El 4 de octubre de 2023, el ex presidente Evo Morales Ayma clausuró el congreso del Movimiento al Socialismo (MAS) aclamado como candidato a la presidencia de su partido y rodeado de los campesinos cocaleros de Chapare. Su postulación anticipada se enfrenta a la resistencia que le ofrece otra parte del partido y direcciones de organizaciones sociales pertrechados detrás del presidente Luís Arce Catacora. En apariencia se trata de un conflicto de sucesión. Por detrás de la rivalidad entre los dos flamantes rivales, los dos MAS, y las dos candidaturas del ex presidente y del actual presidente presidente que busca la reelección está la articulación corporativa de la sociedad boliviana bajo un esquema general de Estado presente, y exitoso, en la economía nacional.
El apocalíptico y el integrador
Dos figuras políticas encarnan la embestida contra el neoliberalismo en Bolivia. Uno es Evo Morales, conocido mundialmente; el otro es Felipe Quispe. Quispe, aymara, nacido en Achacachi en 1942, desde 1998 ocupó el cargo de Secretario Ejecutivo de la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB) y empezó a ser conocido como el Mallku (Cóndor, término empleado también para designar a los líderes de comunidad). Ambos, aunque desde distintos frentes, ganaron prominencia en la resistencia a los gobiernos neoliberales de finales del siglo XX y primeros años del XXI. Ambos combinaron la política de las calles con su presencia en la cámara de diputados y representaron a los inconformes del neoliberalismo.
Quispe era una figura de ruptura. Hablaba de la existencia de dos Bolivias; una la criolla que vivía a expensas de la otra, la indígena. Encaraba a los periodistas que procuraban arrinconarlo desde la doxa liberal democrática y el respondía con pasión. Al ser preguntado por las causas de su lucha respondió “a mí no me gusta que mi hija sea su empleada”. Esta respuesta la lanzó detenido por la policía boliviana en 1989, acusado de ser parte de un grupo subversivo, el Ejército Guerrillero Tupac Katari, razón por la que pasó tiempo en la cárcel de máxima seguridad de Chonchocoro. Como Secretario Ejecutivo de la CSTUCB, Quispe atizó la idea de la nación aymara: una fractura en el sentido común de la política neoliberal que caló profundamente en sectores populares de la sociedad boliviana y estableció un clivaje de lucha que llegó a sustituir la desvencijada oposición marxista que enfrentaba a los proletarios a la burguesía. La política campesina tomó un brío renovado que se nutría de décadas de experiencia que estuvo aletargada en los primeros años del neoliberalismo.
Pero Quispe, icónico insumiso contra el statu quo neoliberal, resultaba en extremo radical de cara a la construcción de una alternativa realista. Quispe hablaba de la constitución de una nación aymara en el occidente de Bolivia. Exigía que los hijos de los conquistadores, los blancos, los q´aras (‘que viven del trabajo ajeno’) renuncien al poder y lo entreguen a los indios. Asustaba y gustaba. Pero su misma radicalidad lo llevó lejos del centro del espectro político, con capacidad limitada de hacer alianzas.
Fue Evo Morales, quién pudo aprovechar la incomodidad sembrada contra el neoliberalismo. Morales no es, de ningún modo, un oportunista en la política campesina y nacional. Se forjó en la defensa de los productores de hoja de coca, a quienes pertenece, en el Chapare de Bolivia desde finales de los años 80. Había competido con otros líderes campesinos y salió airoso así como se hizo parte de la red de protesta que quedó luego de la Guerra del agua. Morales ocupó en la política de la época un punto de intersección: las pasiones indianistas e indigenistas se encontraron con las tradiciones sindicales, con veteranos de extintos partidos de izquierda, con dispersas fuerzas gremiales. En el contexto de la crisis del Estado boliviano de inicios de siglo XX, Morales no era el representante de la radicalidad, como lo fue Quispe. Morales fue la personalidad que pudo integrar las inclinaciones políticas de la impugnación al neoliberalismo. Heterogéneo y a ratos contradictorio, el partido de Evo abrió un espacio en el que muchos tuvieron cabida aún en su disenso. Así empezó a construir hegemonía.
