Nancy Faraj y su familia estaban almorzando en su casa de Bint Jbeil, un pueblo del sur de Líbano, cuando Israel bombardeó la vivienda de al lado, matando a dos de sus vecinos.
En cuestión de horas, ella y su familia habían cargado algunas pertenencias para ponerse en marcha hacia la ciudad de Tiro, al noroeste de su pueblo y 80 kilómetros al sur de Beirut. Allí es donde viven ahora, dentro de un colegio y junto a cientos de personas en la misma situación.
A sus 25 años, es la segunda ocasión en que Faraj se ve obligada a desplazarse por una guerra con Israel. En el conflicto de 2006, tenía siete años y tuvo que huir junto a su madre a Beirut. En este nuevo desplazamiento Faraj viaja con sus propios hijos.
“Hace tres semanas que llegamos aquí. Hasta ese momento los bombardeos habían sido lejos del pueblo y nos sentíamos relativamente seguros; pero cuando alcanzaron la casa de mi vecino la decisión fue inmediata”, dice. Ella y su familia ya no quieren vivir cerca de la frontera, explica. “La sensación es que los combates están empeorando”.
Según las estimaciones que la Organización Internacional para las Migraciones publicó la semana pasada, unas 76.000 personas han sido expulsadas del sur de Líbano en estos tres meses. En Tiro, una bella ciudad costera con ruinas históricas, las autoridades locales registran entre 200 y 300 desplazados por día.
Riesgo casi constante
En un trayecto hacia el sur de Tiro, no hace falta recorrer muchos kilómetros por las carreteras rodeadas de palmerales y cítricos para que los coches empiecen a escasear y solo se vean pasar los vehículos de la FPNUL, la misión de observación de la ONU.
A dos kilómetros y medio de la frontera con Israel, en la pequeña ciudad de Naqoura, un montón de escombros revueltos es lo único que queda de una casa que la semana pasada fue alcanzada por un ataque israelí. Las casas y tiendas de la zona no tienen ventanas y están salpicadas de metralla.
El zumbido de un dron israelí se escucha cerca. Un recordatorio del riesgo casi constante que se vive en el sur de Líbano. Las pocas personas que aún viven en Naqoura están visiblemente preocupadas y no quieren hablar ni ser identificadas.
Cerca de la casa destruida, un hombre está limpiando su minimercado en ruinas. Dice que salió de él dos minutos antes de un ataque que hizo saltar por los aires a las ventanas y mató a sus primos. Aparece un joven en ciclomotor y pide a The Guardian la documentación. Se va tras inspeccionarla y, al cabo de unos minutos, regresa con un mensaje de Hezbollah: los periodistas se tienen que ir.
Violencia en la línea azul
En estos tres meses, la violencia en este lugar ha adquirido su propia lógica. Formalmente sigue vigente el “cese de hostilidades” que puso fin a la guerra de 2006, definido por la resolución número 1701 de la ONU. No ha habido ninguna declaración formal de guerra y las dos partes mantienen la ambigüedad sobre sus intenciones desde que el 8 de octubre Hezbollah comenzó la que en principio era una campaña limitada de ataques contra Israel para apoyar a Hamas en la guerra de Gaza.
Pero la realidad es otra. A través de la línea azul que separa a Israel y Líbano se han detectado en torno a 10.000 diferentes “trayectorias” de municiones grandes y pequeñas, disparadas por los dos bandos en un intercambio que, según los analistas, se ha vuelto constante. No solo se ha ampliado la extensión geográfica del combate fronterizo. También ha crecido el tamaño de las armas y municiones empleadas así como la relevancia de los objetivos.
Solo en la última semana, Hezbollah ha atacado a una importante base aérea israelí del monte Meron. Israel, por su parte, ha atacado puestos de mando de Hezbollah y ha matado a un alto cargo de Radwan, la fuerza de élite de Hezbollah –el mismo día de la visita de The Guardian–.
“No habíamos visto nada parecido desde el final de la guerra en 2006”, dice Kandice Ardiel, portavoz de la FPNUL, cuya base principal está en las inmediaciones de Naqoura. “Habíamos visto casos aislados de varios días de tensión, pero no habíamos visto nada tan prolongado y tan violento, esto no tiene precedentes”.
“Y la guerra de 2006 terminó en un mes mientras que esto ocurre a diario desde hace tres meses, aunque la zona afectada sea menor”, dice Ardiel. “Las dos partes han dado señales de que no quieren una escalada del conflicto, pero están preparadas por si se produce, y la probabilidad de que se produzca es mayor cuanto más dure esto”.
“Esta guerra no es de Líbano”
El futuro de las familias expulsadas del sur, entre las que hay muchas dedicadas a la agrícultura, no está nada claro. Mustafa Said, que cultiva tabaco, forma parte de una de ellas. Cuando comenzó el conflicto tuvo que abandonar el pueblo de Beit Lif.
“Nuestra casa estuvo a punto de ser bombardeada; mis hijos lloraban y no comían”, dice. “Después de cuatro días de bombardeos nos fuimos a otro pueblo, el de la familia de mi mujer, pero era lo mismo: más bombardeos. Entonces decidimos venir a Tiro, todo el mundo se marcha. La casa de mi hermano y la de mi hija han resultado dañadas”.
“No apoyo a Hamas”, añade. “Si los israelíes quieren matar a Hamas es asunto suyo, si quieren pelear, no deberían dispararnos y bombardearnos a nosotros. Esta guerra no es de Líbano. En su mayoría, los libaneses no están contentos con la situación. No queremos formar parte de esto”.
Said confía en que la comunidad internacional ejerza presión sobre Israel para que cese el conflicto. En su opinión, Líbano está siendo arrastrado debido a las dificultades de Israel para lograr sus objetivos bélicos contra Hamas en Gaza.
“La guerra no tiene vencedores. Yo me he perdido la siembra de mis cosechas y estoy muy preocupado por mis hijos. En los dos bandos los niños tienen derecho a una vida normal y a una educación”, dice Said, que ni en Tiro se siente seguro. “Mis hijos se asustaron mucho ayer con unos aviones israelíes que sobrevolaron la ciudad haciendo estruendos sónicos”.
Mortada Mhanna, gestor de reducción de riesgos durante catástrofes, trabaja con los desplazados de otras partes del país. “Calculamos que se han marchado en torno al 90% de los habitantes de los pueblos fronterizos del sur”, dice. “En nuestra región hay más de 22.000 desplazados y solo ayer contabilizamos 286 nuevas entradas”.
“En su mayoría viven con familiares y amigos o en apartamentos vacíos donados, pero la situación empeora a medida que el conflicto se prolonga”, dice. “La gente tiene problemas psicológicos y económicos; los que podían permitirse un alquiler se están quedando sin dinero y hemos visto que muchas personas que se habían ido a Beirut están regresando ahora a Tiro porque aquí es más fácil conseguir ayuda”.
El día anterior, añade, “hubo aviones sobrevolando la ciudad, aquí la gente teme que la región atacada se esté ampliando y les preocupa que Tiro [duramente bombardeada en el conflicto de 2006] pueda convertirse en un objetivo”.
Traducción de Francisco de Zárate.