Podría considerarse algo menor que Donald Trump no pueda ni reunirse con Joe Biden ni reconocerle la elección. Pero, ¿y si acaso su rechazo a reconocer una derrota estuviera vinculado con el camino de destrucción que llamamos la vía de salida de Trump? ¿Por qué le resulta tan difícil perder? La pregunta tiene al menos dos sentidos en estos tiempos. Tantos de nosotros estamos perdiendo gente debido al Covid-19, o temiendo por nuestra propia muerte o la de otros. Todos estamos viviendo en relación a un ambiente de enfermedad y muerte, ya sea que tengamos o no un nombre para ese sentir que está a nuestro alrededor. La enfermedad y la muerte están literalmente en el aire. Y, aún así, no está claro como nombrar o comprender estas pérdidas, y la resistencia de Trump a un duelo público se ha nutrido de -e intensificado- un rechazo masculinista al duelo que está aparejado al orgullo nacionalista e incluso a la supremacía blanca.
La resistencia de Trump a un duelo público se ha nutrido de -e intensificado- un rechazo masculinista al duelo que está aparejado al orgullo nacionalista e incluso a la supremacía blanca
Los trumpistas tienden a no llorar las muertes de la pandemia abiertamente. Han rechazado convencionalmente las cifras por exageradas (“Fake news!”) o desafiado la amenaza de la muerte con sus reuniones y merodeos desbarbijados en espacios públicos, y más recientemente en su espectáculo de prepotencia en el Capitolio usando disfraces de animales. Trump nunca reconoció las pérdidas que los Estados Unidos han sufrido, y no tuvo ni la inclinación ni la capacidad de ofrecer condolencias. Cuando se hacía referencia a las pérdidas, no eran tan graves, la curva se estaba aplanando, la pandemia sería breve, no era su culpa, era la culpa de China. Lo que la gente necesita, aseguraba, era volver a trabajar porque estaban “muriendo” en casa, con lo cual simplemente quiso decir que estaban enloqueciendo por el confinamiento doméstico.
La incapacidad de Trump de reconocer su derrota electoral está relacionada con su incapacidad de reconocer y hacer el duelo de las pérdidas causadas por la pandemia, pero también su itinerario destructivo. Si hubiese llegado a reconocer abiertamente su derrota electoral, se habría convertido en alguien que pierde. Él no es el tipo de persona que pierde, y, si lo hace, entonces es que alguien le quitó lo que le correspondía por derecho. Pero hay una vuelta de tuerca más. Los supremacistas blancos que asaltaron el Capitolio también están convencidos, no sólo de que la elección fue robada, sino también de que el país, y ellos, están siendo “reemplazados” por comunidades negras y cobrizas, por judíos, y su racismo lucha contra la idea de que se les pide perder la idea de privilegio y supremacía blanca. Con este fin, se transportan hacia el pasado para convertirse en soldados Confederados, toman personajes de fantasía en videojuegos que tienen poderes sobrehumanos, se visten como animales y portan armas abiertamente, reviviendo el “salvaje oeste” y su genocidio de pueblos originarios. También se autoperciben como “el pueblo” y “la nación”, razón por la cual siguen en shock cuando son arrestados por sus delitos. ¿Cómo podría acaso ser una violación a la propiedad, o sublevación, o conspiración, si estaban simplemente recuperando “su casa”? ¿Cómo podría ser un delito si el presidente les pidió que hicieran lo que hicieron? Aquellos que buscaron dar con, asesinar o secuestrar funcionarios electos claramente tenían planes violentos, bien documentados en varios sitios web e ignorados por agentes policiales cómplices. Asimismo, el ataque a la policía, e incluso la muerte por aplastamiento de una de sus propias filas, Rosanne Boyland, fue ignorada en la excitación de su furia letal.
La incapacidad de Trump de reconocer su derrota electoral está relacionada con su incapacidad de reconocer y hacer el duelo de las pérdidas causadas por la pandemia, pero también su itinerario destructivo.
