Por primera vez desde que es presidente, Joe Biden ha visto hace unos días cómo menos de la mitad de los estadounidenses le dan un aprobado en las encuestas. Es difícil no pensar que la culpa la tiene el desastre en Afganistán, aunque la Casa Blanca está bastante convencida de que la crisis pasará como una tormenta de verano y que en poco tiempo los ciudadanos estarán más pendientes de la economía, el paro y la vacunación que de los horrores talibanes que sucedan a miles de kilómetros.
Para ello cuentan con un argumento históricamente sólido: a los estadounidenses la política exterior les suele importar entre poco y nada cuando van a votar. Pero además recuerdan que, a pesar de las bochornosas imágenes del aeropuerto de Kabul, los estadounidenses están de acuerdo con él en lo fundamental: en que marcharse de allí es una buena idea. La Casa Blanca también cuenta con que, por muchas críticas de la oposición que haya estos días, los republicanos no pueden negar que Trump fue quien firmó un acuerdo de paz con los talibanes en 2020 y también quien ordenó la retirada.
El núcleo de su imagen
Con todo, Biden debería tener cuidado porque los testimonios de la desesperación en Afganistán afectan al núcleo de su imagen política. El presidente construyó su victoria contra Trump mediante un argumento sencillo: este señor es un incompetente y yo no, con este señor todo es caos e improvisación y yo soy un regreso a la normalidad aburrida y eficiente del gobierno estadounidense. Es sencillo ver que esa narrativa sobre la que Biden lo apoyó todo no se lleva nada bien con las imágenes de los últimos días. Muchos estadounidenses estaban a favor de la retirada, pero muy pocos pueden apoyar la manera en que se ha hecho.
En última instancia, un fracaso que mine esa imagen de capacidad y eficiencia puede ser mucho más dañino para Biden que la hipocresía de haber proclamado que con él los derechos humanos estarían “en el centro de la política exterior”. Es obvio que los derechos humanos de los afganos estaban hace un mes en mucha mejor situación que ahora, pero ese es el tipo de hipocresía que ocupa normalmente una escala inferior en las preocupaciones de los votantes estadounidenses. La economía sigue siendo el gran argumento en la mayoría de las elecciones presidenciales.
La defensa de Biden es, básicamente, que las retiradas son así. Que este es el precio a pagar por irse. Sin embargo eso es un engaño. El Gobierno de EEUU proclamaba hace nada que Kabul no podía caer en menos de año y medio, que la capacidad militar de los talibanes era muy limitada, que en ningún caso veríamos helicópteros evacuando el tejado de la embajada estadounidense... Todo lo que luego pasó, lo negó el presidente apenas unas semanas antes. Un desastroso error de cálculo que no es sólo responsabilidad de Biden y que puede traer consecuencias políticas más allá de los daños a su imagen como gestor.
Fracaso del 'establishment' militar
Los veinte años de ocupación de Afganistán son un desastre mucho más amplio y con más culpables, pero el caos de las últimas semanas es un fracaso principalmente del establishment militar y de inteligencia estadounidense. “Los expertos” a los que Trump denigraba sin parar han respondido al primer reto de la nueva era con un sonado patinazo. Sus cálculos y estimaciones no es que hayan fallado, es que no han estado ni remotamente cerca de la realidad. Toda la desconfianza que Trump había sembrado durante años se ha visto de algún modo justificada.
Biden espera que todo esto se olvide pronto para recomponer esa imagen eficiente que tan buen resultado le había dado hasta ahora.
Parte del daño está hecho ya: la Casa Blanca esperaba pasar el verano presumiendo de la casi segura aprobación de 850.000 millones de euros para infraestructuras, el gran logro del primer mandato del presidente, pero la única noticia en los medios de comunicación es Afganistán y todavía lo va a seguir siendo al menos unos días más. De momento, Biden puede incluso decir que ha tenido suerte porque los talibanes le han ahorrado las peores imágenes de brutalidad, como las ejecuciones públicas que les hicieron célebres, pero puede que se produzcan en cualquier momento y muchos dentro y fuera de Estados Unidos le culparán.
La Casa Blanca intentará hablar poco de Afganistán y, cuando lo haga, procurará alejar la atención pública de la caótica retirada y explicar el conflicto en términos más amplios: hemos estado allí 20 años, hemos gastado una millonada en un ejército que se ha negado a luchar, hemos cumplido y era el momento de retirarse. Es un argumento con el que probablemente la mayoría de estadounidenses está de acuerdo, aunque las ramificaciones políticas de la retirada irán más allá de un análisis de qué se hizo mal y tendrán otras consecuencias políticas en el futuro.
Derecha contra refugiados
A pesar de que hay un acuerdo político amplio para sacar del país a los afganos que colaboraron con las fuerzas estadounidenses, la derecha trumpista ya se está movilizando contra una supuesta “invasión” de refugiados.
No hay que olvidar que la gestión de la política migratoria, completamente politizada durante el mandato de Trump como escaparate de su supremacismo, es el área en que los ciudadanos valoran peor a Biden desde que comenzó su mandato. Aunque los acogidos sean probablemente unos pocos miles, habrá quien intente criminalizarlos para obtener rédito político.
El presidente desearía no tener que hablar más de Afganistán, pero la idea de que el problema desaparecerá cuando despegue el último avión estadounidense de Kabul es poco realista. La tradición nos dice que lo que suceda en Asia Central no determinará ni mínimamente las decisiones electorales en EEUU, pero todavía puede crearle al nuevo presidente muchos problemas.