El profesor Steven Levitsky es director del centro de estudios latinoamericanos de la Universidad de Harvard y dicta clases de ciencia política centrada en cómo algunos países se consolidan en democracias y otros derivan a regímenes autoritarios. Su colega Daniel Ziblatt es especialista en cómo cayeron y resucitaron democracias en Europa. De sus conversaciones “de pasillo” en Harvard tras la victoria de Donald Trump en 2016 salió el libro más influyente de aquel momento político, Cómo mueren las democracias (publicado en España por Ariel en 2018).
“Daniel y yo habíamos estudiado las crisis democráticas en diferentes partes del mundo y tan pronto como Trump apareció en el escenario comenzamos a notar cosas que habíamos visto antes, sentimos que habíamos visto esa película antes y sabíamos cómo termina. No termina bien”, recuerda Levitsky en nuestra conversación hace unos días por videoconferencia. Su intención entonces era describir las señales de cómo una democracia se resquebraja, algo inconcebible para la mayoría de sus compatriotas.
Ahora, sorprendidos por la velocidad con la que el Partido Republicano abrazó la violencia y la negación de lo más básico, los resultados electorales, los profesores acaban de publicar en Estados Unidos Tiranny of the Minority (“tiranía de la minoría”).
A través de la historia de su país y de otros que pasaron por esa crisis, cuentan cómo la Constitución de Estados Unidos dio excesivo poder al partido minoritario y creó un sistema electoral no representativo. El punto que consideran más problemático y anómalo es el Colegio Electoral, una manera de sufragio indirecto que atribuye votos electorales a compromisarios de cada estado que tienen que votar a quien haya ganado en ese territorio sea por un voto o por un millón. Pintan un panorama sombrío ahora, pero también proponen reformas para salir de una espiral que convirtió a Estados Unidos en un caso casi único en Occidente.
“Queríamos saber qué diablos estaba pasando porque se supone que las viejas democracias ricas como Estados Unidos no se derrumban… Pero también queríamos pensar en cómo salir de acá”, dice Levitsky. Su libro empieza con una cita esperanzadora de La colina que ascendemos, el poema que Amanda Gorman, ex alumna suya, recitó en la toma de posesión de Joe Biden en 2021.
Esta es nuestra conversación editada por claridad y extensión.
–¿Tiene esperanzas pese a la dificultad para reformar las instituciones en Estados Unidos?
–Somos más optimistas que algunos. Es cierto que, entre las democracias del mundo, Estados Unidos tiene la Constitución más difícil de reformar. Sólo se hizo 27 veces en más de 230 años. Y es especialmente difícil cuando los dos partidos están tan polarizados que no pueden ponerse de acuerdo sobre nada y mucho menos reformar la Constitución. Así que entiendo el pesimismo de la gente. Lo que me da esperanza es que hay un profundo cambio generacional en Estados Unidos.
En la primera parte del libro intentamos entender por qué una parte de este país se radicalizó tanto. El auge de la democracia multirracial se debe a una dramática transformación social y cultural en este país durante el último medio siglo y que se sintió de verdad en las últimas dos décadas. Cada vez que una sociedad da un paso hacia una mayor inclusión, siempre hay algún tipo de reacción, y esta reacción fue muy feroz. Hubo una reacción feroz contra la emergencia de la democracia multirracial, pero eso es en mi generación y la generación anterior. Si mirás a la generación del milenio y la Z, están mucho más dispuestas a abrazar lo que considero los dos pilares de la democracia multirracial: la tolerancia a la diversidad y el fuerte apoyo a la igualdad racial. Nadie en ninguna generación en Estados Unidos está más comprometido con esos dos principios que nuestros jóvenes.
–¿Podrán cambiar el país pese a las instituciones inflexibles?
–Las instituciones van a ser un problema, pero muy pronto una abrumadora mayoría de estadounidenses estará comprometida con la democracia multirracial. Sólo en el siglo XXI se puede decir que la mayoría de los estadounidenses apoyan de verdad la democracia multirracial. Y eso seguirá creciendo con el cambio generacional. Necesitamos mayorías muy grandes para que los defensores de la democracia multirracial gobiernen en Estados Unidos debido a nuestras instituciones mayoritarias, pero esas mayorías están creciendo.
La otra cosa que me da esperanza es que la situación de los últimos 50 años es una excepción en la historia de Estados Unidos. Por muy difícil que sea reformar la Constitución, los estadounidenses siempre, desde el principio, trabajaron para hacer que nuestro sistema político sea más democrático.
Habíamos estudiado las crisis democráticas en diferentes partes del mundo y tan pronto como Trump apareció comenzamos a notar cosas que habíamos visto antes, sentimos que habíamos visto esta película antes y sabíamos cómo termina. No termina bien
La Constitución original no tenía casi nada de democrático, pero desde el primer día los reformadores presionaron para adoptar la Declaración de Derechos y después hubo un movimiento abolicionista. Luego pasamos por una reconstrucción que fracasó en muchos sentidos, pero fue un paso importante hacia la construcción de las bases de la democracia multirracial. Tuvimos el impulso para la expansión del sufragio para extender el derecho a voto a las mujeres en la era progresista de principios del siglo XX, empezamos a votar el Senado en elecciones y luego tuvimos el movimiento de los derechos civiles, que supuso una serie de reformas legales muy importantes.
