Opinión - Panorama de las Américas

Chile y Bolivia a dos años del edén subvertido

23 de octubre de 2021 17:10 h

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Fue en simultáneo que el paraíso de la izquierda y el paraíso de la derecha sudamericanos derramaron su sangre inocente y consumaron su expulsión del Jardín.

Dos años atrás, un levantamiento de grupos, corporaciones, profesiones, élites regionales, y acólitos contra la igualdad política forzó en Bolivia la renuncia del gobierno socialista del sindicalista cocalero indígena Evo Morales. Por la violencia, habían evitado una cuarta presidencia igual a las tres anteriores. Impugnadas las elecciones, alejado el Ejecutivo, era su turno para gobernar, aunque fuera transitorio. De acatar el igualitarismo del sufragio universal, habrían tenido que esperar. La crisis de la pandemia regaló tiempo al gobierno transitorio para mostrar qué sabían hacer o no, y acrecentada oportunidad de examen al electorado. Convocadas nuevas elecciones limpias, Bolivia eligió, en primera vuelta, al mismo partido que en la elección anterior había elegido en primera vuelta. El masista Luis Arce Catacora, ex ministro de Economía, es hoy presidente.

Dos años atrás, la movilización de masas urbanas empobrecidas, precarizadas y relegadas contra la desigualdad social en uno de los países más ricos del hemisferio occidental llevó a que en Chile el gobierno pro-business del ingeniero comercial Sebastián Piñera pactara convocar a elecciones de convencionales para redactar una nueva Constitución que sustituya a la vigente desde la dictadura. Elegida la Convención Constitucional, su integración refleja una victoria de la izquierda sin precedentes desde la de Salvador Allende en 1970. Derecha, centro-derecha, centro-izquierda, harán oír su voz minoritaria; si es persuasiva, acaso en alguna ocasión provoque esa modificación que su voto minoritario no ocasionará en ninguna. Reunida en Asamblea, este lunes empezaron en Santiago las sesiones dedicadas a componer la nueva Ley Fundamental. Poco, si algo, retendrá del texto constitucional actual, plebiscitado en 1981 por el capitán general Augusto Pinochet. Todo parece indicar que Chile dejará de ser República para declararse Estado Plurinacional, como en 2009 se declaró Bolivia.

Un Estado Plurinacional con braquicardia

El gobierno de la transición eterna instaurado en noviembre de 2019 en Bolivia fue presidido por una opositora. En una ceremonia improvisada, se apuró a jurar para el cargo la regocijada senadora beniana. Se la veía agradecida de la bendición providencial de ese Dios monoteísta cuya Biblia blandía como arma blanca. En el caso de postularse a la primera magistratura, el politeísmo de las 'ánforas' -como en Bolivia llaman a las urnas electorales-, donde los votos son tantos, y tan iguales, una y otra vez le habría rehusado ese día de gloria. Hoy, Janine Áñez está en la cárcel, en una prisión que el eufemismo adjetiva 'preventiva'. Ha sido incriminada de promover el Golpe, arrestada con el insuficiente pero, al primer golpe de vista, engañosamente convincente, de que fue su primera y mayor beneficiaria en dignidades del Estado.

El gobierno de transición fue un atroz interludio de inepcia, crueldad, represión, matanzas y masacres obreras y campesinas, gestión incompetente de la crisis sanitaria, corrupción, vendettas y caprichos en una carrera en la que de facto nadie enfrentaba, o frenaba. Las élites intelectuales del Oriente camba desfilaron por el Occidente colla, invitados por la presidenta, esa senadora amazónica con frío en el Altiplano. Llevaban al poder esos saberes templados en el boom económico de Santa Cruz de la Sierra a los que el gobierno indio durante década y media en el poder había prestado una oreja distraída. Cada uno a su manera, en solitario o en equipo, fracasaron estos tecnócratas importados de tierras bajas.

