1. A comienzos de los años ochenta, leía como un poseído los grandes textos de la tradición nacional-popular, de Arturo Jauretche a Juan José Hernández Arregui pasando, incluso, por el Colorado Ramos, quién te ha visto y quién te ve. No puedo recordar en quién de todos ellos –también pueden haber sido Fermín Chávez o Rodolfo Puiggrós– leí una anécdota que hoy me resulta inhallable: la de un militante anarquista que, a comienzos de siglo XX, se desmaya de hambre en la calle. La policía lo atiende y lo lleva a la Asistencia Pública. Allí descubren que el tipo tiene un montón de dinero en los bolsillos. Cuando se despierta, le preguntan por esa contradicción, por qué no había comido si tenía con qué. La respuesta es obvia: “Es dinero del sindicato, es sagrado, no es mío”.
Recordemos que la diferencia central entre aquellos libertarios y estos anarquistas de mercado es, justamente, la abolición o la defensa de la propiedad privada. Aquel anarquista creía en la abolición, pero el dinero colectivo era de su comunidad obrera: él no podía usarlo para sí. Los de ahora se hubieran dado un banquete, jactándose de su emprendedorismo. Para un buen anarquista, mal que le pese a Javier Milei, toda propiedad privada es un robo.
2. También en esos años leía a Rodolfo Walsh, que en su Quién mató a Rosendo explicaba, con pelos y señales, la corrupción estructural, estructurada y estructurante del sindicalismo vandorista. Vandor tenía caballos de carrera; años después, uno de sus seguidores, Jorge Triaca, puliría el modelo ingresando al Jockey Club –ya fue en tiempos menemistas, los años más corruptos de la historia argentina: esos en los que se formaron como políticos Patricia Bullrich, Sergio Massa u Horacio Rodríguez Larreta, y que Javier Milei admira como modelo político, económico y social. Triaca fue ministro de Trabajo de Menem, su hijo, mientras disfrutaba la herencia del padre y sin haber trabajado un solo día en su vida, fue ministro de Trabajo de Macri –que tampoco trabajó un solo día en su vida, aunque nadie puede acusarlo de las trapisondas y corruptelas de su padre, como las cloacas de Morón o la “importación” de autos del Uruguay.
3. Mi viejo, que se reclamaba socialista, aunque básicamente era un gorila impenitente, lo resumía de modo simple y sabio: “Son todos chorros”. Pero también extendía su calificación a los milicos, que entre otros chanchullos habían hecho el Mundial de Fútbol proporcionalmente más caro de la historia galáctica: había costado el doble que el siguiente, España 1982, en el que jugaron 24 equipos en lugar de 16. La honestidad no abundaba entre las Fuerzas Armadas, y mucho menos entre sus jefes de compras o entre sus ministros de Economía. ¿Compañía Ítalo de Electricidad? ¿Quién dijo eso? Luego, estatizaron la deuda externa privada: lo hizo un tal Domingo Cavallo. ¿Quién? ¿Ése mismo?
4. “¿Qué es el robo de un banco en comparación con fundar uno?”, afirmaba Bertolt Brecht –podemos no haber visto ninguna de sus obras, pero todos hemos escuchado esa frase alguna vez. Por ejemplo, y a raudales, entre el corralito, el corralón y la crisis, ese tiempo vergonzoso en el que la Argentina se empobrecía en el exacto momento en que los bancos se enriquecían.
La corrupción no es connatural al peronismo, sino a la política. Para resistirse a ella, hay que tener dos principios, únicamente, de los que carece la inmensa mayoría de nuestros y nuestras dirigentes.
Brecht no buscaba explicaciones muy complicadas: eso se llama capitalismo. Por definición, consiste en el saqueo del trabajo de los otros para beneficio de los bolsillos del uno –que, además, siempre tiene lugar para más, y por eso busca más, y más, y más. Hagan el ejercicio de leer Fortuna, la reciente novela de Hernán Díaz, que lo cuenta con certeza.
5. Todo esto no pretende diluir la chabacana exhibición de torpeza y angurria por el dinero que más de un dirigente peronista ha hecho desde los tiempos inmemoriales de Juancito Duarte. La corrupción no es connatural al peronismo, sino a la política. Para resistirse a ella, hay que tener dos principios, únicamente, de los que carece la inmensa mayoría de nuestros y nuestras dirigentes: el primero es un inmenso orgullo por la honestidad, ese que nuestro anarquista hambriento ostentaba hace un siglo y que hoy más parece una tontería que una virtud –pero sigue siendo una virtud de la que enorgullecerse, aunque parezca una antigualla. (Yo, al menos, aún me enorgullezco de ella).
El segundo principio, aunque parezca más tonto aún, se llama ideología: sencillamente, uno debiera “meterse en política” porque cree en una concepción del mundo y de la vida que tenderá a mejorar la situación de la humanidad entera. Por menos que eso, no vale la pena; sin eso, uno se mete en política, solamente, para satisfacer narcisismos, afanar a manos llenas y seducir mujeres –o tipos, o ambos, qué más da.
6. (Hay torpezas y vocaciones que son estructuralmente masculinas, debemos decirlo. El escándalo Insaurralde es impensable en una mujer: jamás aparecería un chongo filmando los regalos que le puso una diputada corrupta. En cambio, hay dos líneas clásicamente de machito piola: casarse con la mujer correcta y engancharse con la incorrecta. Insaurralde comienza su carrera política casándose con la hija del intendente de Lomas de Zamora, Hugo Toledo, el heredero de Eduardo Duhalde, patrón del distrito. Luego, se dedica a lo que se dedica y le pasa lo que le pasa. “Casarse para toda la vida” puede ser molesto y fuera de moda, pero también tenía sus ventajas.)
7. El tipo es un muerto político y nadie derramará una lágrima por él. Va a la larga fila de hallazgos kirchneristas, encabezada por Ricardo Jaime; y que apenas termina por ahora en él, porque el kirchnerismo también está al borde de la autoextinción, dada su increíble habilidad para apostar por señores carentes de cualquier principio, de cualquier ideología y de cualquier autolimitación erótica. Cuando se discutan las calidades de estadista de la vice, esto no formará parte de sus haberes: todos los tipos que elige son un problema. De su hijo, en cambio, no hay discusión posible: nunca tuvo ninguna habilidad política. Ninguna, aunque se crea una mezcla de Chávez con Aristóteles salpimentado con Perón y Mao.
El problema más grande es el síndrome de la quema del cajón de Herminio, cuarenta años más tarde.
8. Los troskos siempre le hacen el juego a la derecha. En algún momento van a descubrir una lejana militancia de Insaurralde en el MAS.
9. Jamás, pero jamás, voto a un millonario o millonaria. Jamás. A alguien le robó su fortuna. No tengan dudas. La plata no se hace trabajando. También me lo decía mi viejo, que trabajó toda su vida y se murió pobre.
PA