Cada día se conoce algún dato más del atentado contra la vicepresidenta Cristina Kirchner. Por ahora todo se mantiene en los entornos de la “banda de los copitos” (supuestos vendedores de algodón de azúcar) a la que pertenecen tres de los detenidos. Resta por ver si este grupo de “amigos” tenía conexiones más allá. Como han señalado varias notas periodísticas, si bien hubo inteligencia previa, el arma utilizada y la impericia del ejecutor muestran un plan bastante precario, aunque estuvieron a medio paso de lograr su objetivo criminal. Incluso más que precario, los datos van mostrando un accionar digno de una película de Álex de la iglesia: la banda que decide robar un local de compra/venta de oro en Puerta del Sol en el comienzo de “Las brujas de Zugarramurdi”. De la Iglesia retrata ese tipo de gente “normal” que de pronto cree que puede hacer cosas dignas de mentes más elaboradas, como el grupo inverosímil que se propone evitar la llagada del Anticristo y salvar al mundo en “El día de la Bestia”. Se topan con neonazis rocambolescos y violentos como los “Limpia Madrid”. Que la amiga (registrada como “Amor de mi vida” en el celular) le aconsejara a Brenda Uliarte que destruyera su celular, y que esta no lo hiciera ni tratara de huir, muestra una ingenuidad bastante alucinante.
De hecho, el giro en la causa tiene que ver con su propio papel en la historia, que pasó de chica manipulada -algo lógico para los parámetros culturales dominantes y que permitía discutir si el intento de asesinato fue un femicidio fallido- a supuesta organizadora del atentado. Y él pasó a ser un simple instrumento, el más “tonto” del grupo. En Telefé, al día siguiente del ataque, ella y el resto de la banda lo acusaron cínicamente de ser el único responsable y fingieron una sorpresa que hoy, conociendo la historia, se ve como una sobreactuación bastante torpe.
Todo esto dio lugar a numerosas intervenciones sobre el papel de los “discursos del odio”, el odio histórico de los antiperonistas, las radicalizaciones de derecha. Todo eso es matizable: los discursos de odio entendidos como un clivaje amor/odio no nos llevan muy lejos (el odiador siempre es el otro y el amador uno mismo) y el uso descontrolado de esa categoría “odio” puede terminar como la de populismo, que sirve para explicar todo y no explicar nada. El antiperonismo sin duda existe, pero después del peronista Menem -que sumó al gorilismo histórico como cerebro de las reformas estructurales y a muchos de sus seguidores como votantes- también ha mutado: Javier Milei, el líder del libertarismo, se supone que es el espectro ideológico más antiperonista del país, dice que el mejor presidente de la historia fue el riojano. Y el legislador Martín Menem dice que Milei “es quien mejor representa las ideas de mi tío”. La exministra Patricia Bullrich regresó a su clase y su apellido pero aún quedan restos en su expresión de su “ida al pueblo” peronista, que duró hasta la sorprendente fecha de 1989 (ese año “tomó” un barco británico atracado en Montevideo con posiciones anticolonialistas: “Estate atento que vamos a intentar subir al barco. Vamos a armar quilombo”, le dijo entonces a un periodista, y esa forma de hacer política tampoco la abandonó). El antikirchnerismo es, en parte, antiperonismo clásico (y la sociología electoral muestra en parte eso), pero como se ha dicho, también es un conflicto político-intelectual intraclases medias.
Las radicalizaciones de derecha dan más tela para cortar. Contra lo que a veces se pretende, este es un fenómeno bastante rizomático, en el que a menudo las redes informales (internet) explican más que las formales (los intentos de la extrema derecha de conformar “internacionales”, como el Foro de Madrid por el partido español Vox, los financiamientos o los viajes de Steve Bannon).
Esto tiene hoy un caldo de cultivo particular: si hace una década Stéphane Hessel publicaba el librito/manifiesto Indígnense, traducido a varias lenguas como referencia para los indignados que se manifestaban contra la globalización neoliberal, hoy la indignación parece haber cambiado en parte de signo. Claro que sigue habiendo indignaciones de izquierda, pero vemos también a unas nuevas derechas “alternativas” disputando esa indignación…y las calles, un ámbito clásico de expresión de las izquierdas. Dos referentes de la alt-right, Milo Yiannopoulos y Allum Bokhari, la definieron como “una ecléctica mezcolanza de renegados que, de un modo u otro, tenían cuentas que ajustar con los consensos políticos establecidos”. Y apelaron a un oxímoron (la política está llena de ellos): conservadores que ya no tienen nada que conservar.
