“No jugué, no hice un gol, no emboqué una pelota. Esta no es la historia de un tipo que fue crack y que lo hizo todo. Es la historia de un no-jugador de fútbol”. Con anteojos negros, flequillo rolinga y seguridad de amianto, Carlos Henrique Raposo –o Carlos Kaiser, como se hizo llamar en sus épocas de gloria– habla ante una cámara.
Diga lo que diga, cuesta determinar si eso que señala es un truco o algún tipo de confusión. Porque hay imágenes que lo muestran en varios estadios, recortes periodísticos en blanco y negro que anuncian su llegada a clubes que lo reciben con ilusión, hinchadas alentándolo, credenciales en las que se presenta como un goleador temible.
En todo momento él aparece con camisetas ajustadas, el pie lejos de una pelota, un arco de fondo. “Actuando pose de retador”, diría Babasónicos, adivinándose leyenda.
¿Entonces? ¿Dice la verdad? ¿Es o se hace? Tal vez esa pregunta no tenga una respuesta unívoca tratándose de uno de los impostores más entrañables del fútbol mundial: entre las décadas del ‘80 y del ‘90 Raposo logró engañar a por lo menos diez clubes en su Brasil natal (entre otros, Botafogo, Fluminense, Vasco da Gama y Flamengo) y a varios equipos en otros lugares del planeta presentándose como un crack que nunca fue.
“Los clubes engañan a tanta gente que alguien tiene que engañar a los clubes”, dijo en 2018, durante una larga entrevista que dio para Kaiser! The Greatest Footballer Never to Play Football, el documental del británico Louis Myles donde cuenta su historia.
Los que lo conocieron de cerca –futbolistas de la talla de Bebeto o Romário– aseguran que Kaiser odiaba la pelota, que nunca jugó un partido profesional completo, que él quería llevar una vida de futbolista –en el imaginario de su época: noches interminables, autos lujosos, multitudes rendidas a sus pies–, pero que detestaba con pasión el fútbol.
¿Su método? Se presentaba con su gran porte y un falso currículum que incluía una trayectoria por equipos campeones emblemáticos, convencía a todos de su talento con la pelota sin siquiera probarse y apenas empezaba a correr sufría algún tipo de percance (a veces una lesión repentina, a veces un llamado telefónico en el que le decían que se había muerto un familiar).
Los comienzos
Raposo nació en 1963 en Brasil. De joven probó suerte en las inferiores de equipos de fútbol de la ciudad de Río de Janeiro, sin mucho éxito. Sin embargo, impresionaba a todos con su físico fibroso y la soltura con la que se desenvolvía. Tanto, que en una ocasión se cruzó con directivos de un club mexicano que lo vieron mientras corría en un entrenamiento y los convenció, a finales de los ‘70, de que debían contratarlo.
Lo logró y viajó a Puebla, donde no llegó a jugar ningún partido por sucesivas –y supuestas– lesiones y al poco tiempo volvió a su país.
Así empezó una saga que lo llevaría por distintas ciudades del mundo, con un modus operandi similar: a la hora de la acción, algo le ocurría que le impedía a Raposo mostrar su talento con la pelota.
De regreso en Río de Janeiro entrada la década del ‘80 se dio cuenta de que, como todos los futbolistas de su época, debía encontrar un apodo para parecerse a ellos. Entonces se convirtió en Carlos Kaiser, o simplemente El Kaiser. Según dijo en el largometraje que lo tiene como protagonista, no fue él quien se bautizó de esa manera sino que fue algo que surgió espontáneamente por el supuesto parecido a la hora del juego que le veían sus compañeros con el legendario futbolista alemán Franz Beckenbauer, apodado Der Kaiser, es decir el Emperador.
Sin embargo, uno de sus colegas lo desmiente en el documental y dice que el hombre se ganó el nombre porque su cuerpo fornido se asemejaba a una botella de cerveza ¡de la marca Kaiser!
Raposo nació en 1963 en Brasil. De joven probó suerte en las inferiores de equipos de fútbol de la ciudad de Río de Janeiro, sin mucho éxito. Sin embargo, impresionaba a todos con su físico fibroso y la soltura con la que se desenvolvía.
