Sólo un año después de la primera victoria de Francia en un Mundial de fútbol en 1998, la comisión que asesora al Gobierno sobre derechos humanos desde 1947 introdujo una pregunta nueva en su encuesta anual sobre racismo: “¿Hay demasiados jugadores de origen extranjero en la selección de fútbol?”. Los franceses aún debían de recordar la explosión de júbilo del año anterior gracias a una selección que fue definida como un ejemplo multicultural de un país que ya lo era desde hace tiempo, pero que prefería que no se lo recordaran.
La elección de esa pregunta era discutible. Recientemente, una cuestión similar causó polémica en Alemania. En Francia, un 31% dijo entonces que estaba muy o bastante de acuerdo con el mensaje de la pregunta. Lo que quiere decir que casi uno de cada tres franceses pensaba que había demasiados africanos negros representando al equipo nacional. Evidentemente, todos eran franceses, pero el problema era el color de su piel o el lugar de nacimiento de sus padres. Es de suponer que esos encuestados negarían de forma furibunda que se les llamara racistas.
En su momento, se dijo en Francia que la victoria en el Mundial había hecho más por la integración que años de medidas políticas. Demasiado optimismo. Veintiséis años después, la tensión continúa y es más evidente a causa del ascenso de la extrema derecha y de sus ideas xenófobas. En un paso coherente con lo que han afirmado otros jugadores de su país en años anteriores, Kylian Mbappé, hijo de un inmigrante camerunés y de una mujer de origen argelino, no tuvo inconveniente en destacar lo que se juega Francia en las elecciones del 30 de junio y el 7 de julio.
Defendió los valores de “diversidad, tolerancia y respeto” y reclamó a los jóvenes que piensen en lo que se juegan en las urnas. Hubo una frase especialmente rotunda: “No quiero representar a un país que no refleja mis valores, nuestros valores”. En la misma línea, se puso en la peor situación posible. “Confío en que aún estaré orgulloso de vestir esta camiseta después del 7 de julio”, fecha de la segunda vuelta electoral que podría cerrarse con una victoria de Agrupación Nacional, el partido de Marine Le Pen, y la formación de un Gobierno dirigido por la ultraderecha.
Mbappé también dijo que “los extremos están a las puertas del poder”, sin hacer una referencia concreta al partido de Le Pen. Pero después le preguntaron por lo que había comentado su compañero Marcus Thuram, que fue explícito en su llamamiento a votar contra Le Pen. “Comparto los valores de Marcus. Para mí, no ha ido demasiado lejos. Todavía estamos en un país donde hay libertad de expresión y estoy de acuerdo con él”, respondió.
Las palabras de Mbappé no son muy diferentes a las que pronunció Zinedine Zidane hace más de veinte años antes de otras elecciones. Se llegó a decir que Zidane habría dejado de jugar en la selección francesa si Jean Marie Le Pen hubiera vencido en las presidenciales de 2002, aunque es cierto que este no tenía muchas posibilidades.
Le Pen se había distinguido antes del Mundial de 1998 por criticar la presencia de jugadores que venían de familias de origen africano, como Zidane, nacido en Marsella de padre argelino. “Es artificial que hagamos venir jugadores extranjeros para bautizarlos como equipo de Francia”, dijo el padre de Marine Le Pen. “La mayoría no canta o visiblemente no se sabe La Marsellesa”. Algunos jugadores blancos tampoco la cantaban, pero con ellos no había problemas. Con los jugadores negros o árabes nacidos en Francia, pero señalados como sospechosos, sí los había.
Nunca dejó de haberlos. Años después, la ultraderecha se cebó con Karim Benzema. Cuando un rapero estuvo entre los elegidos para crear la canción oficial de la selección en la Eurocopa de 2021, Jordan Bardella, número dos de Agrupación Nacional, dijo que eso era una rendición ante la “racaille” (la escoria, la palabra con la que los racistas se refieren de forma indiscriminada a los jóvenes de las barriadas marginadas). Si la extrema derecha gana las elecciones en julio, Macron podría verse obligado a nombrar a Bardella como primer ministro.
El fútbol, al igual que otros deportes, se vende como un espacio de encuentro y convivencia entre personas diferentes, en especial en las grandes citas como los mundiales, como también ocurre en los Juegos Olímpicos. Se dice que el fútbol es lo que une a todas las culturas y razas por ser tan popular en todo el mundo.
En ese deporte, por tanto, no hay lugar para el racismo, pero tampoco en algunos países se ve bien hacer declaraciones contra esa intolerancia que puedan resultar controvertidas. Es decir, que puedan incomodar a aficionados y partidos políticos de ideas xenófobas.
Se reduce la gravedad de los ataques racistas a algunos jugadores al tacharlos de actos aislados que no representan a la sociedad. Cuando se pregunta si se harán gestos como los que existen en otros países –como en Inglaterra donde los jugadores hincan la rodilla antes de comenzar el partido–, el futbolista mira con gesto extrañado al parecerle casi absurda la cuestión, que descarta por completo.
Esa vino a ser la actitud de Unai Simón, portero de la selección española, en la rueda de prensa del lunes. Quitándose el tema de encima, afirmó que “los temas políticos hay que dejarlos a otras personas o entidades”. Le parece que el racismo en la sociedad no es algo que le concierna: “Al final, es un tema político. Tenemos muchas veces tendencia a opinar demasiado de ciertos temas cuando no sé si deberíamos”.
Los jugadores de la selección masculina no se atrevieron a criticar al presidente de la Federación, Luis Rubiales, por su trato a Jenni Hermoso, por el que será juzgado, así que era demasiado esperar que Simón tuviera algún gesto de apoyo con Mbappé o que hablara del problema del racismo en el fútbol español. Un compañero de su equipo, Nico Williams, sufrió insultos racistas en Madrid en un partido de Liga, así que Simón no puede decir que el tema no le toca de cerca.
A Simón le convendría escuchar lo que dice Ana Peleteiro, atleta gallega y reciente campeona europea de triple salto. “Siempre dije que España no era un país racista, que era un país clasista, y la verdad es que no. Hay racismo y se ha visto”, dijo esta semana a El País. Ella dice que no le afecta mucho, pero que se lo debe a otras personas que no son como ella o no tienen su influencia pública.
“Aunque me digan que no soy española, me entra por un oído y me sale por otro, porque sé que es mentira. Pero hay mucha gente que no, y por todos aquellos que a lo mejor no tienen ese valor o que a lo mejor no se pueden enfrentar a algo tan gordo y mentalmente tan difícil de afrontar antes de un campeonato, si lo puedo hacer porque en ese momento la gente nos está mirando, pues lo voy a hacer. Y no me da miedo”, dijo.
Como pueden apreciar Unai Simón y la mayoría de los futbolistas españoles, no es tan difícil.