1. Hay palabras técnicas que suenan poéticas, metafóricas. “Centro presidencial” es una. Me hace pensar en la fuerza y el poder que emana de ese centro. El centro presidencial: el núcleo duro del poder, la médula del poder. El corazón presidencial.
La ciencia política define los centros presidenciales como “instancias relevantes, y hasta necesarias, a las que los titulares del Poder Ejecutivo recurren para asegurarse espacios de poder propio”. En este texto de Camerlo y Coutinho hay más definiciones: es el conjunto de instituciones “a cargo de asistir a su liderazgo brindando soporte administrativo, asesoramiento y expertise”, las que “se encuentran físicamente cercanas y responden inmediatamente a los deseos del presidente y, en contraste con los ministerios, no tienen presupuestos que administrar, gente que contratar o políticas que gestionar”.
En definitiva, son los funcionarios que, visibles o invisibles, en la luz o en la sombra, le dan soporte, consejo y asistencia al presidente. En el diseño institucional argentino hay figuras clave que ocupan ese centro: el secretario de la presidencia, los voceros, el jefe de asesores y los diversos asesores que rodean, informan y hablan en nombre del presidente. Según Coutinho, la figura del Jefe de Gabinete está en una zona híbrida, por lo que los expertos se preguntan si pertenece o no al centro presidencial. Esa es un poco la pregunta que nos hacemos todos desde que asumió Manzur.
De estas definiciones me quedan resonando dos ideas: “instancias hasta necesarias” y “los deseos del presidente”. Como esto no es un texto académico –y además yo no soy politóloga sino socióloga– me tomo la libertad de hablar de la necesidad y del deseo. ¿Qué hay de necesidad y qué hay de deseo, cuánto de fatalidad y cuánto de capricho, en las disputas por ese centro de poder?
En su carta sísmica, Cristina habló del centro presidencial pero en otros términos: lo llamó el “entorno del presidente”. La vicepresidenta no apuntaba al gabinete sino que se refería específicamente al círculo íntimo, a los más cercanos colaboradores de Alberto. De repente todos pusimos la mirada en esa zona que rodea al poder, lo protege y lo aísla. Cristina apuntó al corazón del presidente.
Al usar la palabra “entorno” Cristina reactivó un tópico que los argentinos conocemos bien, el de la teoría del cerco. Hay al menos dos entornos famosos por cercar al poder: el de Perón en el 73 y el de Maradona. En los dos casos, los cercos resultaron ser trágicos, oscuros. Y nos recuerdan que el poder es algo muy valioso que debe ser protegido; y que, por esa misma razón –porque es valioso–, el poder es frágil, endeble, rompible. El entorno del poder es esa caja negra en la que se juegan el deseo y la necesidad.
Al usar la palabra “entorno” Cristina reactivó un tópico que los argentinos conocemos bien, el de la teoría del cerco. Hay al menos dos entornos famosos por cercar al poder: el de Perón en el 73 y el de Maradona.
2. El libro habla de otros tiempos y de otros entornos, pero en estas semanas de zozobra en las que se redefinió el gabinete no pude evitar leer el Diario de una temporada en el quinto piso, de Juan Carlos Torre, en clave contemporánea. El libro nos mete de lleno en esa caja negra de la política, en esa zona silenciosa e invisible para el ciudadano común en la que se juega una presidencia. Nos hace partícipes de los tiempos muertos, de las charlas en un sillón, en un despacho o en una reunión privada en Olivos. Torre registró su paso por el Ministerio de Economía de la Nación durante el alfonsinismo. Lo registró en cartas, grabaciones y diarios. Lo hizo desde una posición lateral y al mismo tiempo protagónica: lateral porque, como es sociólogo y no economista, le tocó oficiar de “analista político” en la oficina con más poesía de todos los tiempos: la Subsecretaría del Largo Plazo. Protagónica porque registra los hechos, las impresiones, las ilusiones, los deseos y las necesidades del día a día de la gestión. El libro es un registro sombrío y realista de la aventura alfonsinista, la gran esperanza democrática. Desde ese lugar, desde el centro descentrado del poder, Torre se hace preguntas terribles, que suenan muy actuales. Se pregunta, por ejemplo: “¿Cómo es posible pensar una política económica sin saber si al cabo de ese ejercicio habrá una autoridad política capaz de llevarla a la práctica?”.
Las urgencias y los desafíos son otros, pero con los cambios en el gabinete de Alberto se me hizo presente este libro: ¿quiénes están pensando en el “largo plazo” hoy, quienes sueñan y encarnan el proyecto de este gobierno? ¿Cómo se compone y recompone el centro de poder presidencial? ¿Dónde descansa, en última instancia, la autoridad para implementar las grandes políticas que se imponen en estos tiempos?
3. Según la teoría del cerco de Cristina, Alberto estaba aislado. Aislado de la sociedad, de las necesidades de la gente, de los apremios económicos, del malestar generalizado. Engolosinado en la imagen de sí que le devolvían las encuestas, desconectado de la realidad del pueblo a causa de un entorno que, en tren de protegerlo, lo alienaba. Debía imponerse el pragmatismo político, que en cierto sentido es un triunfo de la necesidad sobre el deseo. El desplazamiento de Biondi y el reemplazo de Cafiero por Manzur son la prueba de ese pragmatismo: inconveniente e incómodo para todas las partes, el tucumano es un mal necesario que llegó para para romper el hechizo del cerco.
Si en su carta Cristina señaló a Biondi, el vocero “a quien nadie la conoce la voz”, Manzur en cambio habla, toma la palabra pública con cuerpo y voz: da conferencias de prensa, le pide a Dios, acompaña a los ministros. Mientras tanto, Alberto reflexiona y escucha: recorre los barrios, peregrina. Además de darle voz, se dijo hasta el hartazgo que Manzur le viene a aportar volumen y músculo al gobierno: es que el corazón presidencial era un músculo sin volumen.
SM