró como presidente n°45 de EEUU. Dos años anterior a Bolsonaro en la victoria, también fue Trump dos años anterior en la derrota, que no reconoció, ni reconoce. ¿Obraría Bolsonaro como Trump? Sí, pero sólo en parte. Si aquí salen más desparejos en la comparación, esto deja ver la poderosa diferencia de condicionamientos nacionales y personales sin paralelo.
En 2020 Trump no fue reelegido. Ni admitió que había perdido ni reconoció que su rival demócrata, el septuagenario Joe Biden, había ganado. Este negacionista del covid incitó a la protesta electoral negacionista a sus bases más violentas. Ya antes de ser vencido Bolsonaro en el balotaje del último domingo de octubre por su rival septuagenario, Luiz Inácio Lula da Silva, candidato del Partido de los Trabajadores (PT), había multiplicado signos y avisos de desconfianza por el voto electrónico y por otras alternativas de fraude hipotético.
Estos dos políticos derechistas se consideraban voceros exclusivos de las mayorías populares, silenciadas por el poder oligárquico y la censura lingüística de castas progres, elitistas y manipuladoras. Vivieron la contradicción de perder la próxima elección a la que se presentaron como candidatos presidenciales oficialistas. Más humillante aún, más desconcertante sufrieron la experiencia, de ser los únicos presidentes de la historia de sus países en ver frustradas sus aspiraciones a la reelección con una elección celebrada cuando ellos seguían en funciones.
Pero, ¿ante pareja humillación, dos años desfasada, se comportaría Bolsonaro como Trump, si no era el ganador?
Aunque en 2020 ganó más votos Bolsonaro, en proporción, que Trump, también él perdió: quedó 1,8 puntos por debajo de Lula. Como en el caso de Trump, sin ninguna incitación explícita del líder, las bases más violentas salieron a las calles, cortaron rutas y autopistas, los camioneros bloquearon a las mayores ciudades del sur y sudeste del país.
En la elección de 2020, Trump perdió el Capitolio, cuya mayoría pasó a Biden. El 2 de octubre, la derecha bolsonarista logró una victoria histórica y mayorías nítidas en las dos cámaras del Congreso de Brasilia, como también en la mayoría de las gobernaciones de los 27 estados brasileños. En Brasil, en cuanto a cargos electivos, el único importante que perdió la derecha es el Ejecutivo federal.
Masa y poder, clase y nación
La movilización fue espontánea, o rápida, en el caso brasileño: inmediata. Sus protagonistas mayores fueron conductores de grandes camiones, sus secuaces, los agentes de la Policía Rodoviária Federal (PRF), bajo la bendición de la agronindustria, primer motor actual de la economía exportadora brasileña. Bloquearon San Pablo, Río de Janeiro, Porto Alegre, las ciudades más ricas del sudeste y sus intercomunicaciones. Las fuerzas de la Policía Federal, ordenadas a desbloquear por la Justicia Electoral, no daban a basto, fueron convocadas milicias estaduales y polícías locales.
Nada de esto hay comparable en el caso de Trump. Sus vistosas mesnadas disfrazadas de vikingos y de superhéroes de historieta, invadieron muy tardíamente el Capitolio en Washington, el 6 de enero, para protestar al momento de la certificación de los votos emitidos en noviembre. Si las Fuerzas de Seguridad hubieran intervenido a tiempo, las cámaras del interior del Congreso no habrían podido documentar tantas escenas de lumpenaje empenachado y de estética white trash, pero habrían impedido los tumultos (e imposibilitado la docuserie en vivo con sesiones televisadas todas las tardes de la Comisión del Senado que investiga esos hechos para atribuírselos a Trump).
Como al coronel argentino Juan Domingo Perón, al ex capitán del Ejército Bolsonaro lo reivindican trabajadores organizados y movilizados rumbo a la Capital y a centros económicos; a Trump, bandas de desempleados, de clases étnicamente blancas, proletarias, o ex proletarias, que trabajaron en fábricas con chimenea produciendo bienes que ya no se producen. La misma clase que desaparece a la que pertenecía el obrero nordestino Lula, porque desaparecen las industrias en un San Pablo donde el sindicato metalúrgico tiene la mitad de afiliados que en tiempos del presidente ex sindicalista, de donde en 2019 se fue Ford, después Toyota, y donde este año Mercedes Benz reducirá a la mitad el personal de su segunda fábrica más grande del mundo.
Ambigüedad diplomática y gran salto hacia delante
El propio Bolsonaro se comportó con ambIgüedad diplomática: en sus palabras no queda registro de aceptación de la derrota propia ni de la victoria de Lula; en sus acciones obró en perfecta consecuencia con la admisión de que ha sido vencido en el balotaje, de que en enero no iniciará un segundo mandato como próximo presidente de Brasil, y de que no presentará demandas a la Justicia Electoral de recuento de los votos o de investigación de hechos sospechados ocurridos el día del comicio.
