Barroquismos europeos

26 de octubre de 2022 08:28 h

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Cambiar presidentes cada año en medio de escándalos circenses; castigar a los que denuncian con pruebas la corrupción de autoridades; censurar medios de comunicación o regalar armas amparados en las banderas del pacifismo, podrían ser tópicos de algunos países tercermundistas. Pero no. No son cosas que solo suceden en la “jungla”, sino también en el llamado “jardín” europeo, según las cantinflescas declaraciones del alto representante de la Unión Europea (UE), Josep Borrell.

Claro, en 6 años, Inglaterra ha tenido a 5 primeros ministros, compitiendo con la Bolivia neoliberal de inicios del siglo XXI que, en su momento de declive, llegó a tener 5 presidentes en 5 años. Igualmente, la presidenta de la Comunidad de Madrid eclipsa con sus entuertos familiares la corrupción de José Eduardo dos Santos en Angola, con la diferencia de que al menos en África no se proscribió al denunciante de los actos dolosos de Isabel Díaz Ayuso, como sí lo hicieron en España con el dirigente Pablo Casado del Partido Popular (PP). Y si de 'realismo mágico' se trata, los Verdes que integran la coalición de gobierno alemana son insuperables al aprobar el envío de tanques y armas de guerra para matar seres humanos, en cumplimiento de su férreo compromiso para proteger el “medio ambiente”.

Vista a distancia, la política de las viejas elites europeas es una extravagante puesta en escena diaria. Uno puede distraerse con unas vistosas exequias que paralizan a un país durante una semana, en honor a una señora cuya virtud era tomar puntualmente el té. Otro día, en el Parlamento europeo, una guerra convierte instantáneamente la energía nuclear, de abominable peligro para la Humanidad, en ecológicamente sustentable. Poco después, en Italia, triunfa espectacularmente una candidata que reivindica sin complejos a Mussolini, uno de los fundadores del fascismo que llevó a la muerte a 60 millones de personas durante la Segunda Guerra Mundial. No bien uno está acabando de digerir este desvarío político, al día siguiente se entera que la primera ministra inglesa, emulando a la Dama de Hierro de los 80s, anuncia el recorte de los impuestos a los ricos, para desdecirse a los tres días y terminar como una dama de hojalata renunciando y anulando esos recortes impositivos.

La primera ministra inglesa, emulando a la Dama de Hierro neoliberal de los 80s, anuncia el recorte de los impuestos a los rico. Para desdecirse a los tres días y terminar como una 'Dama de Hojalata', anulando esos recortes impositivos, y renunciando.

En el noticiero de la mañana, los funcionarios del Consejo Europeo, hablan de las virtudes de la economía de mercado. En la noche, imponen a sus ciudadanos un incremento del 100 o 200% al costo de la energía domiciliaria, por ir en contra ruta de esa misma economía de mercado. No solo tienen que comerse su retórica sobre el “libre comercio”, pues ello significaría comprar gas barato a Rusia, que ahora es su nuevo “enemigo sistémico”; mostrando que la geopolítica expansiva es un “valor” occidental más fuerte que la libertad de mercado. Sino que, además, lo hacen sin consultar a nadie, sin haber sido elegidos por ningún ciudadano de esos que, ahora, tendrán que pagar de su bolsillo los aprestos guerreristas de sus elites.

Y el racionamiento, esa palabra preferida para descalificar las economías de los llamados “populistas” latinoamericanos, ahora toca las puertas de cada hogar europeo. No importa con qué eufemismo lo intenten edulcorar: ahorro, gasto racional, etc. Lo cierto es que no habrá suficiente gas para las industrias, ni suficiente energía para la calefacción de las familias, ni la suficiente iluminación de los centros comerciales para deslumbrar a los turistas. Si todo esto no fuera suficiente, los mismos burócratas europeístas que, con aires de superioridad, reprochan a China y a Nicaragua la censura que aplican a medios de comunicación, son los que prohíben la emisión europea de las redes informativas rusas RT y Sputnik. Los buenos modales de la opulencia y el cosmopolitismo han sido trastocados por una grotesca competencia de folclorismos.

El envejecimiento y los achaques han llegado muy rápido a un continente que se sentía superior al resto de los mortales. Ni sus poses de imperios de geriátrico pueden esconder la descomposición barroca de sus elites políticas dominantes. Al final, solo serán el enmohecido telón de fondo de una disputa de los verdaderos grandes, EEUU y China, cuyo destino definirá el espíritu de época de este nuevo siglo.

No es el colapso de la civilización, no es el fin de '0ccidente'. Eso sería un exceso para unas oligarquías carentes de esplendor. Es su provincianización. Y ello hay que asumirlo con decoro y sin enfeudamientos perversos. Al fin y al cabo, no hace muchos años millones de familias europeas también abandonaron sus patrias ensangrentadas, y no había puertos latinoamericanos ni africanos con alambres de púas dispuestos para ensartar sus cuerpos. Y nunca se sabe cuándo los vientos del flujo migratorio volverán a cambiar de sentido. 

Ciertamente, no es que al resto, al mundo no europeo, le vaya de maravilla. Sin excepción, todos los países están atravesando un periodo de retrocesos históricos, inestabilidades y deterioro social sin precedentes. Son los síntomas globales del abatimiento de un largo ciclo histórico, de una época de poderío empresarial sin límites que duró 40 años y que, ahora, muestra las miserias de su ocaso. Que esta descomposición económica y moral sea más llevadera con dinero y el tensionamiento de resortes imperiales, es evidente en EEUU y Europa. Pero su degradación es inexorable. Donald Trump, Viktor Orbán, Giorgia Meloni, los neofascismos y supremacismos blancos que crecen al interior de la política norteamericana y europea son la expresión morbosa de un tiempo histórico que desfallece y que, de momento, no tiene sustituto creíble.  

Este momento liminal de la historia de las sociedades que desgarra su cohesión y templanza, se ha repetido cíclicamente en los últimos 100 años con una periodicidad de 40 a 50 años. Sucedió en los 70s e inicios de los 80s del siglo XX, cuando el desfallecimiento del Estado de Bienestar dio lugar al neoliberalismo. Y en el ciclo anterior, cuando en los años 20s el liberalismo decimonónico terminó su declive y fue entonces sustituido por el Estado de Bienestar.

Nadie sabe aún cómo será el nuevo ciclo de acumulación económica y de legitimación política que se impondrá en el mundo para garantizar otros 40 años de estabilidad social. Ojalá que venga de la mano de las expectativas de las clases menesterosas. Y esperemos que no esté precedido de guerras mundiales devastadoras. Que, como lo sabemos, siempre se han originado en Europa, a galope de elites depravadas y ensimismadas, como las que hoy intentan asomar las orejas en el pórtico de la Historia.  

AGB

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