En la actualidad, el 71% de la población mundial vive en autocracias. Hace 20 años esa cifra era del 50%. De los 91 países considerados democráticos, solo 32 son democracias liberales —hace 15 años eran 43—. Más datos: si en 2003 había 35 países que se estaban democratizando, hoy en día son 18. Y lo más grave: si en 2003 solo había 11 países que se estaban autocratizando, hoy son 42.
La tendencia es evidente y el historiador especialista en extremas derechas Steven Forti alerta del peligro en su último libro 'Democracias en extinción: el espectro de las autocracias electorales' (Akal). Estas fuerzas son los actores “que con más fuerza están llevando a cabo este asesinato de la democracia”. Donald Trump, en Estados Unidos, puede ser el siguiente.
Trump ya no es el candidato desconocido de 2016 que se enfrentaba a una rival vinculada al establishment, ¿cómo se explica el gran apoyo actual pese a conocerle mucho mejor?
Esa misma pregunta se puede hacer también en el caso de [Jair] Bolsonaro en Brasil, que aunque ha perdido elecciones, ha mantenido un nivel de apoyo muy elevado. Las extremas derechas tienen éxito por razones estructurales. Más allá de que un liderazgo pueda ser considerado por parte de la población muy radical, extremista o, incluso, impresentable, este candidato ha conseguido forjar una conexión con una parte de la población que va más allá de lo político y que tiene que ver con lo afectivo y lo emocional.
Añadamos otros dos elementos: la fuerte polarización y la radicalización de lo que hace un tiempo se llamaba centroderecha o derecha tradicional. Si sumamos todo eso, vemos cómo una figura que nos parece impresentable ha conseguido aunar a un electorado que está muy movilizado contra un adversario político que es considerado un enemigo y una amenaza real a una serie de valores y a una forma de vida.
Como dice, Trump ha absorbido prácticamente a toda la derecha tradicional estadounidense. Pese a las particularidades del bipartidismo en EEUU, ¿existe ese peligro en Europa?
Desde luego. Tenemos ya bastantes pruebas fehacientes de ello. Pensemos por ejemplo en Italia, donde lo que sería la derecha tradicional prácticamente ha desaparecido o es una muleta de una coalición que está hegemonizada por la extrema derecha, es decir, [Giorgia] Meloni. Pensemos también en el caso francés, donde los republicanos se han convertido en una fuerza minoritaria de la derecha, donde la hegemonía la tiene el lepenismo. Hay otro país donde la batalla todavía está abierta: Reino Unido. Los tories no solo se han radicalizado en la última década de forma muy evidente, sino que además tienen un competidor muy fuerte, Nigel Farage, que podría incluso canibalizarlos.
Más allá de que el sistema sea bipartidista o multipartidista, es una dinámica evidente. En prácticamente todos los países, aparte alguna pequeña excepción con puntos de interrogación de cara al futuro, la derecha tradicional se ha radicalizado, se ha alineado claramente con la extrema derecha o bien ha pasado a ser irrelevante e, incluso, a ser canibalizada.
No perdamos de vista un elemento. Hasta hace poco más de tres años, el partido de Viktor Orbán era miembro del Partido Popular Europeo y en los años 90 era considerado un modelo de una nueva derecha neoliberal democrática representado, por ejemplo, por Aznar en España o los tories en Gran Bretaña. Todos hemos visto y conocemos la evolución de Orbán y su partido.
Añadamos un último elemento: el caso de Argentina. [Javier] Milei, que desde luego no era un candidato que podamos considerar moderado, ganó las elecciones en segunda vuelta gracias a la alianza que le brindó la derecha tradicional representada por el macrismo, que ahora gobierna con él. Esto no ha llevado a que Milei se modere. A veces el discurso de estas derechas es que tenemos que ‘romanizar’ a los bárbaros, es decir, llevarlos hacia una senda más moderada, controlándolos un poco e incorporándolos al sistema. En cambio, lo que estamos viendo es que los romanos se han barbarizado.
¿Cómo explica el peligro que representan estas fuerzas a quienes creen que es una exageración decir que la democracia está en peligro, tal y como argumenta en el libro?
Más allá de las filias y fobias que uno pueda tener, en Hungría, Viktor Orbán ha creado un sistema de gobierno que ya no es una democracia plena. El modelo húngaro es una autocracia electoral, es decir, el modelo democrático ha sido vaciado por dentro: la separación de poderes es un espejismo, el pluralismo informativo no existe, los derechos de las minorías han sido cuestionados y recortados…
Se podría decir que Hungría es un caso aislado, pero no es cierto. Si analizamos los lugares en los que está gobernando la extrema derecha, vemos que ha habido otros casos de transformación de democracias liberales a autocracias electorales. Pensemos por ejemplo el caso de Nayib Bukele en El Salvador o de [Benjamín] Netanyahu en Israel —en un contexto más complejo por la guerra y los ataques a la población palestina—. También lo hemos visto en Polonia durante ocho años y lo estamos viendo, aunque de otra manera, en Italia.
