Domingo a la noche en LN+
La cabeza de Luis Majul no está alineada con el resto de su cuerpo. Se adelanta o se queda atrás. Esto lo obliga a estirar el pescuezo para armonizar el torso y el cráneo, como si le apretara demasiado el cuello de la camisa. El efecto que genera es una ondulación suave, a veces eléctrica, que no interrumpe su monólogo. Se produce, sobre todo, cuando el periodista transmite mensajes directos de Presidencia.
—Con la información exclusiva que nosotros tenemos —se acomoda la cabeza, desafiante— ¿A qué juega Victoria Villarruel?
La música advierte sobre una situación terminal. Majul se rasca la nariz, lapicera en mano, y presenta el video del amistoso cruce entre José Mayans y Villarruel en el Senado.
Al regreso se muestra impreciso:
—El movimiento de Victoria Villarruel, raro, no es una conclusión a la bartola de este periodista —tuerce el cuello y se señala a sí mismo—. Que viene con algo detrás es lo que piensa la mesa chica del Presidente.
Zócalo: “¿A qué juega Victoria Villarruel?”.
—Milei cree que Villarruel se sintió ninguneada cuando se les ofreció a Patricia Bullrich el Ministerio de Seguridad y a Luis Petri el Ministerio de Defensa —su cuello dibuja una “s”—. Cree que a partir de entonces, el vínculo de mínima confianza se rompió.
Ilustran sus palabras un video donde Lilia Lemoine le exige a la vicepresidenta que se encuadre y que no se junte con operadores castro chavistas. Enfática, la diputada advierte que el Presidente se encuentra bajo amenaza del estado totalitario iraní. También recuerda que Villarruel nunca le preguntó a ella cómo estaba luego de que terroristas la rociaron con nafta el año pasado.
Majul presenta un video de José Luis Espert:
—No le permitamos al kirchnerismo despegarse de la mierda que es Alberto Fernández —razona, introspectivo—, porque el kirchnerismo es una mierda.
El monólogo se vuelve frenético, abstracto. Majul informa que libertarios cercanos a Milei siguen con atención la serie “El Encargado”, de Mariano Cohn y Gastón Duprat. La conclusión se aproxima con la inminencia de un accidente aéreo.
—Los fans están seguros de que va a haber una segunda temporada porque Eliseo Basurto ingresó en la Casa Rosada. Y todo parece indicar que hay unas gemelas que aparecen con un guiño exquisito —el cuello baila, emancipado, entre la cabeza y los hombros—. No sé si será así. Una señal para mostrar, en la ficción, a Victoria Villarruel con su hermana. Ella tiene una hermana, Virginia de las Nieves, son igualitas —explica, confuso, como si no alcanzara a entenderse a sí mismo—. Algunos dicen: “estas gemelas, que nadie sabe por qué aparecen, tienen que ser las hermanas Villarruel”. Qué sé yo.
Martes al mediodía en C5N
Claudio Cardoso desde el móvil a bordo de un colectivo de la línea 17. Muestra la Sube a cámara, pero no paga el viaje. Algunos pasajeros se niegan a hablar. Muchos se manifiestan disconformes con el aumento del boleto y con la economía en general.
Zócalo: “En el barrio se siente la falta de trabajo”.
—¿Cómo ve el tema de los incrementos de las tarifas, si se quitan los subsidios para los colectivos? —pregunta el movilero.
—Yo no viajo en colectivo, así que no me influiría demasiado —dice uno que viaja sentado.
Cardoso se acerca con el micrófono a unas chicas en los asientos del fondo.
—No, disculpame —dice una.
—No sabría decirte —dice otra, cortante—. No me afecta.
—¿Y en tu caso en particular, cómo ves el tema de los incrementos tarifarios?
—Mal —contesta una tercera, con amabilidad—. Como el orto.
El colectivo llega a Constitución. Cardoso desciende y encara a un pasajero que bajó con él.
—¿Cómo es el tema del boleto para usted? Van a sacar algunos subsidios.
