Rodeada por llanuras agrícolas en todas las direcciones, la carretera 232 discurre en paralelo a la sitiada Franja de Gaza. Desde esta autopista israelí se distinguen claramente los pisos elevados que a unos cinco kilómetros de distancia coronan los edificios más altos del superpoblado enclave palestino.
En la actualidad, la carretera parece haberse transformado en la nueva frontera de facto entre el territorio controlado por Israel y el controlado por Hamas, el movimiento islamista que este fin de semana lanzó un devastador ataque sorpresa por tierra, mar y aire contra 20 ciudades y kibutz israelíes vecinos, terminando con la vida de más de 1.200 personas y secuestrando a más de un centenar. En los bombardeos israelíes de represalia contra Gaza, murieron más de 1.055 palestinos.
No es solo una nueva frontera: la carretera también es la nueva línea del frente. El martes fue el cuarto día de enfrentamientos de este episodio bélico, el quinto entre Israel y Hamas desde que en 2007 el movimiento islamista se hiciera con el control de Gaza. Las Fuerzas de Defensa de Israel afirmaron a primera hora de la mañana del martes que el perímetro entre Israel y la Franja había sido finalmente asegurado, pero a media mañana había dejado de ser así.
En los campos vacíos resonaba el traqueteo de los disparos automáticos junto al estruendo de los bombardeos y el fuego de artillería. Una caravana de tanques israelíes pasaba rugiendo y levantando metros de polvo y tierra. Dos helicópteros militares sobrevolaban la zona y en los puestos de control unos soldados intranquilos se tensaban ante cualquier movimiento lejano. Unas columnas gigantescas de humo negro se elevaban sobre Gaza.
En el amanecer de este sábado, 260 asistentes a una fiesta nocturna fueron masacrados en el kibutz Re'im, junto a la carretera 232.
Los cadáveres putrefactos de cinco hombres seguían en los márgenes de la carretera. Habían quedado en ropa interior tras ser revisados en busca de explosivos. En torno a ellos, montones de ropa y de equipamiento militar con el distintivo verde de Hamas y el blanco de la Yihad Islámica Palestina. A uno de ellos le faltaba la cabeza. A lo largo y ancho de la autopista, había coches abatidos y abandonados con matrículas de Israel y de Palestina.
La situación no era mucho mejor en Sederot, una ciudad de 28.000 habitantes cercana al extremo nordeste de Gaza en la que predominan los israelíes de clase trabajadora. A Katry Kamenetski (48), venida desde Moldavia hace seis años, nunca le gustó el lugar. Pero el martes se alegró de poder salir a la calle, aunque las sirenas antiaéreas la obligaran a meterse de vez en cuando en los refugios públicos. Acababa de pasar cuatro días escondida en su apartamento junto a su hija de 23 años observando la batalla entre las fuerzas israelíes y los hombres armados que se habían apoderado de la comisaría de policía al otro lado de la carretera.
“Sobre nuestro tejado había francotiradores israelíes, podíamos escucharlos; no dejaban de cortar la electricidad y el agua; estábamos sentadas a oscuras sin saber absolutamente nada de lo que ocurría... Hasta hoy sigo sin enterarme del todo”, dice. “Recibimos mensajes muy contradictorios; a veces en el WhatsApp o en las redes sociales del ayuntamiento se decía que ya se podía salir, que todo había terminado, aunque no fuera así; seguían encontrando terroristas durante los registros de las casas; el lunes, de hecho, mi jefe me preguntó si iba a ir a la oficina”.
Mientras Katry habla, se oía desde la carretera el ruido de las excavadoras demoliendo la comisaría. Tras un intenso tiroteo el domingo, las Fuerzas de Defensa de Israel recuperaron el control. Diez militantes de Hamas murieron en lo que el ejército israelí llama una operación de “olla a presión”: fuego cada vez más intenso contra un edificio que alberga a palestinos armados, armamento cada vez más pesado y ángulos de tiro cada vez más amplios, hasta que los palestinos se rinden o el edificio se derrumba sobre ellos. En casi todos los casos, lo que ocurre es lo segundo.
En una calle principal del centro de Sederot había restos del intenso combate en un parque infantil, en una biblioteca al otro lado del asfalto y en los vehículos quemados y acribillados entre los dos lugares. Unas calles más allá, un misil se había estrellado contra un edificio. El sistema de defensa antiaérea empezó a sonar insistentemente cuando apareció un coche con dos voluntarios.
Netan El tiene 19 años y es originario del centro de Israel. Cuando le preguntan por el riesgo que corre entregando alimentos y otros artículos a las familias de la ciudad, se encoge de hombros. “Es lo que hacemos”, dice.
En la noche del lunes, el Mando del Frente Interior de Israel conminó a los ciudadanos del país a abastecerse de comida, agua y suministros para 72 horas, así como a preparar un lugar seguro donde refugiarse, una señal clara de que la ofensiva terrestre contra Gaza es inminente. Una medida que indudablemente se cobrará muchas más vidas israelíes y palestinas.
En la mañana del martes, el almirante y portavoz de las Fuerzas de Defensa de Israel Daniel Hagari admitió que ya habían arrojado “cientos de toneladas de bombas” sobre la estrecha franja y que “el énfasis se pone en los daños, no en la precisión”.
La cuestión ahora es saber si el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, continuará con su promesa de “arrasar” el enclave donde 2,3 millones de civiles viven atrapados o si lo reocupará.
Israel retiró en 2005 las fuerzas terrestres de ocupación de Gaza y dos años después Hamas tomó el control de la Franja durante la guerra civil palestina contra el partido laico Al Fatah. Tras la decisión de Israel y de Egipto de sitiar el enclave palestino, ha habido cinco guerras y varias escaladas menores entre Israel y las facciones enfrentadas de Gaza.
Cada vez hay más indicios de que la lucha en el frente de Gaza va a extenderse a otros escenarios y arrastrar a otros actores. El ministro de Seguridad Nacional de Israel, Itamar Ben-Gvir, declaró el martes que su Ministerio entregará 10.000 fusiles a los equipos de seguridad civil en las ciudades fronterizas, así como en las ciudades con población judeo-árabe y en los asentamientos israelíes de Cisjordania, donde las tensiones han alcanzado en los últimos 18 meses el nivel más alto de los últimos 20 años.
En el norte de Israel, la milicia libanesa Hezbolá ha amenazado con unirse a la contienda si se produce una invasión terrestre en Gaza. El grupo ha reivindicado el lanzamiento de cohetes contra Israel y en la frontera ya ha habido enfrentamientos mortales.
“'Esto es terrible, ¿cómo se las arreglan las familias y los bebés con todo esto?', fue lo que pensé cuando me mudé aquí”, dijo Katry Kamenetski, superviviente del ataque contra Sderot. “En cierto modo te habitúas, pero no pienso en la posibilidad de que haya una guerra mayor, ahora mismo solo pienso día por día”.
Traducción de Francisco de Zárate