La vida política y la biografía personal del ex presidente chileno Sebastián Piñera Echenique se vieron signadas por tsunamis y sismos, crisis sanitarias y migratorias, estallidos sociales y resistencias mapuches, incendios forestales y cataclismos mineros. Cuando el 11 de marzo de 2010 este empresario multimillonario asumía su primera presidencia, el peor terremoto desde 1960 causaba los mayores daños registrados a la infraestructura nacional y dejaba 500 muertes. La segunda presidencia de Piñera se vio marcada a sangre y fuego por las violencias del estallido social de 2019 y por la pandemia del Covid-19.
El líder de Renovación Nacional (RN), el más antiguo partido de derecha chileno que él prohijó y reformó con un decidido giro al centro, enfrentó todas las tempestades sin desviarse del norte que le señalaba la brújula de la preservación personal. Pero no pudo escapar de la última fatalidad. Máximas lesiones territoriales y mismo desprecio por la vida humana exhibe en febrero de 2024 el incendio voraz de la región de Valparaíso. El martes 6, al momento de la caída fatal en la comuna de Lago Ranco del helicóptero que mató a sus 74 años al ex patrón de la aerolínea de bandera LAN, las llamas ya se habían cobrado 20 víctimas.
La Historia recordará siempre a Sebastián Piñera por un grafito del estallido social de octubre de 2019, en su segunda presidencia: “No son treinta pesos, Piñera (del aumento del boleto de subte), son treinta años (de desigualdad estructural sin remedio)”
Dos presidencias distintas, un mismo presidente débil a la derecha
Sebastián Piñera Echenique fue elegido presidente en dos elecciones no consecutivas y fue el único presidente de derecha que gobernó Chile desde el fin de la dictadura pinochetista. Sin embargo, falta a su legado el sello de cualquier giro hacia esta orientación ideológica que lo distinguiera con nitidez de la obra de la Concertación de socialistas y democristianos que había gobernado Chile hasta que su predecesora Michelle Bachelet le cediera el mando en medio de un terremoto que el ni el presidente ni sus cuadros inexpertos, que jamás habían integrado la administración, sabían cómo enfrentar.
Tampoco se desmarcó gráficamente Piñera de la Nueva Mayoría, que incorporó a la Concertación el Partido Comunista. Esta coalición electoral dio la victoria a la condidata sucesora de su primer mandato. Que no era otra que su antecesora, Bachelet. La franja más joven del electorado chileno sólo había conocido en sus vidas la alternancia de Piñera y Bachelet en el poder.
Salvo por sus santorales, tan antagónicos, las circunstancias han frustrado que en el efectivo ejercicio del poder se distinga radicalmente de Piñera el sucesor de su segundo mandanto, el presidente más a la izquierda de la historia chilena incluido Salvador Allende. Porque tanto Gabriel Boric hasta ahora como antes Piñera desde 2019 y hasta consumar su período, han sido Ejecutivos de una debilidad extremada. Carentes tanto de mayorías propias o afines en el Congreso como del concurso de apoyos exteriores sólidos, firmes y estables la pareja endeblez del centro derechista y del izquierdista sin adjetivo moderador delante sólo resulta comparable a la padecida por la Unidad Popular (UP) votada el 4 de septiembre de 1970 y derribada medio siglo atrás por el Golpe del 11 de septiembre de 1973.
Cuando tu presidente hace buena figura en la lista de súper ricos de la revista Forbes
El multimillonario Sebastián Piñera gustaba presentarse, desde el inicio de su carrera política, como un emprendedor. Un empresario de esos que crean riquezas para el país y puestos de trabajo para los pobres. La realidad era diversa: la fortuna de Piñera crecía gracias a su destreza para la especulación lucrativa. Si compraba y vendía empresas como LAN Chile, la aerolínea de bandera nacional, su base de operaciones seguía siendo su mesa dinero.
Con Berlusconi en Italia, Macri en la Argentina, o Piñera en Chile, cada vez que un millonario asume el gobierno de un Estado, entra con él en cada Ejecutivo nacional un poder que nunca será democrático porque no lo es en su origen. El poder del dinero
Cuando hizo campaña presidencial, dejó de especular, y un fideicomiso ciego se hizo cargo de la administración de su fortuna. Para prevenir ostentosos conflictos (o pactos) de intereses.Una medida ética necesaria. Es ocioso preguntar si suficiente. Como en los casos del italiano Silvio Berlusconi, el norteamericano Donald Trump, el ecuatoriano Guillermo Lasso y aun el británico Rishi Sunak y el argentino Mauricio Macri (uno de los primeros en llorar la muerte de un aliado y hermano mayor trasandino), cada vez que un millonario llega al gobierno, entra en el Poder Ejecutivo un poder que nunca será democrático porque su origen jamás puede serlo. Es de otro orden. Y es el poder del dinero. Que antes de entrar a la Presidencia ya había jugado (nunca en contra de precandidatos y candidatos millonarios) en la competencia electoral, Piñera procuró divorciar su persona privada y su figura pública. Al punto que hasta su muerte gozó de protección policial pagada por el erario público.
De la desilusión de algunos a la decepción de todos
Sebastián Piñera fue presidente de 2010 a 2014 y de 2018 a 2022.