Trump ha conseguido forjar una conexión con parte de la población que va más allá de lo político y que tiene que ver con lo afectivo y lo emocional
Se ha vendido la imagen de Giorgia Meloni como una líder moderada, pero no solo sus políticas identitarias se están aplicando a rajatabla –aunque sin levantar mucho la voz–, sino que su proyecto de reforma constitucional es la que yo defino una vía italiana al orbanismo. Así como la ocupación manu militari de los medios de comunicación públicos y la compra a través de empresarios amigos de medios de comunicación privados.
En definitiva, hay elementos y pruebas fehacientes de que el modelo de autocracia iliberal de Orbán, que funciona desde 2010, es un modelo que otras extremas derechas están intentando emular y que, en algunos casos, ya han conseguido llevar a la práctica.
¿Qué implicaciones tiene la actual ola desdemocratizadora?
Vivimos una ola de desdemocratización. La democracia está en franco retroceso desde por lo menos 15 años, según muchísimos índices. Y la fecha no es una casualidad, porque se conecta con la crisis económica de 2008. ¿Se va a extinguir la democracia? ¿Vamos a ser la última generación que ha vivido en un sistema democrático? Esta ya no es una cuestión que puede dar pie a una serie distópica de Netflix, sino que es una realidad que estamos viviendo y que está bien que nos planteemos. Los datos nos ofrecen un panorama bastante sombrío.
Y aunque la extrema derecha no es el único actor que representa una amenaza para la democracia, en el mundo occidental la extrema derecha es el actor que con más fuerza está llevando a cabo este asesinato de la democracia.
¿Hay algún paralelismo histórico con este fenómeno?
En la época contemporánea, ha habido momentos de avances y retrocesos. La gran diferencia respecto al pasado es que las democracias liberales han vivido una etapa más o menos larga en los países en los que se han instaurado y son más sólidas que entonces.
Por otro lado, la gran diferencia es que ha habido una o más generaciones de personas que han vivido en democracias liberales y que ahora se están alejando o están apostando por otros modelos políticos que, incluso, atacan por tierra, mar y aire el modelo democrático liberal considerándolo erróneo y la causa del declive de la nación.
Prácticamente toda la extrema derecha excepto algún pequeño partido minoritario ha pasado de querer desmembrar la Unión Europea y salir del euro a querer ocupar Bruselas
¿Por qué ha crecido el número de escépticos respecto a la democracia?
Lo que ofrecía la democracia eran mejores condiciones de vida. En una democracia no solo tendrás mayores libertades respecto a una experiencia pasada de la dictadura, sino que también podrás llegar a fin de mes y tus hijos posiblemente vivirán mejor que tú. Había un horizonte.
Sin embargo, lo que mucha gente ha vivido es que quizá su presente y su futuro no son tan buenos como se esperaba. El ascensor social se ha roto, las desigualdades han aumentado… La falta de expectativa o la percepción de que el futuro no será mejor afecta muchísimo y evidentemente hay actores políticos que intentan cabalgar y capitalizar las frustraciones y la ansiedad presente en una buena parte de la población.
Dice que la extrema derecha europea ha pasado de querer desmembrar la UE a querer ocuparla ¿Cuál es su proyecto?
Es evidente que hay diferencias notables entre los diferentes partidos de extrema derecha en Europa y la creación de diferentes grupos en el Parlamento europeo es una prueba fehaciente de ello. Ahora bien, aquí hay que poner las luces largas y una perspectiva histórica nos permite ver la evolución, las transformaciones y las actualizaciones de la extrema derecha a nivel europeo.
Prácticamente toda la extrema derecha, excepto algún pequeño partido minoritario, ha pasado de querer desmembrar la Unión Europea y salir del euro a querer ocupar Bruselas. “Ocupar Bruselas” es una cita literal de Viktor Orbán, que claramente ha marcado el camino. Es interesante que lo diga Orbán, y no solo Meloni, porque él ha creado Patriotas por Europa —con Marine Le Pen, Matteo Salvini, Vox y otras formaciones— y es considerado el sector más radical.
Eso nos muestra que la extrema derecha ha entendido que el Brexit ha sido un fracaso, que intentar emularlo sería contraproducente y que la UE tiene una potencia de fuego notable. Lo importante es tocar poder y modificar el tipo de políticas que se hacen en Bruselas. Para ello tratan de convencer definitivamente a los populares de que dejen de mirar a su centroizquierda y que miren a su derecha, y entonces forjar una alianza y unificar a las derechas. Ese es el gran objetivo de la extrema derecha. Luego, evidentemente, esta unificación debería pasar por la conquista de la hegemonía. El caso italiano de los últimos 30 años es un laboratorio político clarísimo de todo esto.
¿Eso quiere decir que las extremas derechas se han convertido en europeístas? Evidentemente no. El euroescepticismo más o menos duro sigue vigente porque el modelo que defienden de UE es el de una confederación de Estados soberanos donde no solo se pararía en seco el proceso de integración europeo, sino que se devolverían competencias a los Estados nacionales.
A pesar de sus diferencias, que son muchas, no perdamos de vista que todas estas formaciones ideológicamente comparten más cosas respecto a las que les separan. Que Vox haya cambiado de un grupo a otro sin cambiar su ideología es paradigmático.