Durante la pandemia, las imágenes de largas colas de estudiantes universitarios y de jóvenes trabajadores que acudían a las distribuciones de alimentos sorprendieron a la opinión pública francesa. La crisis provocada por el Covid-19 sirvió de acelerador para un fenómeno ya en marcha: la precarización de un sector de la población especialmente afectado por el aumento del desempleo que siguió a los confinamientos y –en el caso de los estudiantes– la saturación del sistema de becas.
Eclipsada en los últimos años por otras crisis, la situación de la juventud francesa puede cobrar especial relevancia en un año marcado por los movimientos sociales. Especialmente desde la aprobación por decreto de la reforma de las pensiones, que ha provocado un notable aumento en la presencia de estudiantes en las manifestaciones. Este jueves, en la nueva jornada de movilización contra la reforma convocada por la intersindical, se esperan nuevas manifestaciones y bloqueos en universidades e institutos.
A la hostilidad contra el aumento de la edad mínima de jubilación, se añaden las críticas contra el procedimiento al que ha recurrido el Gobierno, que quiere aplicar una reforma aprobada sin voto en la Asamblea Nacional. “Los jóvenes son el principal sector que puede permitir la ampliación de la movilización contra la reforma de las pensiones”, subrayaba recientemente el líder de la formación de izquierdas Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon, en su blog. “Ningún régimen puede ganar con la juventud en contra. Nunca. En ningún sitio”, opinaba.
Pero este malestar es previo a la crisis desatada por la reforma. A pesar de la recuperación de la actividad económica y de una tasa de paro en sus niveles más bajos desde 2008, las distribuciones de alimentos siguen en marcha y, de acuerdo con las asociaciones, en niveles elevados. El contexto de aumento de inflación –especialmente en el precio de la energía y de los productos alimentarios– añade presión sobre los estudiantes, algo que se refleja en su visión del mundo y en sus expectativas: en los últimos años la proporción de los que creen que su vida será mejor que la de sus padres ha caído del 46% al 27%, según datos del Observatorio Francés de la Vida Estudiantil (OVE).
También han surgido algunas iniciativas imaginativas para ayudar a los estudiantes a resolver sus problemas de alojamiento. En la región parisina, varias organizaciones ponen en contacto a jóvenes con personas mayores que viven solas y disponen de una habitación extra para alquilar. En Lila, cerca de la frontera con Bélgica, la asociación Campus Vert pone en contacto a estudiantes con agricultores de la región para que vivan en las granjas.
Sistema de becas saturado
En París, cada jueves, la asociación Restos du cœur organiza una de estas distribuciones en la sede del Quartier Jeunes, un espacio municipal destinado a los menores de 30 años. Por la tarde, un goteo de jóvenes cruza la plaza del Louvre cargado con grandes bolsas con alimentos y productos de limpieza o de higiene. “Una compañera me habló de estas distribuciones, donde trabaja como voluntaria”, dice a elDiario.es Laure, estudiante de Mediación Cultural en la Universidad de París. “Tengo una beca, pero es una de las franjas más bajas y la vida en París es muy cara. Empezando por el alquiler, pero también otras cosas, como los productos de farmacia o de higiene que son mucho más caros que en otras regiones. Así que las distribuciones son una ayuda importante para pasar el mes”, asegura.
Se estima que alrededor de 750.000 estudiantes reciben en Francia becas basadas en criterios sociales. Es un régimen restringido, con un máximo de beneficiarios para cada año; alrededor de un tercio se quedan en el primer escalón, que ofrece menos de 1.100 euros por curso y solo un 8% tiene derecho al nivel más alto de ayudas, con una dotación de alrededor de 6.000 euros.