Veinte años después de la rivalidad entre el Quispe y el Evo
Evo, en el exilio, designó a Arce como candidato a las elecciones presidenciales de 2020; era una opción de semblante cauto. Arce, un economista, funcionario la mayor parte de su vida, no tenía una base social propia. Era la elección de un allegado de confianza.
Evo tiene base social propia, reconocimiento popular y experiencia en liderar un partido en contra del gobierno. Lucho, no; el actual presidente no cuenta con la fidelidad inconmovible de algún sector social, es frágil a la hora de movilizar la calle.
A diferencia de otras designaciones de sucesión, Arce no se volcó en contra de Morales, no se alió con sus enemigos ni dió un golpe de timón para tomar rumbos más liberales. La centralidad del Estado en la economía y en la distribución del excedente -hoy menguado por la baja producción de gas natural- sigue siendo la rúbrica política del MAS. Las fricciones se deben a que Arce quiere ser presidente y Evo también. En esa búsqueda de asegurar la primera magistratura en 2025, Evo Morales empezó a etiquetar a quienes son cómplices de la traición contra él, forzando una escisión dentro de las que fueron sus fuerzas. En sentido contrario a lo que forjó su posición de articulador de las tendencias más diversas de la izquierda en el pasado, Evo en este momento no sintetiza.
En su competencia con Luís Arce, Evo tiene ventajas y desventajas. Evo tiene una base social propia, un reconocimiento popular sin parangón y una experiencia pasada de liderar un partido en contra del gobierno. Luís Arce no; el actual presidente no cuenta con la fidelidad inconmovible de algún sector social, lo que lo hace frágil a la hora de movilizar la calle. Por otra parte, Luís Arce es un personaje menos resistido que Evo y en este momento puede movilizar el Estado central a su favor. Una encuesta reciente muestra que Arce tiene mayor simpatía en el electorado (18%) que Morales (9%), quien solamente saca ventaja entre el electorado rural.
La cuestión, no obstante, excede la discordia por una candidatura. Expresa, como se ha sugerido en otros análisis, una tensión en el modo de articulación política que existe en el Movimiento Al Socialismo. La gestión de Luís Arce se ha beneficiado del acoplamiento en su entorno de sectores sociales, por ejemplo las mujeres campesinas, las Bartolinas, así como de la lealtad de legisladores del oriente del país. Pero estas lealtades se advierten pronto pragmáticas antes que programáticas: Saben de la necesidad de apoyo que tiene Arce y ellos están dispuestos a ofrecerla, pero en el juego de los intercambios y favores, reciben y esperan recibir atención a sus demandas corporativas.
El frente evista y sus lealtades no representan la otra cara de la moneda: son otros actores y sectores que en el esquema de articulación social vigente han sido desplazados. De ahí que en el entorno de Morales no hayan solo antiguos colaboradores suyos que quedaron sin espacio en el nuevo gobierno, sino además organizaciones sociales que no se ven reflejadas y expresadas en el gobierno, como los cultivadores de coca del Chapare. Las fricciones de los cocaleros del Chapare con el Ministerio de Gobierno -urgido de demostrar que puede combatir el narcotráfico- expresa ese antagonismo entre el gobierno y una organización social.
Los dos liderazgos que se ven en el MAS se encuentran sujetos, de momento, a la articulación corporativa bajo un esquema general de Estado presente en la economía. No siempre fue del todo así. En los años de mayor ímpetu transformador algunos objetivos se antepusieron al interés corporativo: la nacionalización de recursos estratégicos, el avance en la construcción de lo plurinacional, el reconocimiento progresista de derechos, la redistribución del excedente. Evo Morales en sus momentos más luminosos supeditó la presión de distintos sectores al logro de ciertos objetivos. Lo que hoy se encuentra ausente es ese programa de reformas que complementen, afinen y corrijan el tramo avanzado para que no sean los jalones de grupos de presión lo que ocupe el centro de la política.
AGB