En su primer mandato, representó a la coalición electoral Alianza por Chile, el equivalente de centro derecha de la centro-izquierdista Concertación. Derrotó a su rival concertacionista, el ex presidente y candidato presidencial democristiano Eduardo Frei Ruiz Tagle. La victoria de Alianza Chile puso fin al ciclo de 20 años de poder de la Concertación a la vez que significaba el primer triunfo electoral de la derecha chilena en una elección presidencial desde 1958.
En los años del primer mandato de Piñera, Chile vivió un crecimiento económico acelerado y una simultánea caída del desempleo. Al mismo tiempo, en esos mismos años, varios socios comerciales de Chile, y sus países vecinos, reconocían crecimientos comparativamente muy lentos.
En su segundo mandato, Piñera había sido elegido con los votos de la extrema derecha, como los Republicanos del post-pinochetista José Antonio Kast, y con los votos de la desilusión centrista de la Concertación que ya había gobernado Chile por más años que Pinochet. Hay que decir que se esforzó por encontrar esa ancha avenida del centro que siempre acaba por angostarse a la hora de buscar la reconciliación entre democristianos y socialdemócratas, por izquierda, y neo-liberales y neoconservadores, por derecha.
Esta segunda presidencia quedará marcada en la Historia por el violento estallido social de octubre de 2019. Y también por las violaciones de DDHH en la más violenta represión armada por las fuerzas de seguridad de estas protestas contra la desigualdad social estructural del régimen económico neoliberal chileno, heredado de la dictadura y domesticado pero no sustancialmente modificado por las dos coaliciones de centro-izquierda y centro-derecha que habían goberbado Chile alternándose en el poder por tres décadas desde 1989 y que en esto se habían mostrado más concertadas y aliadas que antagónicas entre sí. La frase por la que se recordará a Piñera es la de un grafito: “No son treinta pesos (los del aumento del boleto de subte), Piñera: son treinta años”.
Mi política es centrista porque en el centro estoy yo
Llegada a su clímax la movilización en las calles, Piñera logró frenarla en noviembre de 2019 llevando a esas calles de la capital Santiago (donde no estaban) a los espacios políticos representados en el Congreso de Valparaíso. Y en nombre de un estallido sin líderes, del que se adueñaba sin recato pero también sin denuncia, acordó convocar elecciones de convencionales para que una asamblea constituyente soberana redactarían una nueva Constitución que sustituiría a la Ley Fundamental pinochetista de 1981 todavía vigente entonces (y vigente ahora). El pacto interpartidario abrió de par en par las puertas al protagonismo de la izquierda independiente. Con su impulso, esta nueva izquierda sin atributos ganó la mayoría absoluta de las bancas en la Convención Nacional que redactó una Constitución malograda y repudiada en el plebiscito del 4 de septiembre de 2022.
Cuando fue elegido en 2021, Boric era el presidente más joven de la historia chilena y americana. En 1990, Sebastián Piñera había sido elegido como el senador más joven de la historia de Chile. Un año antes, en el plebiscito de 1988, el político centro derechista que en ese década se había enriquecido como pionero de las tarjetas de crédito votó NO. No a la prolongación por ocho años más de la dictadura cívico-militar presidida por el capitán general Augusto Pinochet, sí a la convocatoria de elecciones presidenciales libres.
Criticado por la izquierda por su apoyo a sectores que habían apoyado la dictadura, el corrimiento al centro de Piñera para la elección fue visible. Empezó a referirse a quienes defendían a Pinochet como “cómplices pasivos” de la dictadura.
Liberal en economía, de fe religiosa católica, Piñera no fue un neoconservador. Impulsó la entrega gratutita de la píldora del día después y promovió en el Congreso legislación en favor de la unión civil homosexual y en su segundo mandato vio convertirse en ley el matrimonio igualitario.
El más indeleble resabio del pinochetismo
A pesar de que a principios de 2019 llegó a gozar de una popularidad del 54 por ciento, sin par para un presidente en el segundo año de mandato, todo parecería indicar que de Sebastián Piñera quedará el recuerdo opaco de un gestor. Un administrador ocasionalmente acertado, generalmente mediocre, siempre corto de miras. El solo horizonte futuro que orientaba a Piñera era una prolongación magnificada del presente. De la bonanza económica actual de un Chile democrático que a sus ojos había sido la prolongación, dignificada, legítima, de la bonanza económica de la dictadura. Sin imaginación para el porvenir, tampoco le sobró atención que dirigir a su propio tiempo, que no veía tan distinto al pasado salvo cuando no se cumplían las metas fiscales. La bonanza de la economía chilena, golpeada por la pandemia y las cuarentenas a las que confrontó con su recurso favorito de autorizar gastos (compra temprana de vacunas y cuatro retiros anticipados de aportes jubilatorios de las AFP), ya sufría desde mucho antes una erosión acrecida por la confianza en la inercia de un crecimiento cuyos términos demoró revisar.
En estas penurias ni siquiera percibidas, y no en ningún resabio en la política de DDHH, Piñera se reveló un auténtico pinochetista. En establecer con la sociedad un pacto fundado sobre promesas prudentes y por ello no incumplidas de mayores ingresos, mayor poder adquisitivo y mejor acceso al crédito en el mediano pero soportable plazo para todas las familias que se entregaran a las manos del mercado benefactor.
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