Opinión

Al análisis político le sobran varones

2 de enero de 2021 22:36 h

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El análisis político en Argentina es patrimonio masculino. En contrapartida, la política representativa parece mostrar algunas proporciones diferentes en términos de género, en buena medida por mecanismos de cupo que han sido cuestionados, en su momento, con las armas retardatarias de la meritocracia.

¿Qué pasa, entonces, con el terreno de los que piensan, leen y escriben sobre política? Una reflexión sobre las desigualdades de género que no quiera ser sólo denuncia debe tener en cuenta varios aspectos articulados entre sí, algunos de ellos de larga duración: si se trata de pensar la relación de la mujer (y otras identidades por fuera de la lógica binaria) con la política, el desenvolvimiento de uno de los hilos nos lleva al “origen”: la Política de Aristóteles, en la que leemos cosas como “la hembra y el esclavo tienen la misma posición, y la causa de ello es que no tienen el elemento gobernante por naturaleza”. Para el filósofo griego, hay una jerarquía natural en la aptitud de mando que debe organizar las formas del buen gobierno; hoy nos gustaría estar lejos de estas representaciones, pero el panorama de los nombres que rubrican el 80 % de los análisis políticos demuestran que no es tan así.

A pesar de todas las transformaciones profundas que desestabilizaron esas máximas -por cierto, algunas demasiado recientes, tales como el voto femenino- varios esquemas siguen activos. El estudio La dominación masculina del sociólogo Pierre Bourdieu señala cómo las potencialidades objetivas de los géneros se rigen por expectativas asociadas a oposiciones entre el universo público, masculino, y el mundo privado ligado a lo femenino. La política, como actividad del Ágora, es el espacio de los hombres, y se deslinda del ámbito privado e íntimo de las mujeres; estas divisiones tienen sus ramificaciones en las inclinaciones laborales. Si en la política representativa el peso (y el poder) de ciertas mujeres es indudable y en el análisis político no (y esto sucede en medios muy diversos, de todo el espectro ideológico) cabe pensar en la relación que esta última actividad tiene con el periodismo, esto es, con el mercado. Podría decirse que si en los poderes legislativo y ejecutivo los mecanismos de cupo y una tradición de mujeres en la política argentina lograron cierta presencia (a pesar de los ataques machistas que recibieron y reciben), en el periodismo rige otra lógica de elección dictada por los productores y consumidores del análisis.

Las razones de esa elección no son difíciles de dilucidar porque, en efecto, ¿qué elementos buscamos y apreciamos en alguien que habla de política? ¿Mediante qué valores un analista se convierte en una firma, un autor, un columnista? En principio, la seguridad en las afirmaciones, algunas apuntaladas por cierta información obtenida por fuentes que delatan una actividad de la arrière-pensée, del motivo oculto que sólo conoce el informante en tanto médium entre los entretelones del poder y el público. En cuanto al estilo, valoramos cierto ingenio como condimento de las reflexiones y los comentarios, ya sea mediante la polémica, la ironía, el chiste o el sobreentendido. Todas estas características se asocian a un desempeño masculino: la astucia, la firmeza, la “calle”, el café como espacio de los intercambios, las “conexiones”, cierto humor, son características que se suelen adosar más fácilmente a los hombres que a las mujeres en nuestra sociedad, sin mencionar el vínculo más general que subyace entre la voz del hombre y la lucidez, la racionalidad, la frialdad analítica.

Los muchachos se ponen distintos nombres: los hay peronistas, los hay gorilas, los hay socialdemócratas, trotskistas, radicales, macristas, los hay de medios importantes y de medios emergentes, pero son todos buenos muchachos con la falo-contraseña del nosotreo. Si hay mujeres, son excepciones: sabemos que es un género más apto para la poesía, los consejos de belleza o el análisis cultural light; el juego de la política es un juego de hombres, y cuando ellas opinan, lo deseable es que lo hagan en tanto consumidoras de nuestros planteos y reflexiones mistificadas por el aura perenne de la masculinidad sin fisuras.

Así, se da una situación peculiar entre los analistas, periodistas y columnistas políticos: muchos de ellos suelen cultivar una comprensible ética del diálogo más allá de las grietas partidarias. De este modo, se conforma una suerte de comunidad de encuentro posible, a la manera de la academia de Hipatia conformada por discípulos de distintas religiones en la convulsionada Alejandría del siglo V: todos se dedican a pensar una práctica, todos están en lo mismo y esa comunidad permite establecer una buena comunicación y ciertos lazos, por otra parte necesarios para toda sociedad de bombos mutuos que busca reforzar e incrementar la posibilidad de lectores por fuera de los nichos ideológicos. Esta situación especial de camaradería, por muy valiosa que pueda resultar en sus efectos de saltar los antagonismos sin diálogo, sostiene y refuerza los círculos masculinos: su potencia de tolerancia política no se corresponde con su apertura desde el punto de vista del género.

Por supuesto, no debe imaginarse todo esto como una suerte de conjura escrotal consciente y malvada que expulsa a las mujeres e identidades no binarias de forma abierta; se trata más bien de disposiciones, hábitos, pequeñas elecciones y prácticas sostenidas en buena medida por el poder de la inercia, incluso efectuadas por agentes adscriptos a ideologías no conservadoras, cuyos idearios articulados van en contra -en teoría- de esas prácticas de exclusión. Existen, en este plano, cambios y anuncios de algo distinto de la mano del movimiento feminista, en dos dimensiones. Por un lado, el feminismo produce una interrogación radical de “lo político”, de sus alcances, de las escisiones clásicas entre lo público y lo privado y lo “universal” y lo “particular”, cuestionamiento que ha obligado a prestar atención al fenómeno feminista incluso a los analistas y columnistas varones (a veces, hasta se arrogaron la autoridad de explicarlo adecuadamente). En la otra dimensión, el feminismo generó nuevas formaciones y alianzas entre mujeres y disidencias en la creación de medios nuevos, de voces políticas, analíticas y de comunidades de lectura que pugnan no sólo por ser las representantes de un “particularismo” (tal como quieren y pretenden los agentes dominantes del actual estado de cosas) sino por disputar en pie de igualdad con las firmas masculinas consagradas. Esta nota no es otra cosa que un mero efecto y confirmación de ese nuevo campo de inteligibilidad que el feminismo argentino iluminó de una vez y para siempre.

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