Si miramos atrás, los estadounidenses siempre estuvieron pensando en cómo mejorar su sistema para hacerlo más democrático e inclusivo. Sólo a partir de 1970 dejamos de hacer ese trabajo. Eso congeló el sistema al mismo tiempo que otras democracias siguieron haciendo sus sistemas más democráticos. Estamos empezando a quedarnos atrás. Pero podemos volver a la larga tradición estadounidense de reformar.
– Hay otros ejemplos de democracias multirraciales en Europa, como Reino Unido y Francia, y no están a punto de desmoronarse como Estados Unidos. ¿Por qué?
– Estados Unidos está más adelantado. Es cierto que hoy, después de décadas de inmigración, todas las democracias europeas son mucho más diversas de lo que solían ser. Pero, por ejemplo, no creo que sea exacto decir que el Estado francés trata a los ciudadanos franceses de origen africano como a los franceses blancos. Estados Unidos está más avanzado en términos de diversidad que cualquier país de Europa.
Y la mayoría fundadora en Estados Unidos, la de los protestantes blancos, está a punto de ver amenazada tanto la mayoría numérica como su dominio social. En Europa occidental, la mayoría dominante tiene que compartir espacio y algo de poder con las minorías, pero en Estados Unidos la mayoría protestante blanca siente que está perdiendo su estatus dominante y creo que por eso la reacción fue mucho más feroz.
Cada vez que una sociedad da un paso hacia una mayor inclusión, siempre hay una reacción y ahora ha sido feroz
La otra diferencia tiene que ver con las instituciones. En Europa, los sistemas parlamentarios permiten una representación más precisa del electorado que el sistema estadounidense. En la mayoría de los países, la extrema derecha reaccionaria supone, en general, entre el 15 y el 30% de votos. Es una amenaza, pero es una minoría en todas partes. Y en Europa continental ese porcentaje significa habitualmente que un partido de extrema derecha o está en la oposición o es socio minoritario de coalición. La extrema derecha no gobierna por sí sola. En Estados Unidos, el porcentaje de la extrema derecha es el mismo, un 25%, pero con nuestro extraño sistema electoral que conduce a un sistema bipartidista y basado en primarias, el Partido Republicano puede gobernar el país sin ganar mayorías. La extrema derecha está muy magnificada por nuestras instituciones de una manera que no lo está en Europa.
–¿Es Estados Unidos un caso único? En Europa, se compara a políticos a menudo con Trump…
–No creo que sea un caso completamente aislado. La reacción a los cambios hacia la urbanización, la secularización y, en particular, la diversificación étnica sucedió por todo el mundo. Hay una reacción real en todas partes y hay paralelismos entre el trumpismo y la extrema derecha en Europa.
Es mucho más fácil para los populistas que no son políticos de carrera entrar en política. El tipo de políticos que insultan a los rivales ya estaban hace décadas, pero en los márgenes. Ahora, gracias a las redes sociales y la democratización de los partidos, tienen más éxito, y por ello seguirá habiendo más políticos como Trump y las democracias tendrán que lidiar con eso.
Pero, en última instancia, no vemos en Europa occidental, ni siquiera entre partidos de derecha, la negación de los resultados de las elecciones. No los veo respaldar la violencia, hacer campaña con armas. Tal vez la excepción sea Amanecer Dorado en Grecia, que son fascistas. La mayoría de los partidos de extrema derecha a los que les fue bien en Europa son antiinmigrantes, muy conservadores y bastante antiliberales pero continúan jugando según las reglas democráticas, y esto ya no sucede en Estados Unidos.
–Si hubiera reformas como las que proponen para limitar el poder de las minorías, ¿no existe el riesgo de la tiranía de la mayoría, como vimos en Hungría?
–Podría darse un escenario en el que haya demasiado poder para una parte ganadora. Las democracias más exitosas logran un equilibrio entre el gobierno de la mayoría y las protecciones de las minorías. En el libro exponemos las protecciones esenciales para las minorías, como que los individuos tengan una amplia gama de derechos protegidos de libertad de expresión, libertad de reunión, libertad de conciencia y expresión religiosa. Además, es fundamental que los gobiernos no tengan el poder de cambiar unilateralmente las reglas del juego de la democracia, que un solo partido no tenga el poder reescribir las reglas e imponerlas a los demás como ocurrió en Hungría o en Venezuela.
Esa es una amenaza real, pero hay mucha distancia entre un sistema donde hay una protección insuficiente de las minorías y propenso a algún tipo de tiranía mayoritaria, como Hungría, y lo que tenemos en Estados Unidos. Las reformas de las que hablamos harían a Estados Unidos más como Alemania, Nueva Zelanda y Finlandia, países que equilibran de manera bastante efectiva el gobierno de la mayoría y los derechos de las minorías.
Las democracias más exitosas logran un equilibrio entre el gobierno de la mayoría y las protecciones de las minorías.
