OPINIÓN

Cuentos de hadas

8 de noviembre de 2024 06:48 h

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Hace un tiempo que, cuando llevo a mi hijo menor a la cama, le narro algunos cuentos inventados. Surgieron de la improvisación y se fueron consolidando en la repetición. Lejos de cualquier inspiración, fueron una maniobra para poder tener la luz apagada y que él durmiera más rápido.

Decir que fueron “inventados” sería un exceso. Justamente, librado al desarrollo de las secuencias narrativas –como quien se entrega a la asociación libre en un diván– me encontré con ciertas insistencias, con mi falta de mi imaginación, como la que ilustra la anécdota de la vez en que Lali Espósito le dijo a Charly García: “Yo también hago música” y el genio respondió: “La música ya está hecha”.

Tres de mis cuentos son los preferidos de mi hijo. Primero, el del pajarraco, que es la historia de un parajito que fue encontrado en la plaza por un niño, del que este se convirtió en amigo, hasta que creció y se fue de la casa. Entonces, el pajarraco se escapa (¿de dónde?) y busca a su amigo todas las noches en las casas de los niños del barrio, a los que de paso les lleva regalos. Lo que el pajarraco no sabe es que aquel niño ya es un hombre, cuestión que descubre oscuramente con cierta sospecha el día en que, junto a la cama de un niño, desde la ventana, se da cuenta de que es muy parecido a su amigo. Así es que el pajarraco se retira a llorar a la copa de un árbol y ahí, justamente, ve a un pajarito chillando. Lo lleva a la casa de este nuevo niño y la historia, se entiende, vuelve a comenzar.

Luego viene la historia de la familia desordenada. Es un cuento en el que los miembros de una familia “dejan las cosas en cualquier lado”. El padre deja el pantalón en el sillón, la madre deja la cartera en la heladera y así lo mismo los cuatro hermanos –aquí me detengo con precisión, ya que es el mismo número de hijos que hay en mi familia y, si algún otro de los chicos está presente mientras cuento esta historia, hago énfasis en su desorden, siempre con rimas, ya que esta es la parte divertida del relato y requiere histrionismo. El drama está en que esta familia tiene un perro, al que alimentan fueran de hora, a veces le dan mucha agua, a veces poca y, finalmente, el perro se cansa y se va. El perro se llama Orden. Entonces la familia tiene que ponerse de acuerdo para ir a buscarlo. Es un lío. Arman la mochila más disparatada, hasta que entienden que tienen que llevar cosas de Orden. El final es de lo más previsible: cuando logran hacer orden en la mochila, el perro Orden ya apareció.

Por último, el tercer cuento. El mago Eduardo (que es el nombre de uno de los abuelos de mi hijo y mi papá). Esta es la historia de un mago que tiene poderes, pero siempre los usa al revés. Camina por la calle, se encuentra con un auto detenido y cuando empuja lo hace tan fuerte que el auto vuela como un avión. Tiene que ayudar a una mujer a cruzar la calle y por su ansiedad (porque es un mago ansioso) da la vuelta al mundo y regresa al mismo lugar. Lo mismo le pasa cuando se encuentra con un gatito en la rama de un árbol. Quiere ayudar a los bomberos y es tan precipitado que empuja el árbol, que cae sobre la autobomba… Ahí el jefe de los bomberos le sugiere ir a un psicólogo. Durante un tiempo, Eduardo va a terapia hasta que se cura cuando entiende que tener poderes no es tener que hacer actos grandiosos, sino los más sencillos, los que el otro necesita. Por querer ser un héroe, Eduardo usaba mal sus poderes. El cuento termina con Eduardo yendo a comprar nafta para el auto detenido, con las bolsas de la señora que iba a cruzar la calle y el gato que dejó de tener miedo y bajó del árbol porque Eduardo era amable. ¡Esa es la verdadera magia!

Disculpen la extensión de estas historias, las resumo igualmente para destacar su falta de originalidad. No me duele reconocerlo. Más bien me sorprende y alegra que, dispuesto a ir narrando un relato imaginario, reproduje núcleos temáticos típicos de los cuentos de hadas de los hermanos Grimm: el niño extraviado que nace en una nueva familia, que demuestra que todo hijo debe ser adoptado; el orden que tiene que ser restablecido como acto de reparación; el devenir del héroe que tiene que revelarse a partir de una peripecia para advenir quien es en su realidad más íntima.

Seguramente aquí alguien podría decirme que estos temas también son típicos de varios mitos. En efecto, a esta observación se le podría dar su lugar con el planteo de una pregunta: ¿por qué los temas mitológicos quedaron reabsorbidos, con el pasaje a la modernidad, en un tipo de literatura tan específica, como es la que se cuenta a los niños? En este punto, se podría decir algo más contundente: es como si en la ontogenia (desarrollo infantil) se produjese una recapitulación de la historia de la humanidad (filogenia) con sus relatos fundacionales.

Desde este punto de vista, puede entenderse que los llamados cuentos de hadas son algo mucho más profundo que relatos para estimular la imaginación o para entretenerse. En ellos se materializa un aspecto de la estructuración mental del ser humano. Este motivo también es valioso para plantear que su propósito no es educativo, ni buscan establecer una reflexión con moraleja. Estas apropiaciones racionalistas nunca llegan al hueso de lo que implica que el ser humano esté hecho de historias.

Los cuentos de hadas –al igual que los mitos– se relacionan con nuestras pasiones, con los movimientos que alguien tiene que hacer sobre sí mismo para adquirir un estatuto que sea propiamente humano: tiene que renunciar al canibalismo (graficado en los cuentos en que se devora), tiene que domesticar su impulso expulsivo (ilustrado en los temas de abandono, pérdida, extranjería), así como apaciguar el goce de la mirada (que se tienta con lo invisible, lo oculto, lo prohibido) y los prodigios de la voz (que atrapa con encantamientos, melodías seductoras, etc.).

Los cuentos son hadas, en su infinita variedad, son variaciones de unas pocas fantasías que inciden sobre las pulsiones del ser humano. Este el fundamento de que no pasen de moda, tanto como de que los niños pidan que se los cuenten una y otra vez, aunque ya conozcan los desenlaces.

“La música ya está hecha”, le respondió Charly a Lali. Una de mis canciones favoritas (de Billy Joel) lo dice apenas un poco mejor: “Nosotros no encendimos el fuego, siempre estuvo ardiendo, desde el que mundo gira”.

LL/MF