Según parece, al candidato del Partido de los Trabajadores (PT) el encuentro con la mezquindad del favor electoral no lo cambió, y a eso en su campaña lo han dado en llamar fortaleza. En la presidencial, los seis millones de votos de ventaja que Luiz Inácio Lula da Silva le sacó a Jair Messias Bolsonaro sin embargo quedaron cortos en darle una victoria en primera vuelta. En todas las restantes votaciones del domingo 2 de octubre, la derecha ganó mandatos tan amplios y poderosos en que no sólo al oficialismo asombraron por su fortaleza. En el Congreso federal y en las gobernaciones y legislaturas estaduales a un Ejecutivo del PT le faltarán apoyos para hacer avanzar cualquier iniciativa de gobierno. Lo que es peor, ni en el Senado ni en la Cámara ganó el mínimo de bancas necesario para frenar un impeachment destituyente.
De cara a la segunda vuelta, las campañas rivales sí cambiaron, porque precisaron estrechamente uno de los focos. Y si una y otra escogieron una misma focalización, fue también a partir del mismo cálculo o presupuesto. El PT y sus aliados quieren retener la superioridad y reasegurarse la asistencia el último domingo del mes, el Partido Liberal (PL) y sus afines, mejorar sus números, y volverlos competitivos. Una y otra coinciden en atribuirle suprema rentabilidad al repudio. En un país donde el 84% de la población se declara cristiana, encuentran menos movilizador pedir un sí para Dios que un no contra Satán.
El culto satánico de Lula vs. la posesión demoníaca de Bolsonaro
El domingo 7 de agosto, en una ceremonia religiosa de la Iglesia Bautista de Lagoinha, en Belo Horizonte, capital del hoy derechista estado de Minas Gerais, la primera dama brasileña, Michelle Bolsonaro, activista evangélica y audible militante por los derechos de la discapacidad y de las personas sordas, tercera esposa treinta años más joven del presidente Jair Messias Bolsonaro (que es su segundo esposo), transida por el éxtasis del clímax de un momento pentecostal, en el medio de la casa de Dios, al lado de su marido, prorrumpió a hablar en voz alta y a dar informaciónes acerca de los “demonios”. Esos Ángeles del Mal los habían estado esperando en Brasilia en 2019. Cuatro años atrás habían llegado a la capital brasileña para instalarse allí. Su esposo, ex capitán del Ejército y durante dos décadas diputado federal derechista, era el presidente electo de Brasil, vencedor del balotaje del último domingo de octubre de 2018. Esos “demonios”, aclaró, eran las criaturas del Maligno a las que rendía culto servil pero satánico el ex presidente petista Luiz Inácio Lula da Silva, y que habían quedado ahí en el Palacio de Planalto para recibirlos.
Una semana después, en el primer acto de su campaña presidencial 2022, el día de su lanzamiento oficial, el candidato del PT y líder de la oposición no aludió ni a sus demonios supérstites en Brasilia ni a su secta satánica. Directamente caracterizó a quien anticipaba ya derrotar en primera vuelta o combatir en el balotaje por su rasgo más definitorio, según su discurso. El enemigo contra quien lucharemos se llama Jair Messias Bolsonaro, y lo venceremos, dijo, porque el presidente del Brasil “es un poseído por el Demonio”.
Según había revelado Michelle Bolsonaro, el expresidente petista integraba en secreto una secta satánica y se prosternaba ante el Demonio al que rendía culto. El rival de Bolsonaro no revelaba ningún secreto antes desconocido por el electorado, sino que osaba resumir lo que estaba delante de todos los ojos que quisieran ver: que el presidente era un endemoniado. Según la primera dama, Lula guardaba con el Demonio la distancia que el esclavo guarda con el Amo; según Lula, no había distancia alguna entre Satán y Bolsonaro, porque Satanás no estaba delante de él como un ídolo, estaba dentro de él como un espíritu. Es cierto que Lula explicó que su expresión era una imagen, una figura retórica: discurso político, no sermón homilético.
Lula, el perverso comecuras
Tan sanguíneo en su conservadurismo político y social como distraídamente flemático en su liberalismo económico, Bolsonaro y sus partidarios han proclamado desde el impeachment a Dilma Rousseff en 2016 que Brasil debe decirle nunca más al Eje del Mal. A la vieja izquierda comunista que destruye el orden social y obstruye el progreso individual (como en Venezuela, como después en Argentina y aun en Chile) con una teoría falsa y una praxis corrupta. Y a la nueva izquierda que viola la separación de la Iglesia y el Estado al valerse de la escuela pública para infiltrar cada hogar cristiano con el ateísmo y la ideología de género.
Ante las presidenciales de 2022, en las que el líder de la derecha de la bala, las biblias y el pío buey se juega una reelección que la primera vuelta le denegó, ese panorámico lienzo que repetía en su circunstancia los aspectos esenciales de la antinomia bicentenaria de Laica vs Libre, se volvió, de guerra de civilizaciones, intento de asesinato personal, de muerte civil del candidato Lula. No sólo representaba el Mal, lo encarnaba. No sólo era sucio, pecador; es más peligroso: es maléfico, malvado, perverso. No sólo usa la ciencia escolar para disuadir a la feligresía de las religiones. En la campaña bolsonarista rumbo a la segunda vuelta, se repite que Lula quiere perseguir a los sacerdotes, a los religiosos, y cerrar iglesias.
