La resistencia comenzó tres meses después de que un grupo terrorista se llevara a las jóvenes de la residencia escolar por la fuerza y las escondieran en las profundidades de un bosque. Terminó en un enfrentamiento directo y en desobediencia, y en una inesperada victoria que les salvó la vida.
Sin embargo, cuando los extremistas de Boko Haram las empujaron hacia el interior del bosque en dirección a su campamento, alejándolas de toda posibilidad de ser rescatadas, la libertad aún estaba muy lejos de su alcance y tardarían años en alcanzarla.
La historia sobre la extraordinaria valentía de las estudiantes retenidas hasta tres años por el grupo terrorista en el noreste de Nigeria nunca se ha contado, a pesar de la enorme atención mundial que suscitó su secuestro en abril de 2014.
Michelle Obama, Kim Kardashian, el Papa y otras personalidades tuitearon con la etiqueta #BringBackOurGirls, en uno de los ejemplos más destacados de activismo en la red. Algunos de los países más poderosos del mundo se involucraron, cientos de soldados fueron desplegados y se destinaron miles de millones de dólares para el despliegue de material militar en África Occidental.
Ahora, un libro, que se publica en marzo, detalla el día a día de las más de 200 estudiantes de una escuela de Chibok, que fueron retenidas como rehenes en uno de los secuestros masivos más infames de las últimas décadas.
“Queríamos contar la historia de cómo lograron sobrevivir, pero también la de por qué su liberación llevó tanto tiempo a pesar de la campaña en las redes sociales, o quizás a causa de ella”, dice Joe Parkinson, coautor de Bring Back Our Girls, que se basa en cientos de entrevistas con las estudiantes, familiares, excombatientes, autoridades, espías y otras personas involucradas en su calvario.
La rebeldía de Naomi Adamu
Entre las estudiantes secuestradas estaba Naomi Adamu. Su rebeldía empezó cuando los extremistas les dijeron que cambiaran sus uniformes escolares por una prenda negra y holgada que las cubriera por completo. La joven de 24 años conservó su vestido azul a cuadros, y luego, arriesgándose a una paliza o a una represalia peor, empezó a escribir un diario.
Los cuadernos que se llevó con ella cuando finalmente pudo salir de ese bosque han proporcionado gran parte del material para el libro. Adamu escribía en los días en que era seguro hacerlo, después de las lecciones obligatorias del Corán y de buscar escasas provisiones en el bosque.
Este pequeño acto de rebeldía le dio fuerza. Cuando sus captores le dijeron que la matarían si no se convertía, se casaba con un combatiente y daba a luz a sus hijos, se negó y la golpearon con la culata de un rifle. Sus captores no cumplieron su amenaza. Tampoco abusaron sexualmente de ella ni de las demás estudiantes que se negaron a “casarse”. Pero fueron condenadas a trabajar duramente como “esclavas”.
Un ejemplo para las demás
A mediados de 2015, cuando Boko Haram ya había iniciado su repliegue, Adamu y sus amigas más cercanas empezaron a perder el miedo a los extremistas. Inspiradas por su ejemplo, las demás rehenes también empezaron a enfrentarse a sus captores, arriesgándose a ser azotadas con palos y alambres.
“Me convertí en la líder porque era la mayor y la más testaruda. Boko Haram quería que me convirtiera porque sabían que era un ejemplo para las otras chicas y que me escuchaban. Me pegaron, me intimidaron y me amenazaron con matarme, pero les dije que no me casaría aunque el cielo y la tierra se juntaran”, explicó Adamu a los autores del libro.
Poco tiempo después, algunas de las rehenes empezaron a negarse a cumplir órdenes y recibían repetidas palizas por su insumisión. Empezaron a cantar himnos en voz baja cuando sus guardias estaban distraídos. Luego, los cantos se hicieron más fuertes.
Los secuestradores apartaron del resto de chicas a un grupo pequeño de las estudiantes que más los desafiaban. Adamu, la líder, fue apodada “jefa de las infieles” por los furiosos líderes de Boko Haram.
“Cuando se dieron cuenta de que no llevábamos hiyab como las demás chicas, nos golpearon y dijeron que nos cortarían la cabeza. Nos obligaron a ponernos el hiyab y a rezar, pero decidimos fingir que obedecíamos. Rezamos oraciones cristianas y nos contamos la historia de Job”, cuenta Adamu en su diario. Las volvieron a amenazar: si no acataban las órdenes y se convertían las iban a matar. Una vez más, el grupo se negó a obedecer. “Llegó un momento en el que habíamos visto tantos cadáveres que ya no teníamos miedo a morir”.