“No creo que haya que caer en el miserabilismo que hemos visto en algunos medios de comunicación cuando hablan del tema, pero el hecho es que desde hace décadas hay un aumento de la población estudiantil, que entre 1960 y 2020 se ha multiplicado por siete [de 300.000 a 2,8 millones]”, dice Louis Maurin, director del Observatorio de las Desigualdades. “Esto significa también un aumento del número de estudiantes procedentes de hogares con bajos ingresos, que pueden no disponer de una red familiar; al mismo tiempo, la partida presupuestaria para las becas ha descendido en relación a la riqueza del país, lo mismo que el gasto por estudiante”, apunta.
Además, a ese aumento de la población que puede solicitar las ayudas se une que los ingresos procedentes del trabajo, de los que depende una gran parte de los estudiantes, siguen siendo frágiles. La proporción de universitarios con empleo ha descendido del 46% antes de la pandemia al 37% a finales de 2021, según el OVE. “Y desde 2010 no se ha revalorizado el barómetro de ayudas en relación al nivel de ingresos”, apunta Maurin. “La pérdida de poder adquisitivo combinado con la inflación puede ser muy grave”, advierte.
Dificultades para la clase media
La diversificación de la población estudiantil también hace que la red de ayudas no alcance a todos los que lo necesitan. El sistema de protección está basado en la familia, los estudiantes son considerados hijos de sus padres y no adultos autónomos, de manera que siguen siendo dependientes de la red familiar. Además, el cálculo por umbrales de renta deja fuera a estudiantes de clases medias-bajas que también se encuentran con problemas para financiar sus estudios.
En la asociación Co'p1, que distribuye comidas a 850 estudiantes a la semana en París, señalan que solo una cuarta parte de los que acuden están becados. “Mi escuela no está inscrita en el sistema oficial de centros universitarios, así que no tengo derecho a beca del Estado”, explica Aurélien, estudiante en una escuela de diseño en París. “Trabajo en la restauración algunas horas a la semana, pero trabajar a tiempo completo y estudiar es muy difícil. Mis padres ya tienen a mis hermanos en casa y no quiero cargarles aún más económicamente”, cuenta.
En Francia existe un mínimo de edad (25 años) para acceder a la renta de solidaridad activa, uno de los principales dispositivos de ayuda para los ciudadanos con menos recursos. Paradójicamente, según el Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos francés, la franja de edad entre 18 y 24 años es precisamente la más afectada por la pobreza (23% en 2018, frente al 13% del conjunto de la población).
“Las becas no pretenden fomentar la independencia de los estudiantes, sino apoyar a los padres que no pueden mantener a sus hijos”, apunta el sociólogo Tom Chevalier en una nota para el think tank Terranova. “Esta política familiar tiene consecuencias, debilita a los jóvenes y refleja las desigualdades: la carga de mantener a los estudiantes recae sobre los hombros de las familias, siempre que tengan los recursos suficientes y el joven mantenga buenas relaciones con sus padres”, asegura.
Revalorización de las becas
En este contexto, la ministra de Enseñanza Superior, Sylvie Retailleau, anunció la semana pasada un aumento –el primero desde 2013– de casi el 20% del presupuesto asignado al sistema de becas. Según cálculos del ministerio, esto debería permitir la integración de 35.000 nuevos becados al inicio del próximo curso, así como la revalorización de otros 140.000 que subirán de tramo.
Los sindicatos estudiantiles consideran el anuncio como “una primera victoria”, pero insuficiente. “Los estudiantes no se van a dejar engañar [...] 37 euros más no les permiten vivir dignamente”, ha advertido la Unión Nacional de Estudiantes de Francia (UNEF), uno de los principales sindicatos del país, en un comunicado.
La UNEF lamenta que la ampliación de las becas no afecte a 100.000 nuevos estudiantes, como habían pedido. “Estos anuncios no van a hacer que los estudiantes dejen de movilizarse”, ha afirmado L'Alternative, otra de las organizaciones de estudiantes. “Estas medidas ni siquiera compensan los fallos de un sistema que ha dejado fuera de cualquier derecho a beca a 60.000 estudiantes entre 2021 y 2023 ”, ha dicho.