En la ciudad de La Paz, hoy con Lucho Arce presidente, el ambiente enrarecido en la opinión pública, y en algunos grupos sociales, contrasta con una situación cotidiana de estabilidad y, aun, esperanza. La ciudad se mueve casi normalmente, los comercios están abiertos, las calles, plazas y parques rebosan de gente, la noche paceña ha vuelto en toda su sonora magnitud, buena parte del estudiantado asiste a la escuela, la Universidad ha retomado algunos cursos prácticos presencialmente, parece que el próximo año se retomarán las clases con normalidad. La vacunación masiva ha sido en general exitosa.

El mejor éxito del gobierno de Arce se ha dado donde se esperaba de este minucioso economista, ya socialista antes de la creación del MAS, y banquero central antes que ministro eterno de Economía y Finanzas de Evo Morales: en la gestión pública. La vacunación es el mejor ejemplo.

La vida económica y social, en Bolivia, ha presentado siempre, en los años del MAS en el gobierno, una faz más grata, y por ello más distendida y menos observada, que la crispación enérgica de su rostro político. El presidente, como presidente, sigue siendo un gran ministro de Economía. Según la imagen barroca: cisne en agua, pato en tierra. Es difícil no pensar que sea torpe el “aliarse” con la fracción minoritaria y desacreditada del movimiento cocalero de Los Yungas. Es difícil alejar mucho de la mente la palabra lawfare ante la estrategia judicial y comunicacional tan poco clara, tan arbitraria e incompleta por momentos en la información, en cuanto toca a los procesos vinculados a noviembre de 2019, el mes de la renuncia y exilio del Ejecutivo de Evo Morales y caza de brujas del funcionariado masista que siguió al desconocimiento opositor de las elecciones presidenciales del 20 de octubre. Hoy los minoritarios grupos opositores radicalizados solo pueden concentrarse en estos aspectos. En medio de sus vociferaciones, las rutinas diarias de buena parte de las personas se van encauzando de nuevo.

Réquiem para una república

El 17 de octubre de 2019 “niñas estudiantes rompieron la reja en estación de metro Santa Lucía frente a la atónita mirada de Carabineros los cuales se retiran del lugar ante el avance de la masa”. Hora cero en tiempo real de la revolución, video de la toma de una Bastilla subterránea, desplome y fuga del Antiguo Régimen. Esta ruptura de niñas que van al frente fue el primer paso de Chile hacia su reinvención. Primera llamarada de una explosión, irrupción en la historia chilena de las masas sin caudillo. Ante la incredulidad de que el fuego resultara menos efímero o fatuo de lo que en la calle temían y en palacio anhelaban, a esta revolución dieron el atónito nombre de 'estallido social'.

Sin poder saberlo, el tuit germinal de Actualidad Chile aferra el haz de las fuerzas en marcha o retirada. Mujeres, estudiantes, vallas y rejas, violencia, ruptura, rotura, daño, retirada de los carabineros, avance de las masas. Una policía y un gobierno sólo nominal garante del orden y factor principal de desorden. Destrozo encarnizado de los símbolos favoritos de una opulenta modernidad chilena cada vez más invitante y a la vez más rígidamente excluyente: la red de metro de Santiago había sido subterráneo showroom favorito de la dictadura, con sus vagones franceses que circulan silenciosos conducidos por elásticas ruedas neumáticas. En la democracia de la libre empresa, las jubilaciones privadas y la subsidiariedad del Estado, una economía que sigue pinochetista ofrecía dinero a costa de la igualdad.

Treinta años después de Pinochet, la sociedad chilena se descubría más rica, pero muchísimo más desigual. Año a año, habían llegado a descubrir, hacía falta más y más desigualdad para comprarse un dinero más y más caro. Una sociedad estamentaria, una población vertical y piramidalmente ordenada en estratos por sus ingresos, ya no era la imagen impermanente de un presente fugaz corriendo hacia el porvenir en una carrera que cotidianamente mordía en la desigualdad para erosionarla. Para las clases dirigentes, las desigualdades eran menos intolerables porque salvaban un crecimiento económico de otro modo estancado. Después de un 2020 a medias muteado por la pandemia y la prebenda, este lunes fue su segundo, violento aniversario.