En su rol de narrador en la serie documental Working: What We Do All Day que emite Netflix, a Barack Obama las canas le sientan bien. En el primer episodio, quien fuera presidente de Estados Unidos entre 2009 y 2017, nos cuenta que Gail Evans “empezó limpiando oficinas en Kodak, pero al final se convirtió en directora de tecnología de la empresa”. Enseguida, Obama afina y aclara que el caso de Evans es uno en un millón. Y como sabemos, uno en un millón es 0,000001.
José es riojano, vive en la capital de la provincia y tiene 23 años. Su padre trabaja en el campo, su madre atiende un comercio de ropa. José es una de las 384 mil personas que habitan una provincia cuya principal actividad es la agricultura (uva, nogal, oliva, jojoba, almendros, dátiles, entre otras frutas), que produce vino y aceite de oliva. José trabajaba ayudando a su padre cuando comenzó a estudiar Diseño UX en la Escuela Digital de la provincia. Terminó sus estudios en marzo del 22 y hoy trabaja para una empresa argentina de tecnología especializada en soluciones de datos que opera en 12 países y exporta sus servicios producidos con trabajo argentino. José tiene un trabajo formal, estable y bien remunerado, en una empresa que, hablando de la machacada restricción externa, genera divisas para el país.
Tanto en el caso de Evans, descripto por Obama, como en el de José, estamos hablando del potencial de progreso social y económico de las personas.
No presento aquí el caso de José para endulzar la lectura de quienes se fascinan con las historias de ¨superación¨ que algunos diarios suelen publicar para mostrar como “cuando se quiere se puede”, o sea, para subirle el precio al individualismo. Lo hago porque, tal como me contó el propio José: “Jamás hubiera podido acceder a un programa en una Digital School porque jamás hubiera podido pagar lo que esos cursos cuestan”.
José está diseñando en una empresa global porque pudo adquirir los conocimientos que un emprendimiento estatal puso a su disposición y porque una empresa privada le dio la oportunidad de un trabajo formal, estable y bien remunerado.
Conocimientos y oportunidad son dos requisitos sin los cuales, aún queriendo, no se puede. Podríamos extrapolar el caso de José hacia amplios sectores de distintas actividades económicas en nuestro país. Desde los oficios más clásicos y tradicionales hasta las más sofisticadas e innovadoras tecnologías, todos requieren ser aprendidos, todos deben ser enseñados.
Pero resulta que ese conocimiento si cae del cielo, más precisamente, cae de una nube en donde está alojada una plataforma de estudios con contenidos que requieren de conectividad y sistemas. Esta nota publicada por Abigail Contreiras Martínez en elDiarioAR nos advierte sobre la asimetría que las escuelas de nuestro país presentan en relación a su acceso a internet. Mientras la la zona centro llegan a valores cercanos al 100%, muchas de las provincias del norte tienen porcentajes que no alcanzan el 70%.
Articular lo público con lo privado es una frase que suena siempre bien, venga de la orientación política que venga. ¿Pero como se traduce esa frase en hechos concretos?
Es obligatorio que José y sus compañeras y compañeros reciban ese conocimiento que les podrá brindar un trabajo real, tangible y concreto y para eso es urgente que el Estado achique la brecha de saberes y conocimientos que existe entre individuos por el azaroso hecho de haber nacido con recursos o sin ellos. Pero aun afrontando esa urgencia, esa intervención resulta insuficiente. La contracara de los conocimientos adquiridos es la posibilidad de ponerlos en práctica. Las empresas locales, las economías regionales, los emprendedores y sus emprendimientos constituyen la contraparte necesaria.
Volvamos a las asimetrías. Según los últimos datos disponibles del INDEC, el producto bruto geográfico (el que mide el valor económico total de la producción de bienes y servicios en cada provincia), de las zonas Centro y Patagonia supera los 14 mil dólares per cápita, mientras que el de las zonas NOA y NEA presentan cifras inferiores a 6 mil, también per cápita. La zona centro (Buenos Aires, CABA, Córdoba y Santa Fe) tienen en promedio 14 empresas por cada habitante, mientras el NEA tiene 8. Patagonia arroja una tasa de informalidad laboral (número de empleados informales sobre el total de trabajadores registrados) del 19%, en tanto el porcentaje sube hasta el 41% en el NEA. Finalmente casi 8 de cada 10 pesos que exporta nuestro país parten de la zona centro. Podrían existir muy diversas teorías sobre el origen de estas abrumadoras asimetrías pero, por ahora, vamos a escaparnos de esta discusión con el elegante argumento de la multicausalidad y mirar para adelante.
En la serie aludida al comienzo, una voz en off de Obama, aclara que si bien el caso de Evan es uno en un millón, hoy ese caso sería imposible dado que el personal de limpieza trabaja en la empresa pero no para la empresa. Habla del deterioro del trabajo y de la tercerización.
Una empresa argentina localizada en la Ciudad de Buenos Aires (que concentra el 72% del producto bruto de nuestro país) fue a buscar trabajadores calificados a una provincia ubicada a 1200 km de sus oficinas y los encontró. El próximo hito será que 5 egresados de esos cursos, habiendo ganado experiencia, creen una empresa de tecnología en La Rioja y desde ella, contraten trabajadores calificados de La Rioja y de cualquier otra provincia.
Eliminar las asimetrías, invirtiendo en conocimiento y promoviendo la llegada, creación y desarrollo de empresas que brinden oportunidades, beneficia a todas las regiones, incluidas aquellas que, a priori hoy, son las favorecidas. Pero, más importante, hacerlo es un imperativo para que cientos o miles de jóvenes puedan forjarse un futuro mejor, tal como lo hizo José.
MS