Después de 44 horas recluido, rompió el silencio con un discurso que duró poco más de dos minutos, donde agradeció los 58 millones de votos que lo hicieron “el líder” de la Derecha (mundial). Se declaró conciente y orgulloso de su poder dual, de dos fuerzas que hacen avanzar la Causa (“Dios, Familia, Patria, y Libertad”), las masas parlamentarias gue ganaron las dos Cámaras del Congreso federal, las masas extraparlamentarias que movidas por su santa “indignación” ante “la injusticia” ganaron las calles. La movilización pacífica de protesta, es legal; en cambio, advirtió severamente, invadir propiedad ajena, romper patrimonio privado, coartar la libertad de circulación, es de izquierda. No es la primera vez que Bolsonaro pinta ese lienzo de protesta destructiva, es decir, izquierdista; lo hace cada vez que evoca el estallido social chileno de 2019.
Trump nunca dejó en claro un código de conducta para la protesta social de los suyos. La defensa de la libertad económica es una ausente con aviso en el lenguaje trumpista, porque su electorado de blue collars destituidos, ex votantes demócratas, sufrió por la desindustrialización del 'cinturón de óxido' (rust belt) en el Medio Oeste norteamericano. En la reunión del G20 organizada en Buenos Aires por Mauricio Macri en 2018, el más elocuente defensor de la libertad económica y de los beneficios para la Humanidad de la libertad de comercio entre todas las naciones sin exclusión había sido Xi Jinping, el secretario general del Partido Comunista Chino; el más feroz guerrero del proteccionismo estatal y del riguroso control arancelario del comercio exterior había sido el presidente de EEUU.
Anti casta, pero no anti sistema, 'fascistas', pero anticensura
Los dos derechistas son anticasta, anti elitistas, anti intelectuales, defensores del sentido común del hombre, difunden por las redes propias y adictas opiniones ultrajantes para quienes no les gustan y noticias falsas para quienes no las comparten. Sin embargo, ni uno ni otro son antisistema. Bolsonaro es un maverick, un político con larga trayectoria, pero sin partido. “Usted no tiene un partido -le dijo Lula en el último debate televisado-. Usted cuando necesita un partido, va y lo alquila”. Fue 19 años diputado federal por Rio de Janeiro. Antes fue capitán y paracaidista en las FFAA. El sexagenario Bolsonaro, como todos los hombres de su generación, vivió casi un tercio de su vida bajo la dictadura militar (1964-1985). A pesar de su nostalgia por el ordenado desarrollismo nacionalista que atribuye a aquellos años, Bolsonaro aborrece la censura a la libertad de opinión y expresión de aquellas dos décadas. En los dos minutos y medio de su declaración en el Palácio da Alvorada, el presidente saliente encontró tiempo para recordar que su gobierno no censuró redes ni cerró medios.
El multimillonario Trump sólo conoció democracia electoral bipartidista, en EEUU. Lo primero, no lo segundo, lo coloca en el corazón de un grupo de políticos de derecha, candidatos, presidentes y jefes de gobierno transatlánticos, que son empresarios o financistas multimillonarios, creadores de riqueza, o herederos de creadores: Silvio Berlusconi, Mauricio Macri, Sebastián Piñera, Pedro Pablo Kuczynski, Rodolfo Hernández. Que además son creadores o gestores de partidos nuevos. Trump pertenece a un subgrupo aquí, junto con Horacio Cartes. Ellos no alquilan partidos: los compran. Así el paraguayo con el Partido Colorado, y Trump con el Republicano.
Trump sin trayectoria, Bolsonaro sin millones y sin partido
Bolsonaro no tiene partido. En 2018 ganó la presidencia como candidato del Partido Social Liberal (PSL), en 2022 perdió la reelección como candidato del Partido Liberal (PL). Antes de la primera vuelta, en el PL pensaban que Bolsonaro iba a ser derrotado, así que iniciaron conversaciones con el ganador, el PT. Los partidos del Centrón son de derecha, pero sobre todo son flexibles y pragmáticos.
Pasada la votación del 2 de octubre, y constatada la victoria de la derecha en el Congreso y las gobernaciones de los estados, cambiaron de idea. Por eso, Bolsonaro pudo asegurar su continuidad en el PL. Reunido con Valdemar Costa Neto, el presidente del Partido, en el Palácio da Alvorada, por horas, antes de hablar en público por primera vez en 44 horas, Bolsonaro se dotó de un futuro. Un soporte, para hacer campaña contra el PT en las municipales de 2024. Y, por qué no, para volver a ser candidato presidencial en 2026. Con chapa es este partido. Y como líder de la Derecha. Una derecha mundial.
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