Estratega, en 1983 aprovechó su parecido físico –algo que sí era ostensible– con un futbolista real y muy popular de entonces, Renato Gaúcho. El Kaiser iba a discotecas, firmaba autógrafos en su nombre y empezaba, de a poco, a gozar de cierta fama en el circuito por el que se movían los jugadores.
No le costó mucho hacerse amigo de varios, decirles que él tenía una gran trayectoria en el exterior y pedirles que lo presentaran ante los clubes en los que jugaban.
Para entonces, el Kaiser tenía un currículum apócrifo en el que se mostraba como un auténtico crack. En épocas pre-Google, no le resultó difícil exhibir su supuesto éxito en el club Independiente, de la Argentina, que se había consagrado como campeón de las copas Libertadores e Intercontinental en 1984. Claro que él, que se llamaba Carlos Henrique de nacimiento, se hizo pasar por el argentino Carlos El Loco Enrique y nadie lo notó ni se tomó el trabajo de averiguar más.
Así llegó al club Botafogo, aunque no duró mucho: apenas se ponía a entrenar decía sentir algún tipo de dolor y terminaba enseguida en la enfermería. Hacia 1987 recaló en el Flamengo y ocurrió algo similar.
Mientras tanto, el Kaiser se convertía en un personaje entrañable para sus compañeros, por sus excentricidades y su curiosa forma de moverse. Hablaba por teléfono en un inglés sospechoso, salía de noche, se hacía amigo de periodistas que escribían sobre él para subirle el precio a su mito.
Carrera internacional
Las trampas fueron tantas que permanecen, hasta hoy, las dudas sobre su presunto paso por el Ajaccio, en Francia a finales de los ‘80. Él cuenta anécdotas de su llegada a la isla de Córcega, donde supuestamente lo recibieron como a un auténtico ídolo, pero un ex futbolista, también brasileño, lo desmiente: en el documental británico, Fabinho Barros, que sí vistió los colores de ese equipo, afirma que en una ocasión ayudó al Kaiser a sacarse fotos con camisetas del Ajaccio en un potrero carioca para simular algo que nunca ocurrió.
Poco después se incorporó al Bangu, otra vez en Brasil, y más adelante el Fluminense y el Vasco da Gama. El crack aparente seguía sin pisar el campo de juego y siempre encontraba algún argumento insólito para salirse con las suyas.
Entrada la década de los ‘90 poco se supo de él. Dijo que se fue a jugar al exterior y que luego dejó su carrera.
Las trampas fueron tantas que permanecen, hasta hoy, las dudas sobre su presunto paso por el Ajaccio, en Francia a finales de los ‘80. Él cuenta anécdotas de su llegada a la isla de Córcega, donde supuestamente lo recibieron como a un auténtico ídolo.
Fue recién en 2010 cuando reapareció en los medios brasileños, habló en los programas de televisión más populares y el público empezó a conocer de sus engaños.
“Yo firmaba el contrato de riesgo, el más corto, normalmente de unos meses de duración. Recibía las primas del contrato, y me quedaba allí durante un plazo corto”, reveló en una entrevista con Globo Esporte, en 2011.
En 2018, con el estreno del documental que revela todavía más de su vida, sus andanzas recorrieron el mundo. La película se estrenó en el prestigioso festival de cine de Tribeca, en Nueva York, y recibió críticas celebratorias en diversos medios internacionales.
“Por las oportunidades que tuve, por los equipos en los que estuve, si me hubiera dedicado más, habría ido más lejos en mi carrera. De alguna manera, me arrepiento de no haberme tomado las cosas más en serio. Si hay alguien a quien perjudiqué en esta vida es a mí mismo”, dijo en una entrevista.
En la actualidad, El Kaiser vive en Río de Janeiro y trabaja como personal trainer. Sigue hablando con esa seguridad de delantero aguerrido, sigue exhibiendo en cada palabra su sed de gol imaginaria.
AL