Una curiosidad de la política argentina actual es la recepción de ciertos tópicos estadounidenses. Milei encarna un paleolibertarismo completamente estadounidense -de hecho, la bandera de Gadsden que usa es un símbolo para iniciados-. Una suerte de “idea fuera de lugar” que germinó con fuerza -contra lo que muchos creían y en parte gracias a la estética rockera mileísta- en espacios liminares de clases medias bajas, barrios populares donde el emprendedorismo por fuera del sistema es una práctica “ancestral”, jóvenes varones exasperados con la ola feminista y personas más o menos precarizadas decepcionadas del kirchnerismo y el macrismo y dispuestas a escupir en la cara a “la casta” o a transformar a los planeros en parásitos sociales.
También el atentado parece conectar con ciertas lógicas de radicalización estadounidenses en las que sectores del “lumpenproletariado” -retomando un concepto en desuso- generan la indignación necesaria para pasar a la acción (algo que requiere, sin duda de ciertas predisposiciones psicológicas). Solo que allá cualquiera es un tirador experto capaz de manejar rifles de asalto. Sin que la conexión responsabilice a La Libertad Avanza, son evidentes las simpatías y las figuras retóricas tomadas de ese espacio por parte de Brenda Uliarte. En uno de sus chats habría dicho que ella, a diferencia de los liberales, sí haría algo en serio.
Si bien los libertarios de LLA entraron al sistema político, y el propio Milei estableció ciertas fronteras del espacio (lo que sirvió para excluir a los más locos), quedaron en el escenario político argentino grupos que se foguearon en las movilizaciones anticuarentena y antivacunas -un caldo de cultivo en todo el mundo occidental para la rebeldía de derecha, la conspiranoia y el resentimiento-. La guillotina del grupo Revolución Federal y sus violentos escraches anticasta y antiK, o performances como las bolsas negras, fueron los elementos más visibles de un magma que atraía a indignados, haters y simples dementes.
La toma del Capitolio también tuvo elementos propios de Alex de la Iglesia. Como escribimos con Marc Saint-Upéry, la emoción insurreccional y el regocijo de oponerse al “sistema” -sobre todo a la casta política-, parecen hoy muy susceptibles de ser capturados por la derecha, sobre todo por sus corrientes reaccionarias radicales. Pero aún así, los acontecimientos “insurreccionales” del Capitolio o miniinsurrecciones como las de Alemania e Italia contra la “dictadura del coronavirus”, se caracterizaron por un folclore extraño y por una mezcla de incompetencia estratégica y comportamiento errático que puede tranquilizarnos sobre las capacidades de la extrema derecha para acceder al poder a través de la acción directa. Aún así, se podrá objetar que por excesiva confianza, fallas de la seguridad y puro azar, la “banda de los copitos” podría haber matado a la vicepresidenta. Y así es.
Luego viene otra cuestión: es obvio que la exministra Bullrich no “apretó el gatillo” del arma que Sabag Montiel tenía en la mano (de los discursos polarizantes a un asesinato hay bastantes mediaciones y la libertad de expresión debe poder lidiar con ello). El problema es algo diferente: la oposición, durante la cuarentena y después (la ex-ministra Bullrich en particular) apeló, por cálculo electoral y personalidad propia, a repertorios propios de estos grupos radicalizados y a veces llegó a mimetizarse con ellos, lo que como resultado puede atraer o generar una cercanía con gente que ninguna fuerza democrática debería albergar. Eso vale también para algunos discursos mediáticos.
Tampoco creo que el atentado estuviera escrito, como se sostuvo en estos días: si esa hubiera sido la caracterización política de la expresidenta no se hubiera relajado de esa forma su seguridad. Ni que esto sea -con la gravedad que tiene y las consecuencias imprevisibles si el magnicidio se hubiera consumado- la cancelación del consenso del Nunca Más -si es que existe tal cosa- ni que ponga al límite la democracia. Lo bizarro del atentado hace que el progresismo busque el “algo más” ideológicamente tranquilizador que lo conecte con gente realmente seria/poderosa; y para muchos en la derecha lo bizarro probaría que no fue un atentado de verdad. Veremos cómo termina esta historia, pero lo cierto es que entre las nuevas derechas que pululan por el mundo las hay bastante bizarras. Ahí reside precisamente la peligrosidad y, al mismo tiempo, la ineptitud de muchas de ellas.
PS