Opinión

Los 100 de Milei, 100 días de veneno

18 de marzo de 2024 18:57 h

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Este gobierno simula un proyecto coherente en lo abstracto, mientras derrama un ácido destructivo en lo concreto. Pretende refundar la totalidad de la sociedad entorno a contratos entre privados, o sea prescindir del Estado y hacer de la renta financiera, la lógica dominante, y si es posible prescindir también de los productores y de los trabajadores. Una sociedad para el 10%, dónde supuestamente el 90% restante se someterá. Esta fantasía de economista teórico es socialmente, económicamente y políticamente inviable. Porque mal que le pese al narcisismo gobernante, el mundo no puede ser moldeado como quieren, menos con palos y camiones hidrantes. Hay una sociedad preexistente y organizada: reglas, instituciones, valores, códigos sociales, actores, intereses contrapuestos o sea fuerzas reales. Ninguna revolución es absoluta y puede hacer “como sí” no hubiera un pasado. Claramente estamos de acuerdo en que un gobierno electo puede proponerse refundar, pero no lo puede hacer “sin las fuerzas sociales”, sería una deriva autoritaria, ni “en contra de todos”, sería un deriva irrealista, ni abstrayéndose de la realidad argentina, sería una deriva negacionista.  

Los votos que supo ganar Milei habilitan a gobernar, no a reconstituir a su voluntad la sociedad y menos desde un planteo teórico deductivo destructivo (lo propuesto no existe en ningún país del mundo). Para refundar existen procesos constituyentes, que surgen de acuerdos y largas negociaciones entre fuerzas reales que, inductivamente constructivas, plantean modificaciones de raíz. La revolución contractualista de Milei es autoritaria e irrealista porque confunde gobernar con proponer una nueva constitución todos los días.

Ahora bien frente a este estado de cosas podemos tener dos posiciones. La primera es despreciar cínicamente al Presidente con este mismo desprecio que alimentó su victoria y sentarse “cómodamente” en el sinfín de la “resistencia” sin propuestas con perspectiva, que alimentará su continuidad en el poder. La segunda es tratar de entender qué modo de gobierno se está implementando y desde ahí proponer un incómodo contraataque, otro modo de hacer, sentir y pensar políticamente. Un cambio de postura y de propuestas, para conectar con mayorías electorales y crear otro camino. Asumiendo que el deseo de refundación que hay en la sociedad es profundo e intenso pero que solo encontró su cauce en el cuerpo enojado del ahora Presidente. Y que debemos lograr darle otra expresión: orgánica, vital, constructiva, repensando hasta la idea misma de revolución, pues es esto lo que está finalmente en juego, el sentido de la transformación.  

Gobernar envenenando

La sobreexcitación del escándalo cotidiano no nos permite ver la trama de una forma de gobierno al cual hay que confrontar como tal. Cada escupitajo en la cara de un actor social produce una niebla mental planificada. Una indignación más entre derrotados abrazados a la queja como a un salvavidas de esponja. Una pelea por día como imanes lanzados al aire para desorientar brújulas, un enemigo nuevo para esconder sospechosos. Sofisticación de una estrategia distractora dónde nos preguntamos más por la cordura del Presidente que por el cordaje que nos amarra.

Cada tentativa de avance de este gobierno es para limitar la libertad de los actores sociales: de los sindicatos, de los partidos, de las organizaciones sociales, de los empresarios productores, de los trabajadores, de los gobernadores, de los intendentes. Que nos gusten o no, son los que hasta ahora conforman la trama social de la Argentina. Que hay que modificar prácticas, cambiar lógicas de muchos de estos actores, sin dudas. Pero seamos presente continuo de un cambio activo. No confundamos refundación con destrucción.

Refundar no significa ningunear o liquidar. Este gobierno oprime suprimiendo. Desvitaliza en vez de revitalizar. Reprime sin vía de escape. Es una forma particular de encerrona

Refundar no significa ningunear o liquidar. Este gobierno oprime suprimiendo. Desvitaliza en vez de revitalizar. Reprime sin vía de escape. Es una forma particular de encerrona. El que gobierna niega la existencia de otro para legitimar una forma única de existencia posible: la que se parece a ellos. Lo otro es despreciado, insultado, deshumanizado. Sí, hay algo de la estructura fascista…pero en el nombre de la libertad. A esto estamos asistiendo, a un inédito fascismo de la libertad. ¿Cómo liberarnos de este yugo que tan velozmente nos atrapó? Y digo bien liberarnos y no resistirnos. Y liberarse es encontrar un camino, no solamente estar sin ataduras.

