Hace dos meses, La Nación+ entrevistó al Presidente Javier Milei por medio de una delantera de metegol que hacía girar en molinete a Jonathan Viale, Luis Majul y Pablo Rossi, recalentando el eje bien engrasado que los conectaba como tres ventiladores en línea. Uno cabeza abajo, todos cabeza abajo. Uno cabeza arriba, todos cabeza arriba. Con Majul en el centro y Rossi a su izquierda, el margen derecho lo ocupaba Viale, el único con papeles en la mano.
Pero separarlos por unidades humanas autónomas no es justo con la imagen de solidaridad de especie y armonía moral que nos han dado. Es mejor describirlos como un traje con tres corbatas por cuyos lazos asomaban sus cabezotas siamesas, más algunos gestos de sabiduría probada: los deditos en la mejilla a lo Mirtha Legrand, las sonrisas pícaras de anuencia gratuita, la voluntad inquebrantable de barrefondo humano que se traga hasta la última bacteria de las aguas servidas y los cabeceos de aprobación interminables frente a la investidura del Presidente Milei que los detractores asocian a una actividad popular del sexo sin penetración y yo, que tengo alma de naturalista, al querido picidae del orden de los piciformes, conocido como pájaro carpintero.
Pasó el tiempo y hoy, dos meses más tarde, contemplamos el mismo cuadro con una pequeña modificación. Jony Viale abandonó la silla atornillalada a la derecha de Majul y entró en su lugar Esteban Trebucq, una persona que usa reloj y un día le dijo a Eduardo Feinmann que era “una ametralladora de datos”.
Abre el juego Majul, ese búfalo de la verdad, que es el que ahora tiene los papeles en la mano para que se vea que las entrevistas a los presidentes requieren estudios de profundidad, preferentemente impresos. Los que no le llegan a Majul al taco de sus zapatos filamentosos, hablarán de guion, de rutina, de minuta. Nombrarán la palabra “sobre”. ¿Acaso no saben que la envidia mata al que la profesa? El Presidente Milei tiembla como una hoja de álamo en el pampero porque Majul es implacable y la letalidad de sus cuestionamientos podría destruirlo.
Majul saca de su arsenal las armas de destrucción masiva. Están apoyadas en el paño de la decencia profesional llevada a las galaxias más distantes. Tira a matar: “20,6% de inflación. ¿Qué significa?”. Ah, uf, oh… Cuando las palabras de admiración no alcanzan, pintan las interjecciones. Qué dios de la estocada. El Presidente Milei no está cómodo, está golpeado, pero se recupera y se extiende durante cuatro minutos limpios en consideraciones sobre la manera en que la inflación está bajando, dado que el mes pasado fue más alta. Les traduzco la idea: nos hacen poner las manos sobre la mesa y nos pegan diez martillazos, uno en cada dedo; y al mes siguiente nos pegan ocho. ¿En qué mes nos fue “mejor”?
Pero que nos perdone el Presidente Milei. No nos interesa lo que diga en tanto estadista que desea aliviar el sufrimiento de su pueblo. Nos atraen mucho más las preguntas porque en ellas radica la posición incorruptible de estos tres ejemplos de compromiso civil cuya transparencia nos hace pensar en el… vidrio.
Rossi ataca a la yugular. Le habla de licuación de salarios. ¿Quiere morir? ¿Quiere matar? ¿Cómo se puede jugar tanto la vida un ser humano con una pregunta? El Presidente Milei, en un registro facial de gravedad con algunas chispas de comedia que no terminan de encenderse (como si las muecas de Benny Hill aparecieran de golpe en el rostro vencido de Elvis Presley en el Marquet Square Arena de Indianápolis), le dice que la devaluación evitó la hiperinflación. Otros cuatro minutos, interrumpidos cuando el individuo que tiene un reloj y se cuelga los dedos del balcón de su boca para ofrecerlo a los ojos de la envidia, pregunta con un sonido ahogado, tipo Chirolita hablando desde adentro de la valija de Chasman, si Cristina Fernández de Kirchner sabe de economía.
Son máquinas infernales con tracción a ética. Incluso, mientras el Presidente Milei contesta, Majul le pregunta si la impresión subrayada del documento de Cristina Fernández con críticas al gobierno es de él. El Presidente le dice que sí. Entonces, ¿por qué a la impresión la tiene en la mano Majul sin que hayamos visto el momento en que el Presidente Milei se la alcanzó? Es como si le dijéramos a un amigo: “este calzoncillo que acabás de comprar y tengo puesto yo, ¿es tuyo?”.
Es que las ansias de Majul por hacer una Argentina “non poronga”, lo llevan a veces a olvidar que hay recursos abocados a mantener un piso de verosimilitud en sus aportes. Son los instrumentos de la literatura, el montaje y las sagacidades que operan en los cuentos. Voluntad no le falta. Quizás sí, un tallercito literario como para darle a su empuje la calidad técnica que se merece. De lo contrario, terminamos viendo a un personaje repasando el libreto de otro.
La cristinopatía queda desplazada cuando Rossi saca a relucir la gira del Presidente Milei por Italia a Israel, y aparece la figura del Papa y la cuestión “internacional”. La persona del reloj va a fondo: “¿Martín Menem está firme como rulo de estatua?”, “¿qué pensás del conflicto docente?”. Luego, un molinete sobre los fideicomisos y los fondos fiduciarios. Allí están girando a lo loco las tres cabecitas, codéandose en un pasillo angosto para ver quién llega primero a demostrar todo lo que sabe sobre esas “cajas negras de la política”, que es la frase con la que el Presidente Milei conecta el centro envenenado de tres pies.
El Presidente Milei está prácticamente en el piso, sin oxígeno, víctima de este ataque en riña de una delantera de periodistas sangrienta. ¿Cómo es que no tienen miedo? Majul, el que más ha desafiado el poder, le asesta el último golpe: “Nosotros entendimos. ¿Qué le dirías a la gente?”
JJB/MF