La culpa lulista se probaba por asociación. La campaña de Bolsonaro insiste en presentar como amigos, amigos íntimos, a Lula y al presidente nicaragüense Daniel Ortega. En la apertura de la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York, Bolsonaro anunció amparo y asilo en Brasil para la jerarquía eclesiástica, sacerdotes, monjas, hermanos, y también para la grey cristiana perseguida por el sandinismo comunista y ateo, golpista y chavista, antidemocrático enemigo de Roma y de Washington. Por más que Lula condene a Managua, lo hace dentro de la moderada tradición diplomática brasileña. Dos veces presidente, puede recordar los propios fracasos e inconvenientes sufridos las veces que procuró para Brasilia liderazgos negociadores internacionales. Además, aliada de Rusia y Bielorrusia, Nicaragua ha dado en diciembre el buen paso definitivo, a los ojos de aquellos a quienes favoreció (y en cuyo favor confía Lula), de romper relaciones con Taiwan, establecerlas con China Popular, y entregarle a Pekín todos los bienes taiwaneses en suelo nicaragüense, que el sandinismo confiscó.
La campaña de Lula desmintió cualquier declaración del candidato del PT de planes de neutralización o restricción o siquiera reglamentación del culto en los templos o de la predicación de la palabra por cualquier confesión cristiana. No sólo no era sobrio Lula en materia de la ampliación de la libertad religiosa; era entusiasta. Lo prueban el número de derechos que habían ganado las iglesias evangélicas gracias, y no a pesar, del primer presidente obrero del Brasil. Con anterioridad, el amparo estatal a las denominaciones protestantes, reformadas, evangélicas y en particular, pentecostales, se hallaba en una situación de inferioridad relativa respecto a aquella de la que de hecho gozaba la histórica mayoría de la Iglesia católica, llegada el siglo XVI con la colonización portuguesa. La máxima jerarquía brasileña de la orden franciscana, cuya regla de vida exalta la sumisión al ideal de pobreza, convocó en San Pablo a una conferencia de prensa, a la que asistieron Lula y la cúpula del PT, para dar testimonio, casi en estos términos, de que Lula era ángel y no demonio.
Hasta qué punto el chequeo rápido pero minucioso y completo de datos y hechos pasados pertinentes, y el renovado apoyo espontáneo de religiosos sin vínculos con el poder o el Estado repararon el daño, es difícil de decir. Sí han dicho, los medios y la propia campaña de Bolsonaro, que la cólera de Lula durante el tercer y último debate televisado, en su intercambio cara a cara con el padre Kelmon, sacerdote cristiano de liturgia oriental y candidato presidencial minoritario, al que llamó “falso” y “fariseo”, fue un estímulo tan importante para el voto derechista decidido a última hora en la recta final de la primera vuelta como la adhesión pública de Neymar.
Bolsonaro, el masón satanista
Un video de Bolsonaro asistiendo a una logia masónica en 2017, difundido a favor de Lula, no dejó de producir efecto entre los apoyos católicos y evangélicos a Bolsonaro. Las imágenes eran reales (escenografía, simbología, vestuario masónico clásico), también el audio (un discurso de Bolsonaro con tema y forma positivas, como ante Sociedad de Fomento), también el lugar y la fecha. En absoluto correcta era la noticia de que la masonería es una sociedad secreta satánica, y de que Bolsonaro era masón, y por tanto satanista.
La jerarquía masónica habló, y dejó en claro que el presidente no era un hermano. Las iglesias evangélicas hablaron, y dejaron en claro que sus asambleas y congregaciones no son sectarias ni antimodernas, y que un presidente debe dialogar con todas las organizaciones de la sociedad civil, sin excluir a ninguna.
Simpatía por el demonio
En algunas oportunidades, Lula ha comparado a los participantes de mítines pro-Bolsonaro con simpatizantes del Ku Klux Klan. En muchas, Bolsonaro es fascista, incluso genocida. En todas, antidemocrático. En una línea de campaña del PT que la Justicia electoral ordenó discontinuar, caníbal.
Cuando el 1° de enero Lula jure en Brasilia e inicie su tercera presidencia, todos los poderes electivos estarán en manos de la oposición. Aun antes, ¿cómo se supone que ambos bandos se reunirán después de las elecciones, cuando uno y otro son encuadrados de diversas formas e intensidades variables pero jamás desfallecientes como golpistas, fascistas, comunistas, ladrones, bandidos, corruptos, caníbales, agentes de genocidio o simpatizantes del Ku Klux Klan? Y más irredimiblemente, más irremediablemente, como diablos, demonios, endemoniados, genuflexos satanistas.
En la campaña de Lula confían en la habilidad suma del futuro presidente, que conoce la fórmula política y científica de transmutar la antipatía en simpatía por el demonio. Alquimia no es magia, pueden decir.
AGB