No es una tarea sencilla porque la sensación es la de un envenenamiento. Pero no el veneno de la serpiente o de la araña. Más bien el de la pócima del brujo sorbido cada día sin saberlo. Su esencia consiste en encerrarnos en un pensamiento paradojal. Este que militariza el país mientras grita libertad. El que lucha contra la casta mientras la fortalece y la concentra más. El que quiere regresar el país a una potencia que nunca tuvimos. El que quiere hacernos más grandes con las naciones que nos empequeñecen. El que destruye la producción en nombre del empresario. El que lucha contra la intermediación para intermediar de otra forma. El que promete que hará cesar el dolor que el mismo inflige. El que augura vida en el futuro desde la muerte en el presente. El que marchita las flores de su propio jardín antes de cosecharlas. El que defiende al trabajador atacando a los defensores de los trabajadores. El que dice “saber lo que hay que hacer” cuando nunca hizo nada. La paradoja como grillete desquiciante.

Cada palabra funciona como una toxina que corroe mundos posibles, una oxidación acelerada de los sueños, una destrucción de universos, un “genocidio de modos de existencia” diría el brasilero Peter Pál Pelbart, la producción de lo “inmundo” recordaría Stiegler. Y ese es el punto. ¿cómo no caer en la trampa paradojal? ¿Cómo existir y luchar en tiempos inmundos?

Para muchos queda el refugio individualizado de una sensibilidad estética que dejó de ser artística porque no crea nada nuevo. La reproducción incansable de una canción de Silvio, frente a un afiche del Che, mientras tomamos mate, tal vez, con perfiles pop de Perón y Evita, leyendo un penúltimo posteo. El recuerdo ensoñado de un tiempo zurdo en una comunidad imaginada de progresistas impotentes, o mejor dicho sin propuestas y pronto sin propósito. La nostalgia no parece poder derrocar el veneno paradojal. La estética revolucionaria es necesaria y bella pero no alcanza, menos frente a una revolución de extrema derecha que entorpece la razón con su veneno pero que propone transformar materialidades profundamente. Una nueva moneda, un nuevo estado, un nuevo pacto federal, una nueva guerra contra el narcotráfico, una nueva carnalidad con Estados-Unidos. Claro, todas son ideas viejas pero que proponen materialidades del hoy.

Es necesario que nuestra nueva poética esté a la altura de enfrentar esta potencia destructiva, hace falta que nuestra capacidad creativa esté cargada de realismo para poder disparar algún futuro constructivo

Es necesario que nuestra nueva poética esté a la altura de enfrentar esta potencia destructiva, hace falta que nuestra capacidad creativa esté cargada de realismo para poder disparar algún futuro constructivo. La estética sólo opera si se conecta con la experiencia del presente. No se escribe una “nueva canción” sin materialidad: ponerle mística al vacío no logra llenarlo de contenido. Este gobierno que entiende la articulación entre lo sagrado y lo material, que apela a las “fuerzas del cielo” para dolarizarnos, no se enfrenta con tecno-discursos pronunciado por burócratas. Hay que proponer una materialidad poetizable que pueda confrontar este proyecto de destrucción de la sociedad. Está claro que nunca podrá surgir si no logramos captar las fuerzas vivas que aún trabajan en el sentido de lo común.

Tampoco alcanza en esperar el acontecimiento. El colapso político o psíquico, no tiene más fuerza política que esperar la respuesta a la pregunta “hasta dónde aguanta la gente”. Pueden ocurrir, claro. Pero la esperanza en el sublevamiento de las multitudes es la comodidad de los críticos que teorizan sobre la potencia de la desgracia ajena. Obviamente que los acontecimientos ocurren y hacen bifurcar la historia. Pero la confrontación política, si bien se nutre del desgaste, no puede hacer del agotamiento el pilar de su acción. Es decir que debemos deshacernos del imaginario de 2001: la catástrofe neoliberal ya ocurrió, sus efectos se despliegan ante nuestros ojos. Ha llegado el momento de organizar las fuerzas, para dar forma a un proyecto realmente capaz de hacernos bifurcar. 

Esto implica asumir que hay que “hacer” política, o sea concretamente “fabricarla”, construir un juego dialógico, que no se limita ni a respuestas estéticas de un progresismo nostálgico ni a la esperanza del acontecimiento rebelde. Hoy el gobierno juega con las blancas, y conserva la iniciativa política que le diera la victoria en las urnas. Por ende la construcción implica contraponerse o desplazar cada propuesta. No es solamente resistencia, no es reacción reaccionaria (en el sentido del regreso al pasado). Es un contraataque creativo. Y como el juego político nunca es en solitario, contraatacar implica confrontar la violencia de este gobierno. Y el primer sesgo que hay que evitar es de confrontar el modelo de los castos, con otro modelo abstracto, tan desmaterializado como sus propuestas irrealistas e insensibles. 