Cuando Boko Haram optó por hacer pasar hambre a las demás para que obedecieran, Adamu contribuyó a organizar un suministro clandestino de arroz para alimentar la resistencia. La táctica funcionó, y cada vez más estudiantes comenzaron a renunciar a la fe que decían haber abrazado solo por miedo.
Resistir mientras los esfuerzos de rescate flaqueaban
Fuera del bosque, los intentos de rescatar a las estudiantes flaqueaban. “La campaña en Twitter generó indignación... pero no los medios reales para liberar a nadie”, dice Parkinson. Las agencias de espionaje nigerianas, en pugna, cancelaron una serie de acuerdos previos, que probablemente habrían liberado a todas las niñas.
El propio presidente sospechaba que el secuestro era un montaje de sus rivales políticos. Los militares nigerianos detuvieron a informadores clave cercanos a Boko Haram. Un avión espía británico que se envió para rescatar a las mujeres se averió de camino al país. La desconfianza mutua y las malas relaciones con los nigerianos obstaculizaron el trabajo del “equipo de asistencia interdisciplinaria” de 38 personas desplegado por Estados Unidos. Un ataque aéreo fallido contra el cuartel general de Boko Haram dejó 10 niñas muertas y 30 o más heridas, algunas mutiladas de por vida.
A pesar de todo ello, Adamu estaba empeñada en resistir. “En parte fui fuerte porque estaba furiosa. Estaba enfadada porque nos habían secuestrado antes de la graduación”, dice. “Y me enfadé cuando 30 chicas se convirtieron al Islam y se casaron... Tuve la sensación de que algunas no lucharon lo suficiente. Eso dividió al grupo y debilitó nuestra resistencia. Muchas aceptaron que no volverían a casa”.
El tiempo se agotaba. Las estudiantes estaban a punto de morir de hambre, sus raciones de comida eran cada vez más míseras. Sin embargo, había esperanza. Boko Haram estaba más débil de lo que había estado desde su resurgimiento en 2009, y cada vez más fracturado, con facciones divididas sobre qué hacer con sus rehenes mundialmente famosas.
Liberada, pero no a salvo
Un pequeño equipo de voluntarios nigerianos dirigido por un diplomático de un departamento poco conocido del Ministerio de Asuntos Exteriores de Suiza, la división de seguridad humana, había estado trabajando en un acuerdo para liberarlas. En octubre de 2016, consiguió la liberación de un primer grupo, formado por 21 estudiantes, a cambio de la liberación de algunos militantes de alto rango de Boko Haram. Siete meses después, consiguieron la liberación de otras 82. Sin embargo, al menos 40 jóvenes murieron en ese bosque. Decenas siguen allí.
Adamu, desafiante hasta el final, se ató sus diarios secretos al cuerpo para llevárselos a la libertad mientras caminaba por el bosque. Al alejarse del campamento, ella y las demás corearon una canción de Chibok: “Hoy es un día feliz”.
Parkinson, reportero del Wall Street Journal en África, considera que la historia de las estudiantes plantea una cuestión importante sobre cómo lidiar con extremistas. “El equipo pequeño que finalmente dio respuesta al llamamiento mundial de rescatar a las niñas de Chibok trabajó en secreto para uno de los gobiernos más discretos del mundo y uno de los países más pequeños. Su éxito no se basó en expresar en voz alta un juicio moral, sino en postergarlo. Intentaron dialogar con Boko Haram en lugar de denunciar sus acciones”.
Adamu sigue viviendo en el norte de Nigeria y quiere formar una familia y montar algún tipo de negocio. Pero todavía no está a salvo. Desde el secuestro de las estudiantes de Chibok, Boko Haram ha secuestrado a más de 10.000 niños para reclutarlos como combatientes, así como a un número similar de niñas y mujeres, que han sido utilizadas para pedir rescates a sus familias o forzadas a casarse.
“Nuestro principal problema es que Chibok vuelve a estar en peligro... Si nada cambia, no pasará mucho tiempo hasta que una de nosotras sea secuestrada de nuevo”, dice.
Traducido por Emma Reverter