Y, claro, también puede ser que la racha final asesina del propio Trump, llevándose las vidas de 13 personas desde que se retomaron las penas de muerte federales en Julio de 2020, sea otro ejemplo de la prontitud para matar que marcó estos días finales. Donde hay un rechazo prefabricado a reconocer las vidas perdidas, matar presumiblemente se convierta en algo más fácil. Dichas vidas no son percibidas enteramente como vidas, y sus pérdidas no cuentan como algo realmente significativo. De esta forma, los días finales de Trump, incluyendo el asalto al Capitolio, son una réplica violenta al Black Lives Matter. A nivel global, millones salieron a las calles para oponerse, indignados, a las vidas negras cobradas impunemente por manos de la policía, creando un movimiento que expuso un racismo histórico y sistémico, y se opuso a la facilidad con la cual la policía y las cárceles destruyen las vidas de personas negras. El movimiento continúa siendo una amenaza global a la supremacía blanca, y la reacción ha sido violenta e infame. Los supremacistas no quieren perder su supremacía, a pesar de que ya la han perdido, y la continúan perdiendo a medida que los movimientos por la justicia racial continúan consiguiendo sus objetivos. La derrota de Trump es tan impensable como la suya propia, y esto es sin dudas una de sus ataduras con su convicción engañosa de una elección robada.
Los supremacistas no quieren perder su supremacía, a pesar de que ya la han perdido, y la continúan perdiendo a medida que los movimientos por la justicia racial continúan consiguiendo sus objetivos. La derrota de Trump es tan impensable como la suya
Antes del asalto al Capitolio, era sin dudas preocupante o incluso gracioso que Trump buscara maníacamente anular sus derrotas de cualquier forma posible. Pero esto cobra sentido si pensamos en una incapacidad general de reconocer una pérdida, un reconocimiento, dice Freud, que es el trabajo del duelo. Para hacer un duelo, entonces, tiene que haber alguna forma de marcar dicha pérdida, una forma de registrarla y comunicarla, y, en este sentido, requiere comunicación y por lo menos el potencial de un consentimiento público. La fórmula es más o menos así: No puedo vivir en un mundo en el que el objeto que valoro se pierda, o no puedo ser la persona que ha perdido lo que valoro. Voy a destruir el mundo que me devuelve el reflejo de lo que he perdido, o voy a dejar ese mundo recurriendo a la fantasía. Esta forma de negación preferiría destruir la realidad, alucinar una realidad preferida, en lugar de registrar el veredicto de la pérdida que la realidad tiene para comunicar. El resultado es una forma de furia destructiva que no se molesta siquiera en ofrecer una coartada moral. El asunto queda claro en la saga de sentencias de muerte, asesinatos sancionados por el Estado, pero también al ignorar las cifras de aquellos que han fallecido por Covid-19, especialmente las cifras que nos muestran que las comunidades de color fueron las más afectadas, incluyendo a los pueblos originarios de los Estados Unidos, quienes fueron los más golpeados. Tiene un sentido cruel que Trump cerrase un acuerdo en sus últimos días en el gobierno que destruye sitios sagrados en Arizona para impulsar la producción de cobre, al mismo tiempo que las fallas de las políticas públicas han sin dudas aumentado el número de muertes en dichas comunidades.
El resultado es una forma de furia destructiva que no se molesta siquiera en ofrecer una coartada moral.
La supremacía blanca ha retomado actualmente un lugar abierto en la política de los Estados Unidos, y el trumpismo sobrevivirá a Trump, y continuará tomando nuevas formas. La supremacía blanca es una fantasía política, pero también una realidad histórica. Puede entenderse en parte como un rechazo a hacer el duelo de la pérdida de la supremacía blanca que el movimiento por las vidas negras y los ideales de justicia racial justamente demandan. Así, es hora de que los racistas hagan el duelo por dicha pérdida, pero es dudoso que lo hagan. Saben que lo que imaginan que es su derecho natural puede serles quitado, les está siendo quitado, y la lucha que libran es histórica. Van a vivir su fantasía hasta que la realidad los ponga en jaque. Esperemos que la réplica de Biden no sea intensificar el Estado policial con este propósito. Esa sería una ironía cruel.
Traducción: Alejo Magariños