—No uso transporte público. No me perjudica
—¿Y cómo lo ve?
El tipo suspira.
—Vivimos de subsidios, vivimos gratis, no es así —dice—. Uno tiene que pagar lo que vale si quiere que el país crezca.
Zócalo: “Quitar el subsidio es una canallada”
Ocho de la noche en América TV
—En ocasiones Marley tenía el deseo de orinarme y pretendía que yo bebiera su orina —el periodista Pablo Ponzone aclara que está leyendo el testimonio de una víctima—. Lo cual me daba mucha vergüenza y asco. Recuerdo, en una ocasión, en su casa, bajé después de tener sexo mientras él se quedó arriba, y vi en la pantalla de su computadora que había múltiples conversaciones con otros hombres. Insistía para realizar tríos o sexo grupal, pero a eso nunca accedí aunque me hacía sentir culpable por negarme a ello.
Mientras tanto en C5N
Haces de luz roja atraviesan el estudio en sombras. Suena “El arriero” en la versión de Divididos. De fondo, una tarjeta Sube gigante. En el centro se lee “Boletazo” en letras fluorescentes, tridimensionales. Aparecen testimonios de gente en el transporte público: “Estamos jodidos”, “Las cosas van de mal en peor”, “No sé si llegamos a fin de año” y la chica que respondió “como el orto”. Se demora la aparición de Gustavo Sylvestre, envuelto en humo de hielo seco. La cámara lo toma de espaldas, de perfil, y cuando culmina la guitarra de Mollo él mismo se acerca al proscenio.
—Cuesta arrancar después de estos tremendos testimonios logrados por nuestro compañero Claudio Cardoso arriba de un colectivo —asegura, solemne—. Síntesis perfecta de lo que se vive hoy en la República Argentina.
Sylvestre vibra ante un panel enmudecido. Luego de la introducción, lee un tuit de Milei: “Se viene la serie. Viva la libertad, carajo”.
—Ahí está, festejando una serie sobre su propia vida —se indigna—. Pero la realidad pasa por otro lado.
El conductor levita uno o dos centímetros sobre el piso. La música sugiere una hecatombe nuclear.
Miércoles al mediodía en Telefé
Marley hace su descargo. A sus espaldas asoma, enmarcada, una lámina con un motivo botánico genérico, desde un fondo que podría ser cualquier casa de zona norte, o incluso un decorado. De saco claro arremangado, el conductor se muestra sincero y al borde de la afonía. Cuando empieza a repetirse, desde estudios, Germán Paoloski hace un resumen de su exposición, que de todos modos fue clara y ordenada:
—Vos decís que conociste a este joven cuando ya era mayor de edad, que fue una relación consentida, consensuada, de mucho afecto y cariño —lee en sus notas, con cautela—. No hubo abuso, no hubo drogas involucradas, y además tenés sus amenazas guardadas y las vas a mostrar en la Justicia para defender tu buen nombre y honor.
Marley asiente, conforme:
—Sí, totalmente —ratifica—. Eso es básicamente lo que pasó. No es mi relato de los hechos: es el relato que es. Con las pruebas escritas, y hasta con la escritura de una casa donde él dice que estuvo en el 96, cuando era menor de edad, y que entonces era un baldío. Todo es una locura fácilmente demostrable. No queda ninguna duda.
Mauro Szeta se saca los anteojos.
—Aprovecho que estás al aire para preguntarte si existió una denuncia en un expediente en la Justicia Federal de una persona en Misiones que salió en su momento encapuchada por televisión —dice—. ¿Eso existió? ¿Está abierta la causa?
Marley lo niega, categórico.
—Nunca hubo denuncia —responde sin alterarse—. Yo nunca fui notificado de nada. Eso fue algo armado para televisión. Nunca existió nada porque yo no lo conocía, ni tenía ni idea de lo que estaban buscando. Hay mucho de extorsión y de querer sacar dinero.
—Fue un tema mediático, no de la Justicia —subraya Paoloski.
—Claro, algo armado —confirma Marley—. Andá a saber por quién.