Estamos hablando simplemente de hacer que el Senado sea más proporcional, como en Alemania, donde los estados más poblados tienen más representación. Estamos hablando de eliminar el obstruccionismo para que no exista una regla de supermayoría para aprobar leyes. En Europa, ninguna democracia europea utiliza habitualmente el obstruccionismo.
Estamos hablando de eliminar el Colegio Electoral para que el perdedor de las elecciones presidenciales no gane la presidencia. Eso no existe en ninguna democracia presidencial del mundo. Argentina fue la última democracia presidencial en deshacerse del Colegio Electoral.
No estamos hablando de pasar de Estados Unidos a Hungría. Estamos hablando de pasar de Estados Unidos a la mayoría de Europa continental. Todas las reformas que pedimos son cosas que ya se han hecho en otras democracias europeas, como los límites de mandato para el Tribunal Supremo. Son reformas bastante moderadas.
–¿Hay voluntad para aplicarlas?
–Hubo un movimiento serio entre 1969 y 1970 para abolir el Colegio Electoral, durante la presidencia de Nixon. Los líderes de ambos partidos lo apoyaron, fue aprobado por la Cámara de Representantes de manera abrumadora. Tenía el apoyo de más del 70% de los estadounidenses, de las empresas, de los sindicatos, de las asociaciones de abogados... Había consenso y fracasó por poco en el Senado porque la Constitución de Estados Unidos es muy difícil de reformar.
Cuando pensamos en la reforma de la Constitución, tenemos que recordar que estamos en un momento único en la historia de Estados Unidos. Este es el único momento en los últimos 50 años en el que hemos dejado de hablar de reforma. Tenemos que abrazar esa tradición anterior, ese espíritu reformista que siempre hemos tenido.
–Los años de Trump fueron muy agotadores para todos. ¿Hay movilización ahora por la democracia?
–Al principio, había una expectativa de que podíamos pasar página tras la derrota de Trump. Te guste o no, Biden es un regreso a la normalidad. Pero creo que quedó claro bastante rápido que no podíamos, empezando con la decisión de los republicanos de no condenar a Trump y luego su regreso. Es probable que sea el candidato republicano y que las de 2024 sean unas elecciones muy reñidas. Las encuestas muestran un empate en este momento.
Los estadounidenses se están dando cuenta nuevamente de que nuestra democracia está en riesgo. Se podría perdonar a Estados Unidos por subestimar la amenaza de Trump en 2016. Algunos advertimos sobre él, pero mucha gente pensó que se moderaría en el cargo y habría límites a su poder. Ahora Trump ha mostrado sus colores. Trump intentó anular los resultados de unas elecciones: violó la regla cardinal de la democracia, básicamente trató de aplicar lo que en América Latina llamamos un autogolpe. Todos los ciudadanos estadounidenses lo saben y hay mucho en juego.
–¿Le sorprendió el asalto al Capitolio?
–Me dejó en shock. Sabíamos que Trump no aceptaría los resultados de las elecciones, estaba claro todo lo que había hecho y ya había dicho que no aceptaría la derrota. No me sorprendió que hiciera un esfuerzo por anular las elecciones, pero fue impactante ver a ciudadanos estadounidenses asaltar violentamente el Capitolio, algo que no había sucedido desde que lo hicieron los británicos hace más de dos siglos.
–En el resto del mundo lo llamamos “el asalto al Capitolio” o incluso a veces “un golpe”, pero en Estados Unidos se llama a secas “el 6 de enero”. ¿Es una forma de minimizarlo?
–Ese es un punto muy interesante. Los estadounidenses definitivamente se resisten a llamarlo intento de golpe. Porque realmente no tenemos el término que se usa ampliamente en América Latina, que es “autogolpe”, cuando un presidente intenta permanecer ilegalmente en el poder.
–¿Y ahora qué?
–No soy tan pesimista en el sentido de que no creo que Estados Unidos vaya a caer en una autocracia que se parezca a Rusia o incluso a Hungría porque las fuerzas de oposición son muy fuertes. El Partido Demócrata es un partido electoralmente popular, bien organizado y bien financiado, por lo que no habrá eliminación de la oposición y consolidación de la autocracia como en Rusia.
No creo que Estados Unidos vaya a caer en una autocracia que se parezca a Rusia o incluso a Hungría porque las fuerzas de oposición son muy fuertes
No sé quién ganará las elecciones de 2024. Creo que es cuestión de tirar una moneda al aire a estas alturas. Debemos tomarlo más en serio. Las fuerzas democráticas deben tomar medidas urgentes para garantizar que Trump no gane, pero creo que a medio plazo nos dirigimos a un período de inestabilidad como la inestabilidad de régimen en América Latina, es decir con una crisis ocasional de abuso de poder y períodos de violencia en los que se entra y se sale de esa crisis. Podríamos afrontar una década o dos de inestabilidad de régimen un poco como el Ecuador del siglo XXI. Hay muchas diferencias entre Estados Unidos y Ecuador, pero nos podemos estar dirigiendo a ese tipo de ciclo de inestabilidad política y crisis frecuentes.