Debemos reconectarnos con la realidad, captar los procesos en marcha, las luchas en curso, el futuro que ya se está construyendo en el presente. Pues no hay proyecto de transformación que no sea expresión de lo que la sociedad puede y quiere ser. Tenemos que proponer transformaciones profundas en por lo menos cinco grandes instituciones, que no surgen de una discusión abstracta, sino que son parte de nuestras prácticas sociales. Porque los programas políticos, las propuestas de gobierno o de modificación radical de la sociedad no pueden salir de una reflexión de equipos técnicos o de algún dirigente iluminado. Tienen que surgir de la propia sociedad, que no esperó a la clase política para encontrar caminos. Tenemos que construir una dialógica nueva para un contraataque.

Dialógica para un contraataque

Lo que lleva adelante este gobierno no salió de las proyecciones fantasiosas de los hermanos Milei. Es el fruto de un proceso largo de instalación de una forma de gobierno que no hemos sabido revertir desde la dictadura a esta parte. Es como si al mismo tiempo llegaran a la orilla de nuestro presente 7 grandes olas: la reforma financiera de la dictadura, las instituciones neo-liberales de los 90, la crisis de legitimidad de las autoridades políticas, académicas, mediáticas y judiciales de los 2000, los efectos duraderos de la crisis financiera mundial del 2008, el sobreendeudamiento del gobierno de Macri, la ausencia de duelo colectivo de la pandemia y la aceleración de la destrucción del poder adquisitivo propiciado por el recién pero intenso gobierno de Milei. Es una crisis total (económica, política, simbólica y afectiva) que tiene sus raíces en las instituciones neo-liberales que nos moldean. La gran crítica que podemos hacernos a los 16 años de gobierno progresistas de este siglo, es no haber tocado esas instituciones (salvo las AFJP y la creación de la AUH). O sea, de no haber sido portadores de una práctica revolucionaria.

Lo que lleva adelante este gobierno no salió de las proyecciones fantasiosas de los hermanos Milei. Es el fruto de un proceso largo de instalación de una forma de gobierno que no hemos sabido revertir desde la dictadura a esta parte

El gobierno de Milei es claramente un gobierno revolucionario. Propone transformar las instituciones, radicalizando su espíritu liberal en cinco grandes instituciones que hacen al modo de organización de un capitalismo: la organización del Estado, de la moneda, de las formas laborales, del financiamiento de la producción y del modo de inserción internacional. Abordaremos estas instituciones una por una en próximos textos mostrando construcciones concretas que plantean una institucionalidad alternativa a la que propone este gobierno. Y es en la postura misma donde debemos mostrar que nuestro camino es otro. Las propuestas que vamos a discutir no son el fruto de especulaciones sacadas de los libros de economía. Se trata de un programa de acción que surge de nuestras prácticas sociales y que puede plantear un proceso de reconstitución social.

Frente a un Estado achicado e introvertido que profundiza la incapacidad actual de la acción pública y la tensión entre Provincias y Nación, un nuevo Estado que articule con la sociedad, redefina productivamente el pacto federal y no declame su presencia para esconder su impotencia. Una moneda anclada en la materialidad de nuestra riqueza nacional y no dependiente de los vaivenes del dólar que no corresponden a nuestra realidad. Frente a la precarización laboral y la destrucción del valor del trabajo, una organización del trabajo que valore a las formas ampliadas del trabajo más allá del empleo, que permita ampliar las bases de acuerdos sociales entre trabajadores y productores. Un sistema de crédito que se rija en la capacidad productiva y no en la propiedad acumulada de los actores. Una inserción internacional consciente de nuestro lugar en el mundo, que articule con nuestros principales socios (China y Brasil) sin pelearnos inútilmente con los Estados-Unidos en lugar de una relación de sometimiento que solo logra un mayor desprecio por parte de los países centrales.

Estos contrapuntos, simplemente listados y que serán ampliados para el debate en próximos textos, no son un camino único que se opone a otro camino único. Son la necesidad de abrir el imaginario que asuman la crisis de todas nuestras instituciones, el deseo de refundación que hay en la argentina pero desde un cauce constructivo, lejos del veneno paralizante de este gobierno.

Si hay una paradoja de Milei, raíz de todas las otras, es que rechaza visceralmente el socialismo, pero adopta la misma postura jacobina que ha caracterizado su peor versión soviética: destruye la sociedad desde el Estado, pensando que se pueda hacer tabla rasa del pasado. En realidad, se mueve con el mismo presupuesto que los gobiernos que pretende reemplazar. Marcel Mauss lo llamaba “fetichismo político”, (des)hacer la sociedad a golpes de decretos y leyes. A esto, oponía una revolución social en el sentido de la expresión consciente de las fuerzas activas de la sociedad, de la consolidación en instituciones de las prácticas orientadas por otro imaginario respecto al imaginario liberal. Si es cierto que la sociedad quiere un cambio radical y que Milei está intentando realizar una revolución completa, la respuesta no consiste solo en proponer otros contenidos, sino en adoptar por fin otra postura, es decir, en cambiar la idea misma de revolución. Desde abajo, desde las periferias, con acuerdos, valorizando todo lo que hay en la sociedad que ya va en un sentido contrario al neo-liberalismo.